Un blog sobre camisetas de fútbol. Historia, diseño, marcas, novedades, curiosidades, rarezas. Arte y Sport.

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jueves, 14 de febrero de 2008

Contra la publicidad en las camisetas (y a favor de lo retro)



Las camisetas utilizadas en el clásico mancuniano del último fin de semana fueron motivo de muchos comentarios antes y después del partido, especialmente en los sitios especializados. La idea original, muy loable si tenemos en cuenta la conocida rivalidad futbolística, era que ambos equipos de la ciudad de Manchester, el City y el United, homenajearan de algún modo a los famosos integrantes del gran equipo de los Red Devils de 1958, quienes murieron en un accidente aéreo en la ciudad de Munich, en ocasión de cumplirse el cincuentenario del triste episodio.

La forma más llamativa que tomó este oportuno homenaje se relacionó directamente con las camisetas de ambos clubes. Tanto el City como el United -y sus respectivas marcas proveedoras de indumentaria, Le Coq Sportif y Nike- acordaron jugar el derby con camisetas que ostentaran únicamente los escudos de los clubes, sin ningún tipo de imagen o leyenda que pudiera identificarse con alguna marca comercial.

Pero sucedió que los equipos presentaron camisetas con estrategias distintas. Mientras que la celeste del City consistía en el modelo habitual de la presente temporada, sin sponsor, sin logo de Le Coq y sin las pin stripes blancas que adornan el modelo (aunque sí se dejaron los parches de la Premier League en las mangas), Nike decidió presentar para el United un llamativo uniforme retro, muy similar al original utilizado hace cincuenta años. Se cambiaron incluso los números que están obligados a usar todos los equipos de la liga por aquellos otros antiguos, tan típicos de todas las casacas inglesas hasta hace no muchos años. Y ni siquiera se mantuvo el escudo de la institución en el costado izquierdo del pecho.

De este modo, luego de analizar los motivos expuestos y observar los resultados finales, hay varias sensaciones controvertidas flotando en el ambiente. La más importante sería la siguiente: si el retiro de marcas y los sponsors se considera una manera respetuosa de homenajear a figuras importantes de la historia, ¿deberíamos deducir entonces que lo habitual que viene sucediendo desde fines de la década del 70 es una ofensa a los clubes, a los hinchas y al fútbol mismo? Por supuesto que no queremos pecar de ingenuidad e idealismo, ya somos grandes y entendemos cómo funciona el mundo. Peor nos parece, por poner un ejemplo muy evidente, la hipócrita actitud del FC Barcelona, con su negativa a mostrar sponsors en su camiseta de fútbol (o la aceptación “caritativa” de mostrar el emblema de UNICEF), mientras que casacas de otras disciplinas del club parecen buzos antiflama***. De todos modos, si bien aceptamos que la aplastante mayoría de las camisetas exhiben y continuarán exhibiendo publicidades, no es un mal momento para reflexionar acerca de lo desproporcionado que se ha vuelto este fenómeno. Lenta pero visiblemente, son cada vez más los clubes –incluso muchos de los más importantes- que además de los cartelones en pecho y espalda han comenzado a agregar otros en mangas y cuellos, y también en pantalones y medias. Esta manera de desvalorizar estética y conceptualmente a las camisetas es ya una plaga en México, Austria y Francia, y se extiende también a la Argentina, Brasil, España e Italia. Si bien Inglaterra y Alemania se muestran algo más cuidadosas, es de sospechar que sólo se trata de una cuestión de tiempo para que también se contagien del malévolo virus.

Sabemos que todos los clubes de fútbol profesional (y no sólo los de fútbol y no sólo los profesionales) necesitan de sumas cada vez más altas para mantenerse competitivos. Sabemos además que en muchos casos los clubes son sociedades comerciales que necesariamente deben reportar ganancias a sus dueños o accionistas. No es nuestra idea cuestionar ese modelo (que en la Argentina parece un pecado mortal, mientras los dirigentes, representantes, jugadores y barrabravas de las falsas “asociaciones civiles sin fines de lucro” no hacen otra cosa que fundir a los clubes y forrar sus cuentas bancarias), pero sí podríamos cuestionar a las publicidades en las camisetas incluso como estrategia de marketing. Hay opciones mucho mejores. Nadie va a negar que la NBA de Estados Unidos es una máquina de generar ingresos. Y sin embargo, ¿alguien vio allí alguna publicidad en las camisetas de los jugadores? ¿No sería hora de buscar otro tipo de estrategias, que resulten redituables a los clubes y mantengan inalterable la esencia de las camisetas?

Para cerrar, una última reflexión. Muchos critican la tendencia retro que se viene dando en la indumentaria deportiva desde hace ya una década. O bien la consideran una moda de dinosaurios, o quizás prefieren las constantes innovaciones de la industria textil, o tal vez la toman como un indicio cierto de una alarmante falta de ideas convincentes a nivel del diseño. Hay incluso quienes ven en este fenómeno una simple y descarada estrategia de las marcas para vender a precio de oro los saldos y las baratijas del pasado. Y otros más que elaboran complejas teorías de psicología social que demostrarían que el público de más de 30 años obsesionado por los objetos retro sufre en verdad de alguna patología evocativa que le impide crecer y madurar, dejando atrás el pasado que nunca volverá.

Más allá de todas estas teorías, ciertas o no, y mirando con ojo crítico y honesto las fotos de la indumentaria del Manchester United del estilo de 1958, ¿no será que las camisetas y demás artículos retro son un éxito inusitado simplemente porque son hermosos?


***Esta notoria institución ha adoptado el slogan “Más que un club” (¡qué original!) como punta de lanza de su burda campaña para convencer al mundo de que la provincia española de Cataluña es en verdad un paraíso igualitario de gente tierna y educada que bien merecería la independencia de su “tiránica” metrópoli. Una idea totalmente descabellada, desde ya. Desde lo político e institucional y también desde la realidad misma: esta noticia es de la semana pasada.

jueves, 7 de febrero de 2008

AyS en Brasil (IX): Requebra assim


Creo que la crónica del viaje a Brasil se ha extendido demasiado. ¡Todo este palabrerío para apenas un día y medio en Río de Janeiro! Claro que a la narración estricta del recorrido se le agregaron los comentarios sobre camisetas, las reflexiones sociológico-políticas al paso, las anécdotas menores y hasta los antecedentes mismos que nos llevaron a viajar allí. Como ejercicio literario (digamos) fue bastante satisfactorio y pareciera haber tenido buena repercusión, pero empiezo a pensar que ya no va quedando mucho más que decir.

El segundo y último día completo en Río de Janeiro amaneció, al fin, bastante despejado. Nos costó mucho levantarnos después de la paliza del día anterior. Desayunamos algo más tarde y no del todo despiertos. El programa ya estaba decidido: al Corcovado, al Pan de Azúcar, todo lo que se pudiera hacer en el medio y una última y rápida visita para concretar las compras pendientes en Rio Sul.

Al Corcovado fuimos en colectivo, paseando de este modo por barrios algo más alejados de la costa, como Laranjeiras y Cosme Velho. Hasta las inmediaciones del propio Corcovado, no llegamos a notar nada que distinguiera demasiado a un barrio de otro: el mismo trazado irregular de calles y manzanas, los mismos edificios sesentosos, el mismo ritmo levemente más cansino al de Buenos Aires. Como si paseáramos por los rincones más tranquilos y rantes de Barrio Norte o Palermo.

