Luego del triunfo de Cristina Fernández en las elecciones presidenciales, un importante número de periodistas y opinólogos decidieron curarse en salud y prosternarse frente a su figura. Fue llamativamente elogiado el discurso (no tan) improvisado al declarar su victoria, pese a lo cual –y como tantas otras veces- desde el día siguiente a aquel domingo tanto ella como otros funcionarios se dedicaron a borrar con el codo lo que escribieron con la mano. Para ser más explícitos: continúan mintiendo, tergiversando y desinformando con un nivel de descaro e hipocresía inusitados.
Retrocedamos un poco, al período 1999-2001. ¿A nadie se le escapó nada? ¿Pasamos automáticamente del Turco al Cabezón, y de allí al Pingüino? No, por si a algunos se les olvida, existió la Alianza, a la cual votamos todos, la ciudad progre, el conurbano cabeza y el interior feudal.
Más allá del resultado desastroso de este anteúltimo experimento progre-radical denominado Alianza (o "la alucinación de la clase media", como la llamó el Turco Asís), cuyo espíritu pareciera guiar también a la Coalición Cívica de Elisa Carrió, el peronismo demostró que no es invencible. Y que votar libre de las ataduras del clientelismo tampoco asegura nada a priori. De hecho, aunque muchos porteños han depositado sus esperanzas opositoras en Carrió, apenas un par de meses después de haberlo hecho en Macri, imagino que, puesto ante la disyuntiva de una segunda vuelta, yo mismo habría terminado votando a Cristina. Aclaro que siempre fue mi intención votarlo a Lavagna, quien imagino que habría sido mucho más capaz de garantizar la gobernabilidad en caso de ganar que la Coalición. No creo que la Argentina pueda soportar una nueva repetición de una experiencia como la de la Alianza. Pero los errores en la campaña de Lavagna, ciertas disidencias con su programa y la previsión evidente de que no llegaba a la segunda vuelta me inclinaron a votar a López Murphy. Candidato de escasa estrategia política, que también cometió errores importantes durante la campaña, pero que en todo caso es el que mejor representa mi pensamiento. Y fue algo triste notar cómo fue mandado al muere por Macri.
En fin, ahora pareciera que el país se partió nuevamente en dos, interior y conurbano contra Buenos Aires, peronistas contra gorilas, víctimas del clientelismo contra racionalistas, o como se lo quiera llamar. Por supuesto que yo estaré más cerca del segundo grupo, aunque el lugar común de "la culta clase media porteña" me parece cada vez más un mito. Si existe, es muy poco numerosa y nada relevante, más allá de su estridente poder de queja y de las invocaciones de medios como el gran no-diario. Y además, esta cultíssssima clase media no parece tan dedicada a planear y poner en marcha la modernización y la reforma del país, más bien se está empeñando en destruir las pocas instituciones que quedan en pie, como la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, colegio del cual soy orgulloso ex alumno. Por supuesto que a la UBA ya la destruyeron, y eso no tiene vuelta atrás.
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