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lunes, 27 de febrero de 2006

La red

En los últimos días asisto a una escalada gradual pero incontenible de mi adicción a internet. Cada vez me quedo más tiempo, las posibilidades que se abren son asombrosas, no me quiero bajar. Empieza a parecerse a una adicción, pero la información y los sitios interesantes se multiplican.
Me empiezo a dar cuenta de que yo mismo soy lo que empieza a estar en circulación, y se parece a algo vertiginoso. Es estimulante, pero para variar también me genera ansiedad. La aceleración me lo hace desear todo ya, todo instantáneo.

Familia Costa se consolida en lo musical, pero la pelea entre los hermanitos Gallagher/Gagliesi nos hace tambalear. Por favor, que no se pudra todo ahora. Se vienen recitales, salimos en la Inrockuptibles, es ahora el momento de hacer las cosas bien en serio. Tenemos con qué. Va a salir, tiene que salir.

Mañana, Franz Ferdinand. Próxima entrada.

martes, 21 de febrero de 2006

The Magnetic Fields

El aspecto positivo de estar tan al pedo en el banco es que podría decirse que me han otorgado una beca de perfeccionamiento para mis estudios musicales. Hoy a la tarde, mientras buscaba en el disco rígido unas cuantas buenas canciones para armar un compilado en CD, revisé el excelente ¡triple! disco 69 Love Songs, de The Magnetic Fields. Una obra sorprendente, elegida por casi todas las revistas especializadas como el mejor de 1999 y uno de los mejores de la década. Su muy prosaico título resume bien de qué se trata en general, pero para disfrutarlo como corresponde hay que tener paciencia, escucharlo con atención varias veces, hasta que las canciones, en apariencia tan sencillas e intrascendentes, completen su lento trabajo de encantamiento. Es difícil saber cuándo, pero en cierto momento uno se siente hechizado por esta interminable sucesión de pequeñas bellezas.

No sé si se puede subir música al blog, pero al menos como muestra, transcribo los últimos versos de la canción que elegí para el compilado. Tan sencillos y hermosos como la canciones que los contienen:

You need me
like the wind needs the trees
to blow wind,
like the moon needs poetry
You need me

When you betray me
betray me with a kiss
Then you are never stayed up
as late as this

miércoles, 15 de febrero de 2006

ABC

El periodismo y el mundillo literario y cultural políticamente correctos suelen trazar un perfil de Borges y Bioy Casares de digestión fácil y apto para todo público. Especialmente en sus últimos años, cuando esa estampa de ancianos venerables de alta sociedad podía simplificar hasta la obviedad la construcción de esa imagen.

Y sin embargo y por suerte, qué par de hijos de putas que eran. Ambos eran casi insuperables en el dominio de la técnica literaria. Ya nadie puede escribir como ellos, sus metáforas, metonimias y otras figuras no tienen lugar en este tiempo, son ya piezas de un museo exquisito. Pero toda esa técnica también sabía ponerse al servicio del más puro odio. No de otra manera puede entenderse si no un pasaje de la novela El sueño de los héroes, de Bioy Casares, que leí durante mis vacaciones. El narrador escenifica un diálogo entre el tal doctor Valerga y sus temerosos seguidores. Le hace decir a Valerga: "¿Tienen algo que objetar?". Luego del punto aparte, el narrador comenta, casi como al pasar y como si fuera la más inocente de las observaciones: "Por cierto, ninguna 'b' entorpeció la pronunciación de esta última palabra.". Qué belleza, cuánto desprecio por los presuntos letrados que encierra esa simple oración. Y qué elegancia para decirlo, que sentido del humor más corrosivo.