Aún no he mencionado que sabíamos que la manera característica de subir al Cristo Redentor es tomando el llamado Tren del Corcovado, un tren turístico equivalente a nuestro Tren de la Costa aunque con una ingeniería mucho más compleja. Si bien el recorrido completo creo que no llega a los dos kilómetros, el tren sube por el cerro casi sin rodearlo, constantemente en pendiente a través de la espesa vegetación tropical, típica de todos los morros de la zona. Los trenes se componen de formaciones de dos simpáticos vagones rojos, quizás más parecidos a tranvías urbanos que a ferrocarriles. El tendido es de una sola vía, salvo en los breves tramos en donde se ubican estaciones o puestos para que se crucen los trenes que suben y los que bajan. Tanto la estación de partida como la de llegada son construcciones muy sencillas, con buena información para el turista y baños aceptablemente limpios, aunque las instalaciones en su conjunto podrían ser mucho más cómodas y atractivas de lo que son. Especialmente teniendo en cuenta la cantidad de turistas que utilizan el servicio, los cuales deben esperar pacientemente la salida de su tren sin mucho más que hacer que comprar souvenirs o mirar algunas fotos en exhibición. Se termina pareciendo a hacer la cola en el banco. No estaría nada mal, por ejemplo, hacer una linda estación en estilo ferroviario inglés, en donde se pueda amenizar la espera sentado en un cómodo café o mirando en pantalla gigante algún documental sobre la construcción del tren o del mismo Cristo Redentor. Todo convenientemente climatizado, ya que estamos. Una sugerencia para la Prefectura.

En fin, aquello estaba lleno de gente, quiero decir, de turistas. Nada de hacernos los alternativos esta vez, estábamos inevitablemente confundidos con la masa. Llegamos cerca de las diez y media y, aún con trenes saliendo cada media hora, por orden de llegada debíamos esperar hasta las doce para hacer el paseo. ¿Qué hacer? Lo de siempre, ir a ver qué onda por ahí. La estación del tren se ubica en un barrio residencial, que alterna casas y edificios sencillos con pequeños conjuntos de barrios cerrados de bastante nivel. Por esta zona se notaba un eclecticismo mayor en cuanto a estilos, se podían ver tanto antiguas casonas de las primeras décadas del siglo pasado como residencias y condominios flamantes, de estilo bien moderno, y también alguna embajada u oficina diplomática. Todo esto se ubica en la base y la ladera del Corcovado, y, si bien las construcciones apenas avanzan sobre la altura del morro, las calles y accesos para llegar allí son muy empinados. Caminar mucho por esa zona debe ser un ejercicio muy tonificante para las piernas.

Nos tocó el turno, finalmente. El ascenso era lento, el tren no puede ir a más de 25 o 30. Además del par de rieles de cualquier vía tradicional, las de este tren cuentan además con un tercer riel que funciona con un sistema tipo cremallera, para lograr mejor agarre y tracción en la pendiente. Para hacer algo más atractivo el monótono avance a través de la espesa vegetación, los encargados del paseo han agregado simpáticas esculturas pop con las figuras de la fauna de la región y otras que representan a personajes históricos o religiosos. También se han ocupado de que a los costados de las vías se ubiquen, bien visibles e identificables, los árboles y las flores más emblemáticas. El toque ecológico tan buscado en esta época.

Hasta llegar a la cumbre apenas si hay uno o dos puntos en donde se pueda observar una vista panorámica de la ciudad, enseguida la vegetación lo vuelve a cubrir todo. Pero claro, para qué apurarse, arriba de todo sólo están el Cristo y las vistas (sin mencionar los gift shops y un bar). Bueno, allí en la cumbre todo era un quilombo multicultural y plurilingüe. Turistas de variadas nacionalidades, todos unánimemente desesperados por sacarse las consabidas fotos con los brazos abiertos y la enorme estatua de fondo. Sí, nosotros también.

A pesar del día soleado, también había unas cuantas nubes bajas que por momentos tapaban todo e impedían contemplar las vistas. Pudimos sacar todas las fotos de rigor, de todos modos. Como la que muestra al Maracaná, por ejemplo. La belleza del paisaje y de la ciudad aportaba lo suyo, aunque la estatua del Cristo no me pareció gran cosa, para ser sinceros, si bien es evidente que ha sido una obra compleja y monumental. Además, yo ya empezaba a sentirme fastidioso en medio del gentío. No es tan grave, después de todo, he estado peor. Simplemente había que irse.

El descenso fue sin mayor novedad. En esos breves veinte minutos o media hora de trayecto noté lo raro que resulta hacer esta clase de paseos. Pareciera que uno no hiciera nada, pero al volver se siente cansado como si hubiese cruzado un desierto. Todavía faltaba mucho, por supuesto. Serían algo más de las dos de la tarde, había que ir al Pan y, en lo posible, comer algo rápido por ahí. Tomamos otro bondi que nos volvió a depositar media hora después frente al Rio Sul, punto de paso obligado en todos los recorridos. Allí comimos algo en… McDonald´s. Cuando se viaja uno nunca quiere ir a los malditos arcos dorados, pero siempre termina yendo. Es casi una fatalidad del turismo.

Sabíamos para qué lado quedaba el Pan de Azúcar, pero no sabíamos exactamente a qué distancia. Suponíamos que menos de veinte cuadras, así que pensamos tomar un taxi, para simplificar y hacer más rápido. El único colectivo que iba hacia allá no pasa con mucha frecuencia, ya que fuera de la estación del teleférico para subir al Morro da Urka primero, y al Pan después, lo único que hay en esa dirección es el pequeño y pintoresco barrio de Urka, precisamente. En la parada de taxis había un pibe con cara de vivo, el clásico abrepuertas listo para cagarte o sacarte una moneda. Un poco ingenuamente, le preguntamos cuánto saldría el viaje hasta el Pan. “Diez reales”, contestó. Caro, desde ya, pero razonable. Subimos, y mientras nos acomodábamos escucho que el pibito le dice algo incomprensible al tachero. “Listo”, pensé, “nos van a querer cagar”.

A tres cuadras de arrancar, el reloj del taxi seguía apagado. Le pedimos que lo prendiera. “Jdlja´fkdsf pla pla pla”, fue la respuesta. Insistimos. “No hace falta, ustedes dijeron diez reales”. Claro, qué boludos que somos, discutiendo no íbamos a llegar a ningún lado. “No te la voy a dejar tan fácil, tachero del orto”, pensé. Al llegar, me bajé rápido, la dejé a Evan pagando y fui a buscar a un cana. Se la hice corta y en español, obligándolo de salir del patrullero en donde estaba cómodamente instalado. Me miró con cara de “No me rompas los huevos”, pero allá fue, a cumplir con su deber. Lo paró al tachero –no había tenido tiempo de irse, aquello era un quilombo de coches, micros y turistas-, lo hizo estacionar y bajar. Con Evan mirábamos de lejos. El cana le habrá dicho algo así como “No seas boludo, si vas a cagar a los turistas no la hagas tan evidente, manejala mejor.”. El caso es que al toque volvió el tachero, con un billete de dos reales a modo de vuelto y pidiendo disculpas. Quedé feliz de la vida, claro está. No era por la guita, era por el honor. Los argentinos podemos ser los peores soretes inservibles, pero que nos quieran tomar por boludos, eso nunca.

Así que listo, con la conciencia tranquila y otra anécdota pelotuda para contar, ya podíamos hacer otra cola. La del teleférico. Otra vez, quilombo de gente y todo muy lento. Para hacerla corta, en el Pan de Azúcar sí que lo disfruté. Es más bajo que el Corcovado, pero la vista es mucho más linda, con las playas, la bahía y la ciudad de frente. Además de los obligatorios bares y gift shops, hay un paseíto para caminar por el morro, entre los árboles y las cañas. Estaba lleno de pequeños monos, de esos que los ves y decís “aaaaahhh, qué dulce”. Una mona llevaba a su cría en la espalda, muy Nat Geo. Estaban esos bruites epantosos revoloteando por toda la bahía. No sé qué mierda buscan, supongo que los tachos de basura o algún animal desprevenido o moribundo, no sé. Y también hay una vista privilegiada del aeropuerto Santos Dumont, de los despegues y aterrizajes. Nunca había visto despegar a un avión de frente y desde una altura superior.

Al bajar, en la parada del Morro da Urka estaban los de la tele grabando una promoción del carnaval. Un grupo de no más de treinta músicos y bailarinas de diferentes escolas do samba le daban a los tambores y al meneo de caderas. Para qué agregar otro lugar común. Son impresionantes, por más que ni loco iría al sambódromo y el carnaval me hastía más allá de la hora y media de espectáculo. Y por qué no decirlo, ya que estamos: las comparsas y murgas de Buenos Aires (y también las de la tristemente célebre Gualeguaychú) no resisten ni la más mínima comparación con el carnaval carioca. Son un montón de muertos de hambre, parecen un circo de pesadilla. Ni hablemos musicalmente, la variedad de ritmos y sonidos de la percusión brasileña es un universo de posibilidades al lado de los bombos y platillos retardados de los corsos de acá. Quizás no queda bien decirlo, porque desde hace un tiempo la murga porteña tiene muy buena prensa entre los progres. Se la rescata por el dudoso mérito de ser un arte “popular”. Nada demasiado grave, por otra parte, si además la estupidez política unida al predicamento cultural de la progresía no hubieran generado las siguientes y demenciales decisiones:

- Que un grupo de murgas sean subvencionadas por el gobierno porteño con no sé qué millonada de pesos.

- Que durante todos los fines de semana de febrero y los tres días de carnaval propiamente dichos las principales avenidas de varios barrios se cierren al tránsito para permitir la celebración de los “corsos”. Que la cantidad de espectadores a estos espectáculos sea insignificante, haciendo aún más injustificables los trastornos para los vecinos de una ciudad ya lo suficientemente desquiciada, no parece importarles mucho a los progres.

- Que el gobierno de la ciudad decrete asueto administrativo durante esos tres días de carnaval, por más que la basura nos llegue a la cintura, las oficinas públicas sucumban bajo el peso de sus expedientes o los hospitales sean demolidos hasta sus cimientos por las ratas.

- Que actores o conductores de TV con mucha “sensibilidad social” hagan programas para los canales oficiales en los cuales demuestran lo buenos que son, retratando las “historias de vida” de los murgueros.

Todos estos inauditos eventos se han repetido aún bajo el nuevo gobierno porteño, cuyas autoridades ya han dado alguna muestra de sensatez anunciando la intención de revisar estas acciones promovidas por sus predecesores. Espero que no sean sólo intenciones.

Releo el primer párrafo de este post y veo que estaba equivocado. Tenía unas cuantas cosas todavía para contar y decir. Espero que con una sola nota más sea suficiente.

viernes, 1 de febrero de 2008

AyS en Brasil (VII): Historia de dos ciudades



Volvamos un poco al relato del viaje. A eso del mediodía de la primera jornada completa en Río de Janeiro salimos del recorrido por el centro comercial Rio Sul habiendo comprado apenas un par de pavadas y dejado en agenda algunas otras cosas, como la camiseta del Blackburn Rovers que finalmente me llevé. Habíamos “desperdiciado” algo más de un par de horas de valiosísimo tiempo encerrados allí con la esperanza de que las condiciones meteorológicas mejoraran.

No fue así. Al salir del mall el día estaba tan nublado y con amenazas concretas de lluvia como al entrar. Entonces decidimos ir a conocer todo el Centro de la ciudad, dejando los obligatorios paseos por el Corcovado y el Pan de Azúcar para cuando apareciera el sol (que recién lo hizo al día siguiente). Habría lamentado mucho irme de Río sólo conociendo su versión nublada. Cualquier ciudad cambia mucho bien iluminada por el sol, más todavía una con las vistas de Río.

Buscamos entonces un colectivo que nos llevara al Centro. Los bondis cariocas son bastante distintos a los porteños. Son mejores, claro. Por empezar, tienen tres versiones: la básica a 2,10 reales el boleto, la básica con aire acondicionado a 2,25 y una más cómoda a 3,15, si mal no recuerdo. Es decir que, por tarifas bastante similares entre sí (y sin los subsidios ridículos y corruptos de la Argentina) están disponibles diferentes opciones que permiten un viaje razonablemente cómodo.

Otra diferencia viene dada por la particular topografía de la ciudad. Río no es un lugar en donde haya muchas manzanas con la típica disposición en cuadrículas de nuestras localidades, sino que en muchos casos los colectivos deben hacer rápidos recorridos por avenidas que rodean un morro, o que corren paralelas a la línea costera o que atraviesan túneles, o por puentes que conectan con otras avenidas. Esto dinamiza bastante el viaje, ya que en estos corredores no hay circulación peatonal y, consecuentemente, tampoco hay paradas cada dos o tres cuadras que obliguen a cargar y descargar pasajeros. Por este motivo, llegar hasta el Centro desde Rio Sul no tardó ni diez minutos, ya que el bondi corría a toda velocidad por la avenida que bordea las bahías de Botafogo y Flamengo. Distinta fue la historia cuando hubo que entrar en barrios algo más alejados de la costa, como Laranjeiras, camino al Corcovado. Allí la circulación sí se trababa y se hacía lenta, pero nunca exasperante, ni siquiera en horas pico.

Frente a la salida de Rio Sul estaba uno de los contados grupos de paradas para varias líneas. Le preguntamos a un guarda cuál nos convenía tomar, y podía ser casi cualquiera. Subimos enseguida al primero de los muchos que venían y tuvimos que enfrentar al boletero, a su cubículo y su molinete. Aquí, nada de máquinas. La tarifa era única, pero en el único instante de duda que tuvimos, el boletero aprovechó para cagarnos con el vuelto. Se hizo el boludo, miraba para otro lado y no decía nada, o apenas monosílabos incomprensibles. Típico del que te está cagando. “Muy bien”, pensé, “primer y último vivo que me caga, al menos, tan descaradamente”.

No había mucho tiempo para distracciones, ya veíamos los edificios principales que habíamos alcanzado a ojear la tarde anterior. Nos avivamos y nos bajamos en la última parada que había antes de que el bondi encarara la subida a una autopista con rumbo desconocido. Menos mal. Había un edificio de la Fuerza Aérea, y al lado nos dimos cuenta de que estaba el aeropuerto de cabotaje, el Santos Dumont. Cruzamos las anchas avenidas por un puente peatonal y ya estábamos en una punta del Centro.