Algo parecido podría decirse del héroe de la clase media progre, el inefable Cortázar, y su excelente cuento "Las puertas del cielo". ¿Nadie nota el desprecio de Cortázar por el aluvión zoológico peronista, que traído a la actualidad serían los negros cabezas? Cuestión para la revista Ñ.

domingo, 12 de febrero de 2006

Todo el cine de febrero

Se acaban las vacaciones. Mañana, otra vez al laburo. Voy a tratar de conjurar la melancolía que me produce la idea de volver a esa cueva de mediocres (con las debidas excepciones) escribiendo las reseñas de cine que debía. En el orden en que las vi, estas son las privilegiadas:

- El hijo, de los hermanos Dardenne. Aunque los directores son belgas, estoy casi seguro de que la película es francesa. Los personajes hablan francés, salvo que ya no sea capaz de distinguir el francés del belga. No recuerdo haber escuchado a nadie hablando belga, de todos modos. Durante los primeros veinte o treinta minutos de proyección, mi mal humor era terrible. Llegué a pensar en irme de la sala, algo que hice una sola vez en mi vida. No tenía ganas de ver algo así. Sí, era previsible, pero de todas maneras, el ritmo acelerado, la cámara en mano de movimientos frenéticos, los diálogos entrecortados, el exaltado y a la vez contenido estado de ánimo del protagonista masculino, siempre a punto de estallar no se sabía bien por qué, al comienzo me parecieron una colección de lugares comunes de ese cine francés independiente,miserabilista, nihilista y violento (ejemplo, Solo contra todos o Irreversible, de Gaspar Noé) que ya no tiene razón de ser. Pero a medida que los minutos transcurrían la película me fue ganando, me pudo convencer de que se trataba de otra cosa, de que los elogiosos antecedentes tenían su fundamentación (aunque nunca leo las reseñas antes ir al cine, generalmente es fácil saber quiénes y cuánto van a elogiar las películas que se estrenan comercialmente). Sin contar el argumento, se puede decir que la resolución de la película es magistral, se atreve a plantear e ir hasta el fondo de una historia terrible sin ningún golpe bajo, dosificando las palabras y las emociones con mucho oportunismo y de manera totalmente creíble. Salí realmente muy satisfecho. Podría decirse que como la proyección era en el Arteplex de Belgrano, casi todo el resto de los espectadores se retiraron educadamente sin hacer mayores comentarios, aunque es difícil saber si realmente les gustó. De haberse proyectado en el Village o algún lugar similar, varios se habrían indignado y lo habrían manifestado a viva voz. Especialmente por el final tan abrupto. Algún día debería escribir un largo artículo acerca de los distintos tipos de espectadores de cine.

- Munich, de Steven Spielberg. Es muy curioso lo que me ha pasado con Spielberg. En los últimos quince años no le presté ninguna atención. Su cine de ciencia ficción me parecía poco digno de un "intelectual" como yo, y cuando se aparecía con algo como La lista de Schindler lo tomaba como un simple truco de marketing consistente en anunciar a los cuatro vientos que de repente se había vuelto "serio", y que se atrevía a filmar una historia relacionada con el holocausto. Me daba la impresión de que la calidad de las películas era siempre lo menos relevante. Como tantas veces, estaba equivocado. (Curiosamente, un tipo tan respetable e inteligente como Tomás Abraham publicó en Perfil un artículo bastante imbécil en donde acusa a Munich de las mismas pavadas que yo le adjudicaba a Schindler). En los útimos años, casi por casualidad vi Atrapame si puedes, La terminal y Guerra de los mundos. Todas me gustaron. También, todas me parecieron imperfectas, desparejas, con momentos brillantes y otros casi pueriles. Pero me di cuenta de que Spielberg es justamente aquello que hoy escasea en Hollywood, es decir, un director muy personal, con un estilo bien definido, con sus virtudes y defectos, pero alguien que se atreve a plantear temáticas y cuestiones formales mucho más complejas de lo que puede parecer a primera vista. Y Munich continúa con la tendencia de las últimas películas que mencionaba, sólo que todo resulta mucho más extremo. Es posible que la narración sea desordenada, que los diálogos en alguna ocasión resulten impostados o grandilocuentes, pero la historia comienza siendo una reprochable oda a los eficientes servicios israelíes y se transforma de a poco (junto con sus personajes) en un muy fuerte cuestionamiento a la violencia como política y razón de Estado y en un reconocimiento al menos equilibrado de las razones de la causa palestina. En un momento como el actual, en donde la política mundial parece haberse desquiciado por completo y en donde se superponen las luchas entre fundamentalismos religiosos, los intereses económicos y los valores culturales para beneficio de casi nadie y amenazando con el exterminio total de millones de personas, a Munich se le pueden disculpar sus carencias formales (al menos por esta vez) y reconocerla como un emotivo e inteligente pedido de racionalidad y cordura.