Sobrevino allí un breve momento de confusión. No podíamos encontrar el correlato entre el mapa que llevábamos con sus principales referencias y la ciudad real. Avanzamos un par de cuadras y el panorama se aclaró algo. Estábamos frente a los imponentes edificios de los poderes públicos: tribunales, ministerios, dependencias varias. Ni siquiera los nacionales (mudados a Brasilia en 1960), apenas los estaduales. El tamaño y la belleza de estos edificios hacían pensar en sus equivalentes porteños como propios de maquetas. Había algo que nos hermanaba, pese a todo: a cargo de una manguera y un balde para limpiar la vereda de uno de esos mamotretos había una cuadrilla de no menos de seis o siete empleados públicos. Tranquilos, garotos, no se esfuercen mucho.

En medio de tanto poder estatal, alguna iglesita antigua y raquítica, y también alguna otra más importante, del estilo de las catedrales. Breve digresión: es increíble (hasta incomprensible para un ateo como yo) el fervor religioso de los brasileños. La iglesia católica debe retener una cuota nada despreciable de poder, pero evidentemente ha resignado mucho más en manos de decenas de iglesias o sectas evangélicas, siendo bastante notoria la presencia de nuestros conocidos de la iglesia universal del reino de dios. Y no son meros edificios, en absoluto. Tanto en Río como en Búzios, a casi cualquier hora que se pasara por estos lugares se podía ver al predicador, pastor o no sé qué dando uno de sus furibundos sermones, acompañado por la característica bandita de teclado, guitarra, bajo y batería. Puro rock cristiano. Y además llamaba mucho la atención la cantidad de carteles en calles, negocios y casas -así también como de calcomanías en los vehículos- con variadas inscripciones del estilo “Sólo Dios es fiel”, “Jesús salva”, “Que Jesús bendiga a mis clientes” o “Jesús va conmigo, ¿y con vos?”. No me quiero poner paranoico a futuro, pero cada tanto me pregunto qué nos puede llegar a suceder a los ateos cuando todas las guerras sean religiosas y abiertas.

Pudimos darnos cuenta, finalmente, que de todas las calles céntricas las más importantes eran la avenida Rio Branco y la Getulio Vargas. Pero en la Rio Branco se concentraban los edificios de oficinas, los negocios más importantes y las joyitas de la arquitectura: el Teatro Municipal, la Biblioteca, el Museo de Bellas Artes. Y en uno de los extremos se ubicaba lo que llaman Cinelandia, una manzana irregular con algunos hermosos y antiguos cines (funcionando como tales, no como en Buenos Aires). El más grande (olvidé su nombre) era auspiciado y mantenido por Petrobras. Pudimos notar que casi todos los emprendimientos culturales –y otros varios más- en Brasil los banca Petrobras, de una manera bien ostensible. La foto que me saqué es frente a otro cine más chico pero de llamativo estilo morisco, realmente encantador. Lástima no poder ver una película.

A todo esto, la mayor parte del tiempo nos acompañaba la llovizna, cuando no una lluvia hecha y derecha. Pero no importaba, metíamos las narices por todos lados. Plazas, peatonales, galerías con todo tipo de locales comerciales y de comidas, en el estilo del pasaje subterráneo bajo el Obelisco en Buenos Aires. De esto se trataba cuando hablaba de tomarle el pulso a Río. Mirar a las personas, ver cómo caminan, cómo se visten, cómo hablan, cómo gesticulan. Ya sería hora de aclarar además que Río de Janeiro es efectivamente una gran ciudad moderna, superpoblada, repleta de vehículos y en constante ebullición. Pero –siempre según lo que pudimos apreciar en los barrios principales del centro- era patente que el de Río es un caos mucho más soportable que el de Buenos Aires o el de San Pablo, según lo que dicen los propios paulistanos. Diría que es casi un caos amable. Siempre hay que matizar las observaciones hechas en vacaciones, pero no percibimos en Río esa sensación de olla a presión a punto de explotar que se siente aquí. Todo funciona un cambio más abajo. La gente parece más relajada. Aprovechando las grandes playas y el clima cálido todos los días se ve gente paseando, andando en bici o en rollers, o haciendo footing. Nadie parece tener ninguna clase de complejos en cuanto a su físico, hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, todos se visten con lo que se les ocurre, sin importar su estado atlético ni –obviamente- alguna prevención por la estética. Como divirtiéndose del lugar común, casi todas las chicas compiten por encontrar la tela más ajustada para sus ropas, el color más flúo o chillón, el estampado más llamativo. Van casi siempre trepadas a ojotas, sandalias o zapatos con plataformas y tacos que nunca son inferiores a los quince centímetros. El maquillaje que usan rebaja el look de nuestra presidente Fernández al de una monja de clausura.

Son conocidas las persistentes desigualdades de la sociedad brasileña, las que los hace bromear diciendo que desde hace décadas el Brasil es la potencia del futuro… y siempre lo será. Yo les recomendaría tener un poco más de paciencia, porque me parece que desde que Fernando Henrique Cardoso hizo los deberes y le allanó el camino a Da Silva para éste que metiera el gol con la pelota picando frente al arco (la misma pelota que en la Argentina los K ya se encargaron de mandar a la tercera bandeja, por más que la tribuna grite el gol), las cosas serán muy diferentes en este país. Para mejor, claro. Leí alguna vez alguna nota periodística livianita en la cual un progre brasileño muy apurado, no sé si algún político, un intelectual o un taxista, decía que admiraba de los argentinos ese espíritu rebelde que los lleva a protestar ante las injusticias, siendo que en Brasil todos se encogían de hombros y aceptaban lo que viniera. Si supiera este pobre hombre lo equivocado que está. Si supiera lo que es vivir en esta sociedad histérica e infantil, abandonada a la eterna victimización, a la extorsión corporativa, al desprecio por las instituciones y la autoridad, a la irresponsabilidad absoluta en el manejo y la utilización de los espacios (y las vidas) propias y ajenas, a la idealización de la pobreza y la marginación como el último reducto de pureza que el afán de lucro, la competencia y el consumismo (los supuestos males del mundo, que son en verdad buena parte de sus soluciones) no han podido mancillar.

Quizás por esta falta de histeria, quizás por desinterés, quizás por mero sentido común, no nos cruzamos en Río de Janeiro con protestas o cortes de calles, no presenciamos discusiones o eventos violentos, la policía (famosa en Brasil por su rudeza) era una presencia por demás discreta, los automovilistas, taxistas y colectiveros no parecían suizos pero tampoco hacán de su bocina un elemento de tortura. Otro indicio: no se ven muchos autos chocados o con reparaciones recientes.

Y también podría agregar: las plazas, calles y veredas no son de una pulcritud sajona, pero están en mucho mejor estado que las de Buenos Aires. Las playas masivamente visitadas de Copacabana e Ipanema se ven limpias, quizás porque la gente es cuidadosa o porque la Prefeitura (Municipalidad) se ocupa muy bien de limpiar. De hecho, vimos cómo lo hacía al anochecer, con grandes tractores que rastrillan constantemente la arena. De la cuestión de las famosas favelas y de la violencia narco no puedo decir nada, pero por lo que he sabido la ciudad ha mejorado mucho desde que las autoridades optaron por cambiar una política de erradicación por otra de urbanización, abriendo calles e instalando los más básicos servicios públicos y sanitarios. Claro que no debe ser un paraíso vivir allí, pero estoy seguro de que debe de ser mejor que en nuestras inhumanas villas, acerca de las cuales se promete mucho pero no se hace absolutamente nada. O lo poco que se hace resulta contraproducente.

Por supuesto, mirando un rato los noticieros locales encontrábamos a los clones brasileños de los locutores hipócritas y demagogos de la TV argentina, mostrando cada tarde las violentas tragedias cotidianas de San Pablo y Río y quejándose amargamente de la lamentable labor de los políticos brasileños. También seguimos en el diario O Globo los pormenores de un intento de rebelión fiscal contra la Prefeitura –apoyado u organizado por el diario- para que no se usaran las cuotas del impuesto municipal de este año con fines electoralistas, acusando a la administración de ineficiente y dejada. Se señalaban desórdenes varios, transporte público clandestino, mobiliario urbano o postes de luz caídos o rotos sin ser repuestos y un fenómeno de “favelización” creciente en varios barrios. Imposible poder comprobar cuánto de verdad hay en todo eso. Sólo puedo concluir en que Río de Janeiro parece ser una ciudad mucho más humana que Buenos Aires.

martes, 22 de enero de 2008

AyS en Brasil (II): Salir del pozo


Hacía casi diez años que no asomaba la cabeza de esta cueva cada vez más claustrofóbica llamada Argentina. No voy a hacer una proclama demasiado ruidosa acerca de lo harto que me tiene este país cada vez más provinciano, principalmente porque no quiero quedar demasiado expuesto en la incómoda posición del que se siente por encima del promedio de sus compatriotas. Aún cuando es más que evidente que sí, por supuesto, así es como me siento. Como casi todo el mundo, por otra parte. Con el poco convincente atenuante de que también es cierto que la mayoría de los argentinos acentúa su comportamiento soberbio y displicente cada vez que sale al extranjero, y puedo asegurar que ese no es mi caso. Al menos en público.

Todos los argentinos que visitamos algún otro país debemos tener nuestra anécdota sobre la vergüenza que nos hacen pasar los argentinos en el exterior, todos podemos contar algún episodio mínimamente escandaloso. Por mi parte, recuerdo un rápido diálogo con dos cabezas de termo en París, en ocasión del mundial ´98. Uno de ellos afirmó –ostensiblemente fastidiado- que la ciudad le parecía muy aburrida. El otro ni se molestó en levantarse del cantero de la plaza en el cual había decidido pasar la tarde, cómodamente despatarrado. Ni yo ni mis amigos –un heterogéneo grupo de viajeros de comportamiento no siempre ejemplar, por otra parte- podíamos dar crédito a lo que oíamos.

Otros dos recuerdos los tengo fresquitos, de la semana pasada, en la posada en donde estaba alojado en Búzios. En el primer caso, una señora gorda argentina que no entendía las amabilísimas explicaciones en perfecto y comprensible portugués del recepcionista. Nerviosa y contrariada, no tuvo mejor idea que espetarle un agresivo “Iu spik in inglis?”. El pobre hombre se resignó a decirle que no y a continuar con su corto calvario.

No recuerdo si fue el mismo empleado el que tuvo que lidiar con otra intrigante pregunta de un joven argentino, de entre 19 y 22 años. “¿Qué son esas luces que se ven desde la costanera?”, inquirió. Seguramente el joven debe creer que el localismo “costanera” –por calle, avenida o paseo urbano que bordea una costa- es una categoría tan universal que logra trascender todo tipo de barreras, incluso las idiomáticas. Lástima que el recepcionista no estaba al tanto de ello.

La cuestión es que si bien estaba claro que, argentino al fin de cuentas, no había podido evitar el lugar común de ir justamente a Búzios a descansar del apabullante y brevísimo paseo de apenas dos días y medio por Río de Janeiro, cada vez que estando allí dejaba de escuchar la sonora y teatral entonación del portugués para reconocer las sentencias intrascendentes y gritonas de un porteño, un rosarino, un cordobés, me ponía de mal humor. Aún cuando ni yo mismo sé hablar en portugués. Y lo más curioso y contradictorio fue que para mi propio desempeño preferí no recurrir al portuñol, sino que me empezó a gustar la extraña interacción que se da cuando uno escucha un idioma, habla en el propio y pese a todo el diálogo fluye. Me resultaba gracioso el contraste entre una música y otra, si se quiere. Y la sobriedad del sonido del español rioplatense, pronunciado con amabilidad y sin localismos perjudiciales, hasta me parecía encantador y bien recibido por la otra parte. ¿No era acaso el multiculturalismo algo deseable? Bueno, no siempre, pero en este caso decidí que sí.

En fin, fue un alivio animarme otra vez a enfrentar a ese monstruo infernal ubicado en Ezeiza, sentir ese nerviosismo estúpido del viajero poco acostumbrado al avión, la idiota fascinación por mirar por la ventanilla y la alegría de aterrizar en OTRO lugar . Y creo que también fue una excelente manera de corroborar la ubicación e importancia actual de nuestro país en la región y en el mundo: no existimos. Somos pobres y patéticos. No le importamos a nadie, salvo a los países que sufren más directamente nuestros dislates, como Uruguay o Chile. Que alguna vez nos miraron con admiración o envidia y pronto lo harán con sorna. Después de pasar por épocas de pendejos prepotentes en las cuales sacábamos un billete de cien pesos-dólares en el exterior y nos creíamos Donald Trump, ahora con esa cantidad apenas si dos personas adultas podíamos conseguir algo digno para llevarnos a la boca. Ahora hay que ubicarse, mostrarse educado y medido, pedir permiso y por favor, no sorprenderse demasiado de que en Río clasifiquen los residuos en tachos de cuatro colores distintos mientras que en Buenos Aires la mugre va a parar siempre unánimemente al piso, y estar contentos de no ser deportados. ¿Reivindicación del Satánico Dr. 90´s? No tanto como crítica del aislacionismo del nuevo siglo.

Estando en Brasil con Evan nos sentíamos pobres, porque eso es lo que somos en términos absolutos. Puede que el hotel y la posada que conseguimos a través de un agente local tuvieran cierta categoría, pero en la calle éramos dos muertos de hambre. Con el sueldo promedio de la clase media argentina podríamos aspirar a vivir en una favela carioca sin muchos narcos, en el mejor de los casos. Será por eso entonces que recorrer Río se volvió un desafío. A la limitación del tiempo se sumó la monetaria. Y hubo que despertarse, caminar, preguntar, aprender, tomar colectivos. Evitar los lugares comunes del turista que paga contento cualquier dinero por cualquier mierda. Pensar, por ejemplo, lo ridículo que es que en Buenos Aires lleven a los turistas a esa escenografía maloliente llamada Caminito, entonces ¿para qué carajo gastar plata y tiempo en ir al sambódromo vacío? Río de Janeiro es efectivamente una ciudad maravillosa, con innumerables cosas interesantes para conocer. ¿Cómo hacer que el tiempo rinda? Caminamos larguísimos trechos pensando que si hacemos dos cuadras más vamos a encontrar algo increíble y medio escondido, que a nadie le importa pero a nosotros sí. No hay tour que te pueda dar eso, pero también es un riesgo. ¿Nos equivocamos, nos perdimos algo que no debíamos perdernos por nada del mundo? Creemos que no mucho. Lo vamos a ir contando.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Sensibles


Todos conocen ya la camiseta alternativa del Inter. Dijimos que podía ser polémica. Pero jamás creímos que iba a pasar esto.

Samuel Huntington es un genio, lean lo que dice acerca de Turquía en su clásico El choque de las civilizaciones.

Terminemos con esta pavada del multiculturalismo.

martes, 11 de diciembre de 2007

La camiseta no se mancha


Hace tiempo que vengo reflexionando acerca del mundial Argentina 1978. Creo que ya sería tiempo de plantear ciertas ideas que intenten superar la larga historia de lugares comunes que se viene repitiendo desde hace tantos años, así que supongo que este será el tema de un próximo post.