- Ana y los otros, de Celina Murga. Acerca del cine argentino más en general también debería escribir un artículo aparte. Esta película fue filmada en 2002 y estrenada comercialmente recién ahora y en muy pocos cines. De hecho, yo la vi en el Cosmos y ¡con subtítulos en italiano! Las condiciones materiales del estreno en realidad ya hablan mucho más de la película que casi todos los comentarios que se puedan hacer de ella. Los críticos onda El amante la elogiaron mucho. Y no se trata de que no sea una película con varios méritos, aún cuando la propia directora parecía mostrarse mucho más cauta que los periodistas que la entrevistaban y la elogiaban tanto. Lo que sucede es que yo directamente cuestionaría, si no la existencia, al menos el estreno comercial (o para decirlo con mayor precisión, la reducida difusión pública) de películas como esta. Nadie las quiere ver. Y los que queremos, la terminamos justificando casi como con culpa. No estoy diciendo que una historia sencilla como esta, filmada con mucha corrección técnica y gran sensibilidad, sea peor que la basura usual que nos ofrece el cine nacional. De hecho, es mucho mejor. Pero a mí no me alcanza, no quiero sentirme un freak por seguir viendo estas películas, no quiero que me pase como cuando en el baño de un multicine, después de ver Sábado (de Juan Villegas y con la misma actriz de Ana...) un señor mayor me pidió que le explicara la película, si es que yo la había entendido. Claro, el señor me adjudicó la supuesta capacidad de comprender Sábado por razones generacionales y no tanto por una cuestión de capacidad intelectual. Pero aún así, lo increíble es que en películas como esta no hay nada que explicar, está todo ahí en la pantalla y es muy sencillo, pero el espectador promedio y su paranoico complejo de inferioridad jamás lo van a entender. Creo que hacen falta otra clase de películas, que empiecen por tener los méritos de Ana... pero que sean más arriesgadas en todo sentido, que contengan más sustancia y a la vez que no desanimen a los imbéciles que van a los multicines. Un oso rojo, la de Caetano, podría ser un camino a seguir. Otra posibilidad es el trabajo de Bielinsky, el mejor director argentino de la actualidad con tan sólo dos películas estrenadas. El problema es que en cuanto arriesgó un poco más de la cuenta, al ponerse un poco más oscuro y meticuloso de lo estrictamente recomendable, todos fueron a ver El aura, pero a nadie le gustó. Todo esto que digo es por si a alguien le interesa que el cine nacional sea capaz de seguir algunos ejemplos del cine americano, que en sus mejores exponentes sabe combinar la excelencia artística con cierta masividad comercial. Si no, mucho me temo que vamos a seguir conviviendo con la oposición entre el cine independiente-artístico-raro-lento-aburrido-elogiado por la crítica especializada-valioso pero inservible por un lado, y la mierda demagógica, sentimentalista, provinciana, burda, autoindulgente, conservadora, retardataria, oscurantista, nacionalista e imbécil del tipo de Papá se volvió loco o El hijo de la novia, por el otro. Necesito más opciones.