Mientras tanto, podríamos repasar uno de los hechos más escandalosos de aquel evento, el cual ha vuelto a los primeros planos por ciertas declaraciones inesperadas: se trata del partido de segunda ronda entre la Argentina y Perú, el cual -como todos saben- culminó con un 6 a 0 en favor del local, situación que le permitió a éste acceder al partido final con Holanda relegando al seleccionado de Brasil.

En esta nota del periodista Ezequiel Fernández Moores se intenta echar algo de luz sobre este asunto, a la vez que se hace un interesante resumen de las controvertidas declaraciones de varios personajes que, de un modo u otro, tuvieron alguna participación en aquel partido.

De allí tomo el siguiente párrafo:

Quince días después del Mundial, la Argentina del general Videla, quien antes del partido había ingresado al vestuario peruano junto con el ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, "otorgó un crédito no reembolsable" a Perú "para la adquisición de cuatro mil toneladas de trigo a granel", según lo publicó el diario La Razón de aquel día, en su página 11 y bajo el título "Trigo". Esa donación, según afirmó el escritor inglés David Yallop en su libro de 1999 How they stole the game (Cómo nos robaron el juego), formó parte del supuesto acuerdo de la dictadura argentina con la peruana, cuya selección, a pedido del DT Calderón, actuó en ese partido con una camiseta alterna (roja), "para no pasar vergüenza con la tradicional blanquirroja".


Una actitud muy Arte y Sport la del equipo peruano. Incluso estando dispuestos a dejarse sobornar en un mundial de fútbol decidieron resguardar el honor de su camiseta. Un mínimo gesto de honor en medio de la peor vergüenza.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Todo lo que siempre quiso saber...

... sobre el conflicto por Botnia, pero no se atrevía a preguntar, en esta nota del blog Monología. Imperdible.

Y ya que estamos, podríamos recordar el avance del excelente documental El gran simulador / No a los papelones, de Eduardo Montes Bradley, haciendo click acá.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Un mail de mi amigo Fabián

De: Fabian XX [mailto:xxxx@xxxxxxx.net.ar]
Enviado el: 12 November 2007 15:08
Para: xxxxx
Asunto: RE: Renovación total

Querido amigo Eugenio,

Hoy entre en vuestro Blog (lo hago habitualmente) y de curioso ingrese en la pagina “del Parque Chas” para interiorizarme en su búsqueda de justicia con respecto a la maltratada fuente. Comparto su causa, destaco su interés y que se haya involucrado en el reclamo (yo jamás hubiese pasado del reclamo en “la mesa del café”) pero hay algo que lo deja muy mal parado frente a las cámaras…


Donde ha quedado ese prolijo cuidado personal (casi tan puntilloso como el del Sr. Gustavo Dutto), como me sale en cámara con las medias sobre el pantalón, tal celoso recolector de basura de empresa barata.


Que el justo reclamo no nuble su buen vestir… por favor.


Saludos.


Y la respuesta:



Tal descuido es imperdonable, como Ud. bien señala, y espero no vuelva a repetirse nunca más. Sin embargo, tiene un atenuante. Sucede que el lejano día en que aquellos videos fueron grabados cometí la imprudencia de vestirme con esos jeans de corte amplio a la altura de las pantorrillas. Como en aquella oportunidad mi novia y yo estábamos paseando en bicicleta, me vi en la obligación de introducir el pantalón dentro del elástico de las medias con el único objeto de que el inmanejable borde del pantalón no obstruyera el funcionamiento de la cadena y los engranajes del vehículo, peligrosa situación de consecuencias potenciales imprevisibles.

Acerca de la mentada fuente, puedo comentarle con mesurada alegría que su funcionamiento ha sido parcialmente restablecido por personal gubernamental. Si bien algunas luces no funcionan y siguen sin cumplirse los lineamientos principales del proyecto que fuera oportunameente anunciado y aprobado, al menos han intentado mejorar su aspecto sembrando algunas plantas y quitando los yuyos que comenzaban a crecer indiscriminadamente. También han decidido restringir el funcionamiento de los chorros de agua al mucho más razonable horario comprendido entre las 8 de la mañana y la medianoche de cada día, ayudando así al mejor mantenimiento del mecanismo.

Lamentablemente, tales esfuerzos son torpemente desperdiciados por personas de accionar negligente, apariencia desagradable, ocupación dudosa, condición social inferior y vocabulario horroroso, quienes no dudan en utilizar un monumento público, una obra de arte de la arquitectura urbana –de calidad estética discutible, si se quiere, pero obra de arte al fin- como escenario principal de sus demenciales orgías de gaseosa y cerveza. Como consecuencia directa del obrar de estos inadaptados sociales, cada día debo acometer yo mismo con la tarea de limpiar los desperdicios de toda índole (papeles, bolsas, botellas de plástico, envases de alimentos de alto contenido en lípidos) abandonados en derredor de la fuente a la suerte que el viento disponga. Asimismo, manos anónimas y criminales han garrapateado con pintura en aerosol una leyenda incomprensible en dos de las paredes exteriores de la fuente.

De este modo, este notable dispositivo ideado como elemento decorativo, como motivo de identificación de los vecinos con su barrio y para deleite visual y sensorial de todo aquel que tuviere la suerte de transitar por la zona, se ve reducido a involuntario campo de batalla en donde se manifiestan las fuerzas desintegradoras y retardatarias de la sociedad, la desidia e inoperancia de las autoridades y la buena voluntad de unos pocos vecinos que no nos resignamos a la degradación sin más de los espacios públicos.

Más allá de todos estos avatares, aprovecho la oportunidad para manifestar aquí mismo mi compromiso irrenunciable con el mantenimiento y mejora de la fuente de Parque Chas. Además de insistir con los reclamos ante la autoridad competente –aprovechando el inminente cambio de gobierno municipal que permite avizorar un enfoque mucho más pragmático y desprejuiciado en la materia-, me encuentro en plena elaboración de una iniciativa unilateral tendiente a completar el menguado cantero de la fuente con todo tipo de especies vegetales, aquellas que mejor se adapten al sufrido entorno en que deberán desarrollarse. Dicho proyecto se encuentra en estado de evaluación financiera y factibilidad operativa. Prometo tenerlo al tanto de cualquier novedad.

Muchas gracias por su atención y la lectura dedicada de mi pequeño orgullo tecnológico-literario llamado Arte y Sport.

Le envío mi más afectuoso abrazo.



jueves, 8 de noviembre de 2007

Y hay más: otro pelotudo


El problema de los escritores de izquierda es que se creen muy vivos e intelectuales. Y la verdad es que son bastante pelotudos.

¿Y a éste le dieron el Nobel? ¡Y a éste no!

martes, 6 de noviembre de 2007

Me olvidaba: otra pelotuda


El problema de los franceses es que se creen muy vivos e intelectuales, especialmente cuando se dedican a desparramar su antiamericanismo de esa manera tan soberbia. Y la verdad es que son bastante pelotudos.

Claro, ahora con Sarkozy las cosas están cambiando, pero vamos a ver hasta dónde. Y tengo miedo de que el loco se pase un poco de rosca. También, con esa oposición...

sábado, 3 de noviembre de 2007

"Todos con el culo en la pared..."


Luego del triunfo de Cristina Fernández en las elecciones presidenciales, un importante número de periodistas y opinólogos decidieron curarse en salud y prosternarse frente a su figura. Fue llamativamente elogiado el discurso (no tan) improvisado al declarar su victoria, pese a lo cual –y como tantas otras veces- desde el día siguiente a aquel domingo tanto ella como otros funcionarios se dedicaron a borrar con el codo lo que escribieron con la mano. Para ser más explícitos: continúan mintiendo, tergiversando y desinformando con un nivel de descaro e hipocresía inusitados.

De todos los análisis post elecciones me quedo con éste, de Alejandro Rozitchner, que al menos intenta considerar las propias responsabilidades de la sociedad, además de encontrar siempre un matiz esperanzador.

Pero me estoy empezando a encabronar feo con esto que leo en diarios, revistas, blogs y todo tipo de comentarios en los sitios más diversos, reales y virtuales: que la Argentina moderna y urbana vota racionalmente y el Gran Buenos Aires y el interior es presa del clientelismo peronista. Esto es algo sólo parcialmente cierto.

Retrocedamos un poco, al período 1999-2001. ¿A nadie se le escapó nada? ¿Pasamos automáticamente del Turco al Cabezón, y de allí al Pingüino? No, por si a algunos se les olvida, existió la Alianza, a la cual votamos todos, la ciudad progre, el conurbano cabeza y el interior feudal.

Más allá del resultado desastroso de este anteúltimo experimento progre-radical denominado Alianza (o "la alucinación de la clase media", como la llamó el Turco Asís), cuyo espíritu pareciera guiar también a la Coalición Cívica de Elisa Carrió, el peronismo demostró que no es invencible. Y que votar libre de las ataduras del clientelismo tampoco asegura nada a priori. De hecho, aunque muchos porteños han depositado sus esperanzas opositoras en Carrió, apenas un par de meses después de haberlo hecho en Macri, imagino que, puesto ante la disyuntiva de una segunda vuelta, yo mismo habría terminado votando a Cristina. Aclaro que siempre fue mi intención votarlo a Lavagna, quien imagino que habría sido mucho más capaz de garantizar la gobernabilidad en caso de ganar que la Coalición. No creo que la Argentina pueda soportar una nueva repetición de una experiencia como la de la Alianza. Pero los errores en la campaña de Lavagna, ciertas disidencias con su programa y la previsión evidente de que no llegaba a la segunda vuelta me inclinaron a votar a López Murphy. Candidato de escasa estrategia política, que también cometió errores importantes durante la campaña, pero que en todo caso es el que mejor representa mi pensamiento. Y fue algo triste notar cómo fue mandado al muere por Macri.

En fin, ahora pareciera que el país se partió nuevamente en dos, interior y conurbano contra Buenos Aires, peronistas contra gorilas, víctimas del clientelismo contra racionalistas, o como se lo quiera llamar. Por supuesto que yo estaré más cerca del segundo grupo, aunque el lugar común de "la culta clase media porteña" me parece cada vez más un mito. Si existe, es muy poco numerosa y nada relevante, más allá de su estridente poder de queja y de las invocaciones de medios como el gran no-diario. Y además, esta cultíssssima clase media no parece tan dedicada a planear y poner en marcha la modernización y la reforma del país, más bien se está empeñando en destruir las pocas instituciones que quedan en pie, como la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, colegio del cual soy orgulloso ex alumno. Por supuesto que a la UBA ya la destruyeron, y eso no tiene vuelta atrás.

lunes, 29 de octubre de 2007

Mi furia no tiene límites

Si alguien recuerda en los últimos quince años un ataque verbal más agresivo contra el espíritu democrático que éste, que por favor me lo recuerde. Que un alto funcionario gubernamental realice estas declaraciones es gravísimo. ¿De qué sirve entonces que la presidente electa haga llamados a la moderación, al pluralismo y a la concertación social?

Tras la elección de ayer
"Les pido a los porteños que dejen de votar como una isla", dijo dolido por la amplia victoria de Carrió en ese distrito, el líder del PJ Capital y jefe de Gabinete, Alberto Fernández; son "soberbios", sostuvo
LANACION.com | Política | Lunes 29 de octubre de 2007

domingo, 14 de octubre de 2007

Huntington tiene mucha razón

Para los que se quejan de "la dictadura de Hollywood" o del "imperialismo yanqui", no se preocupen, ya lo van a recordar como la edad de oro. Lo que se viene es mucho peor, y no sólo por el cine o el deporte.

Expansión: el cine de la India ya es un fenómeno global
Río de Janeiro fue escenario de una ambiciosa producción, como muestra de su avance en América latina
LANACION.com Espectáculos Domingo 14 de octubre de 2007

Desde Antigua y Barbuda
Escribe Teresa Bausili
LANACION.com Enfoques Domingo 14 de octubre de 2007

miércoles, 10 de octubre de 2007

Suficiente boludeo con este tipo


Ya es hora de ir dejando la adolescencia y empezar a entender realmente el significado profundo de la historia de Ernesto Guevara, de su alucinada ideología y de su perverso legado. Para ello, sugiero que entren acá, y que lean acá.

Y recomiendo nuevamente el blog Monología, un lugar ideal para comprender la naturaleza del liberalismo y poner en evidencia las imbecilidades del progre argentino medio: papeleras, Cuba, Chávez, Irán, piqueteros, "lucha social". Y por qué no también, las falacias de la teoría marxiana.

jueves, 30 de agosto de 2007

No comments

Este no es un blog muy visitado, a pesar de que ya tiene cierto tiempo. Admiro y envidio a los que tienen miles de visitas cada día y decenas de comentarios. Conocí algunos realmente muy buenos, incluso útiles.

Lo que me frustra un poco es el asunto de los comentarios. Recibo muy pocos, cinco por mes con suerte. Y cuatro de esos cinco son para putearme, burlarse de mí, gritarme sus verdades como si yo fuera retardado, amenazarme. Obviamente, los rechazo. Sé que mis opiniones pueden resultar polémicas. Pero cuando yo dejo comentarios en otros blogs, aún cuando sea para expresar desacuerdos, trato de hacerlo con respeto y sin tomar al blogger por idiota.


El último caso, por ejemplo. Alguien deja un comentario a mi post sobre Asís diciendo que Sobisch es un asesino. ¿Qué, acaso pensará que no me enteré de Fuentealba? Insultarme es una cosa, pero tomarme por retardado es peor aún. Con todo lo que lamento la muerte de cualquier persona, si yo hago ese post y ni siquiera menciono el asunto es porque lo del docente no me parece relevante para el asunto de este post específico, o no me parece relevante en lo absoluto.

No pido que estén de acuerdo, sino que sean menos obvios. Y recuerdo que estoy a favor de las papeleras, escandalizado por la partida de la Esso del país, que me compré la camiseta de Chile por Bielsa y que ojalá que nos rompan bien el orto.

viernes, 24 de agosto de 2007

El candidato


No parece ser la decisión más popular, sobre todo teniendo en cuenta que se lo suele calificar como "ese que estaba con Menem y todavía lo defiende". Pero Jorge Asís ha anunciado que se presenta como el candidato a vicepresidente de la fórmula que encabeza Jorge Sobisch, otro que viene con el prestigio por el piso.