Hasta la próxima.
- Walk the line, de James Mangold. Para el que no registre el título en inglés, es el biopic de Johnny Cash (me niego a reproducir el estúpido título con que fue estrenada aquí). Para el que no registre a Johnny Cash, bueno, debería escuchar más o mejor música. Para el que no sepa qué es un biopic, debería saber más de cine, o de inglés (biography-motion picture). La película es convencional, apenas correcta en su narración y arriesga bastante poco, pero yo la disfruté muchísimo. Se trata de la música, y de una historia de amor realmente emotiva sin sentimentalismos exagerados. Con eso es más que suficiente. De Cash sólo tengo un disco en realidad, y varias canciones sueltas en bandas de sonido o compilados varios. Pero qué cantante increíble que es, que voz tan profunda y perturbadora (mientras escribo esto en el locutorio, los dueños me castigan con un atronador e inquietante compilado de reggaeton, cumbia, cuarteto y otros sub-productos de la peor mierda sonora que conoce el mundo, la que suele conocerse como música popular, nacional o latina, siempre "divertida", siempre despreciable. Y yo escribiendo sobre Johnny Cash. Para qué, sería la pregunta más obvia, pero no quiero ser tan obvio). Walk the line triunfa porque, aunque se limita a la obra más conocida y accesible de Cash, consigue transmitir al espectador bien dispuesto todo el poder y la energía de una música tan maravillosa, especialmente cuando se recrea acertadamente la atmósfera tan especial de ese momento mágico que es compartir con otros músicos y cantantes una actuación en vivo, cuando pareciera que los espectadores son sólo un decorado, cuando la vibración que genera la banda entre sus integrantes se transforma en lo único que importa en el mundo. Más aún cuando Cash pareciera ser capaz de conquistar a su amada June Carter gracias a sus canciones y a su particularísima capacidad de interpretación. Pero a Cash sí le interesa su audiencia. Delante de un auditorio colmado consigue que June le dé el sí. Y sólo delante de un público como el de la cárcel de Folsom parece sentirse capaz de consumar para siempre su alejamiento de las anfetaminas. Muchos comentarios elogian hasta el exceso la actuación de Joaquín Phoenix y Reese Witherspoon (claro, los famosos Oscar). Y es cierto, están muy bien, asumen el riesgo de cantar ellos mismos y superan el trance con mucha dignidad. Me sorprendió especialmente mi admirada Witherspoon (por siempre la heroína de esa maravilla que fue Legally blonde), que más allá de tecnicismos vocales, cada vez que canta y se mueve en un escenario resulta un derroche de energía vital y alegría. Es por ella y por la música, claro. En definitiva, hay que escuchar a Johnny Cash.

jueves, 9 de febrero de 2006

Baterista equipado

La cosa fue bastante sencilla. Tenía que comprar mi propia batería de una buena vez. La tarde de hoy no podía ser más propicia: mi "amiga americana" (por la película de Wim Wenders, "Der amerikanische Freund", Samantha) me había pedido posponer la salida planeada para esta noche porque otra de sus amigas americanas había adelantado su visita prevista para mañana y le cayó en su casa por sorpresa. Se trataba entonces de aprovechar el tiempo. Había que tomar una decisión y ya no había nada más que averiguar. Si tradicional o electrónica. Nueva o usada. Portable o no. Nacional o importada. De medidas standard o más chica. De mi encuentro con el profesor de batería tampoco saqué mucho más en limpio. Cuando estaba más inclinado a gastar una fortuna en la electrónica Yamaha DTxpress, el profe me comentó que ni siquiera las Yamaha eran tan buenas (las nacionales ya habían sido descartadas), que las mejores eran las Roland -más caras aún-. La clase en sí fue un embole. Obviamente, mi técnica es un desastre, tengo que corregir miles de defectos. Pero si la cuestión me aburre, mando al profe al carajo: seguiré tocando como una bestia, pero tocando. Practicando en casa ya voy a tener la precisión y el tempo que me faltan. No me interesa el virtuosismo, la buena música no necesita virtuosos de ningún tipo.

Así que fui a ver al "Señor de los Platillos" (peor o mejor nick de la historia, todavía no lo sé). Tenía tres o cuatro modelos en mente, una vez descartada la opción electrónica. Finalistas: la Tama Rockstar y la Premier APK. La primera, de las fabricadas en Taiwan, el llamado Ford Falcon de las batas, la que está en todas las salas y tienen montones de bateros. Confiable y resistente a cualquier salvaje que quiera emular a Lars Ullrich. La segunda, un modelo tradicional inglés, un clásico con mejor sonido aunque quizás menos resistencia. Cualquiera que me conozca sabrá que opté por supuesto por la segunda. Inglesa, más cálida, más delicada, colorada, de un rojo tan desabrido que termina encantando por su simpleza. Nada de brillos superfluos o colores eléctricos. Algo que no muchos tienen o buscan. Algo como lo que a mí me gusta. Igual que mis muy ingleses amplificador y parlantes.

Es probable que el vendedor se haya creído el rey de los bananas por orientarme hacia ese modelo, ligeramente más caro. Igual, yo ya sabía de antemano que si no elegía el modelo de menores dimensiones (la Pearl Export Pro, mismo precio, bombo de 20´´ y tones más chicos, descartada para tocar rock según el conocedor), era la Premier, sí o sí. En lo que sí quizás haya hecho negocio el tipo es en habérsela comprado en mercadolibre.com a algún desesperado que precisaba la plata, creo haber visto un modelo así publicado hace unos meses, quizás era la misma. Pero no importa, éste era el momento y esto es lo que necesito.