No voy a ponerme a defender acá a ninguno de los dos, ya son señores grandes y se las arreglan muy bien. Únicamente voy a decir que el renovado portal www.jorgeasisdigital.com viene entregando -desde su aparición hace un par de años- los mejores análisis políticos y las informaciones que pocos medios se atreven a publicar. Hace ya tiempo que Asís viene hablando de marroquinería y descascaramiento, y este gobierno desesperantemente vulgar ya no puede ocultar más lo que antes pasaba desapercibido, para los más aturdidos al menos. No sería redundante recordar además que el Turco es un gran escritor, pese a la obstinada indiferencia que le prodiga el mundillo intelectual y académico.

Hay que prestarle atención. Si va con Sobisch, alguna buena razón supongo que tendrá. Nada es inimaginable en nuestra tan degradada vida política e institucional.

miércoles, 15 de agosto de 2007

La pésima educación


Después de haber escrito la entrada anterior, leí esta columna de Pepe Eliaschev en Perfil. Confirmé con horror que la situación en la Universidad de Buenos Aires empeora hasta límites inimaginables. Creo que la actual es una crisis terminal y sin retorno. No sé me ocurre ninguna otra solución que no implique la aplicación drástica y simultánea de las siguientes medidas, las cuales implican por supuesto terminar con esa ridiculez de la autonomía universitaria:


- Intervención total por parte del Ministerio de Educación, con aval y seguimiento del Congreso y desestimando cualquier obstrucción de la Justicia. No confío en las actuales autoridades del Ministerio, claro está, sino que trato de imaginar un nuevo gobierno con gente razonable a cargo.


- Sumario, expulsión automática y denuncia ante la Justicia a todos aquellos estudiantes que hayan protagonizado desmanes en los últimos tiempos (destrozos en instalaciones, agresiones personales, amenazas, bloqueos de reuniones de autoridades, etc.).


- Arancelamiento de todas las carreras de grado. Auditoría integral para detectar y castigar las innumerables irregularidades en el manejo de los fondos públicos. Cierre inmediato de los variopintos kioskos que recaudan fortunas destinadas a financiar actividades para nada relacionadas con lo académico.


- Disolución de la F.U.B.A., de todos los centros de estudiantes y de todos aquellos órganos estudiantiles que no representan a nadie y que funcionan al sólo efecto de captar cajas y entrenar a los futuros punteros políticos, piqueteros y demás fascistas partidarios de la acción directa.


- Despido de todos los noquis no docentes. A los que queden laburando que ni se les ocurra algo así como voz y voto en los Consejos Directivos. Quizás únicamente al personal técnico y altamente calificado que desarrolle tareas que no se relacionen directamente con la docencia.


- Efectivización y blanqueo inmediatos de todos los docentes en negro y no rentados. Lo cual no implica que los ayudantes y los J.T.P. deban continuar haciendo el trabajo que los titulares no hacen. Basta de titularidades de cátedra para los que sólo la usan como brillametal que lustra sus curricula. Todo aquel que labura tiene que cobrar un sueldo; los que no, que renuncien, que continúen con sus labores habituales en el sector privado y que les dejen sus cátedras a quienes efectivamente las ejercen.


- Decretar como ilegales e impedir por medio de la fuerza pública toda medida de fuerza que implique ocupación de instalaciones, interrupción de las clases, cortes de calles o sabotaje de los órganos directivos.



Luego de estas medidas de emergencia la U.B.A. deberá ser reformada de manera que se transforme en una institución completamente diferente de la actual. En próximas entradas iré sugiriendo algunas posibilidades.

martes, 14 de agosto de 2007

La mala educación


Hace tiempo que estoy convencido de que las reformas educativas implementadas en la Argentina a partir del retorno de la democracia han resultado un completo desastre, cuyas consecuencias las sufrirán no sólo las varias generaciones de analfabetos funcionales que son el resultado directo de ella, sino incluso el conjunto de la sociedad durante muchos de los años por venir.


Para resumirlo en una fórmula rápida y simplificadora: la escuela de la dictadura y de los años previos generó ciudadanos con conocimientos parciales y descontextualizados, con tendencias autoritarias y represiones duraderas, con una cultura cívica esquizofrénica producto del agudo contraste entre lo que se enseñaba y lo que se podía encontrar efectivamente en nuestra sociedad; por el contrario, la escuela de la democracia ha generado simples ignorantes, personas de muy baja capacidad de abstracción, incapaces de construir oraciones con un mínimo de sentido, sin ningún tipo de cultura letrada. Y además, por si fuera poco, sin ningún vestigio de respeto por autoridades de ningún tipo, sean éstas académicas, políticas o burocráticas. Con el tácito consentimiento de su padres, por supuesto.

Algunas lecturas recientes me han permitido saber que en países bastante más avanzados que el nuestro suceden cosas parecidas. Por ejemplo, en La obsesión antiamericana, Jean François Revel critica las tendencias pedagógicas implementadas por los sucesivos gobiernos franceses –tanto socialistas como de centroderecha- como reacción a los sucesos de mayo de 1968. Tal cual lo hiciera el ahora presidente Nicolas Sarkozy en su famoso discurso de campaña en Bercy, Revel cuestiona las tendencias a relajar excesivamente las sanciones disciplinarias, a no resaltar la importancia del respeto a las jerarquías y la caída en desuso de la meritocracia escolar. Además, Revel hace especial hincapié en su crítica a las tendencias multiculturalistas, las cuales serían -según él- las principales responsables de que las respuestas del sistema educativo francés a los problemas que la inmigración de mayoría musulmana ha generado no han logrado más que agudizar los males que pretendían enfrentar.

Otro ejemplo lo encontré en esta nota del portal Universia, en donde se comenta el trabajo de una investigadora sueca, Inger Enkvist, quien realiza críticas similares a las de Revel. Realmente, una entrevista muy recomendable.

La educación argentina necesita, como en muchos otros aspectos, de una verdadera revolución bifronte: conservadora en su rescate de los valores perdidos del enciclopedismo, la competencia, el mérito y la disciplina, y a la vez de vanguardia en su incorporación de nuevos contenidos y tecnologías que ayuden a una renovación y actualización constantes de los métodos pedagógicos, algo que resulta imprescindible para preparar a los alumnos a desempeñarse en un mundo cada vez más complejo y cambiante.


Un ejemplo que puede resultar menor pero que creo que es fundamental: no puede seguir faltando en los colegios argentinos una materia (que podría llamarse “calidad de vida”, por ejemplo) que enseñe a los chicos a comportarse de manera racional en su medio ambiente, sea éste cual fuere. No me refiero a la ecología entendida como un montón de fascistas que cortan una vía de comunicación y generan varios conflictos internacionales absurdos, sino a que los chicos aprendan a desterrar y corrijan ellos mismos todas las conductas de los adultos que hacen de nuestra vida cotidiana un infierno. A levantar la mierda del perro, a tirar la basura en cestos y contenedores, a reciclar todo lo que sea posible, a apagar las luces encendidas al pedo, a cerrar las canillas, a no gastar la provisión de agua de siete mil refugiados tailandeses en lavar una vereda, a conducirse en la vía pública para que dejemos de tener más muertos en calles y rutas que en la guerra de Irak, a que la base de la alimentación argentina deje de ser la grasa trans, a que aprendamos el valor de nuestros derechos como consumidores, a que dejemos de comportarnos en las canchas de fútbol como espartanos de las Termópilas, y muchas cosas más.

La educación argentina tiene que asumir sus responsabilidades de una buena vez, enfrentar la situación con realismo, terminar con las buenas intenciones y los discursos de falsa tolerancia y buenismo idealista. Tiene que hacer de nosotros mejores personas.