Todavía no la traje a casa. La cuestión en sí me parece aún algo desmesurada. ¿Ahora, a los 32 años, gastar guita en esto y ponerme a darle a los tamborcitos? Sí, es ahora, esto es lo que quiero, pero me conozco y voy a tener que convivir con esa vocecita interior que me dice que estoy demente, o que es otro de mis entusiamos pasajeros y fatalmente inconducentes. No importa, ALGO productivo tiene que salir de todo esto, en algún momento tiene que pasar.

El comentario sobre el disco de Familia Costa en Los Inrockuptibles no fue a pedido, fue iniciativa de la propia revista. Excelente. Ojalá sirva para estimular a mis lánguidos compañeros de banda. Que desplieguen todo su potencial -que es bastante-, que se lo tomen en serio. (¡Que consigamos a un cantante! Perdón, se me escapó).

Pensaba escribir sobre películas. Tengo que comentar las que vi en cine últimamente: El hijo, Munich y Ana y los otros. Próximamente. Ahora tengo sueño. Mañana me voy al Tigre.

martes, 7 de febrero de 2006

Las vacaciones mejoran

Bueno, después de todo, puede que estas vacaciones no sean tan horribles. En cierto modo, podría decirse que estoy aprovechando el tiempo. Varias salidas, los amigos de siempre, algunos que no veía hacía un tiempo y algunas caras nuevas.
Por ejemplo, la noche que vi Munich me encontré al final de la función con Mariano, mi compañero de trabajo, y su hermana, que sigue viviendo y estudiando en Junín. Estuvimos charlando un rato largo después de la película y fue muy agradable, los dos son muy divertidos, y compartimos esa rara alegría por competir en humor negro. El hecho de que su madre haya muerto de cáncer cuando ellos eran apenas adolescentes y de que al padre le hayan cortado ambas piernas muy recientemente les da una amplia ventaja, pero trato de no quedarme atrás.
Después, "viajé" hasta Adrogué y Burzaco la noche del sábado, acompañado por Gustavo y Wally, para encontrarnos con Ramiro y su banda de enfermitos por la música. Incréible la cantidad de gente que hay por Adrogué, una movida nada despreciable. En cambio, el famoso bar Tío Bizarro es un tugurio infecto. Estos nenes de veintitantos años me generan sensaciones encontradas: algo de envidia, un poco de arrogancia, algo de indulgencia. Tienen varias cosas a favor (especialmente nuestra experiencia para saber lo que sí deberían hacer, que nunca hicimos) pero no dejan de ser algo ingenuos en varios aspectos. En definitiva, hay que seguirles el rastro, podemos ser muy útiles los unos a los otros.
El domingo, luego del ensayo de Familia Costa más estimulante en mucho tiempo (en formato trío), el cumpleaños de Luciano. Gente bastante exclusiva, aunque lo disimulan bien y nadie se cree la gran cosa, por suerte. Todos son en cierta forma artistas: DJ´s, músicos, diseñadores, escritores, publicistas. La esencia cool de Palermo. De a poco me voy integrando, si Familia Costa sigue puede llegar a ser productivo.
El lunes, paella en lo de Chirola. Un largo viaje hasta Escalada, una buena comida, aunque la charla con los chicos del colegio no fue gran cosa. La mejor noticia: Familia Costa salió en la sección "alocables!" de Los Inrockuptibles. Ni mi hermano sabe todavía cómo pasó, si fue obra de la influencia de alguien del grupo, por favor, qué gran comunicación que tenemos. Si fue iniciativa propia de la revista, excelente. Lo mejor de ser una rock star en potencia es que ya puedo decir algo más que el embole de "trabajo en un banco". Que me siga creyendo un estudiante de letras ya no me lo cree nadie. Veremos cómo sigue, me tengo que ir a la clase de batería que la semana pasada no fue.
En la próxima entrada, más cine. Y cuando termine con los tres libros que estoy leyendo a la vez, algunos comentarios también habrá. Pero falta.