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martes, 22 de enero de 2008

AyS en Brasil (II): Salir del pozo


Hacía casi diez años que no asomaba la cabeza de esta cueva cada vez más claustrofóbica llamada Argentina. No voy a hacer una proclama demasiado ruidosa acerca de lo harto que me tiene este país cada vez más provinciano, principalmente porque no quiero quedar demasiado expuesto en la incómoda posición del que se siente por encima del promedio de sus compatriotas. Aún cuando es más que evidente que sí, por supuesto, así es como me siento. Como casi todo el mundo, por otra parte. Con el poco convincente atenuante de que también es cierto que la mayoría de los argentinos acentúa su comportamiento soberbio y displicente cada vez que sale al extranjero, y puedo asegurar que ese no es mi caso. Al menos en público.

Todos los argentinos que visitamos algún otro país debemos tener nuestra anécdota sobre la vergüenza que nos hacen pasar los argentinos en el exterior, todos podemos contar algún episodio mínimamente escandaloso. Por mi parte, recuerdo un rápido diálogo con dos cabezas de termo en París, en ocasión del mundial ´98. Uno de ellos afirmó –ostensiblemente fastidiado- que la ciudad le parecía muy aburrida. El otro ni se molestó en levantarse del cantero de la plaza en el cual había decidido pasar la tarde, cómodamente despatarrado. Ni yo ni mis amigos –un heterogéneo grupo de viajeros de comportamiento no siempre ejemplar, por otra parte- podíamos dar crédito a lo que oíamos.

Otros dos recuerdos los tengo fresquitos, de la semana pasada, en la posada en donde estaba alojado en Búzios. En el primer caso, una señora gorda argentina que no entendía las amabilísimas explicaciones en perfecto y comprensible portugués del recepcionista. Nerviosa y contrariada, no tuvo mejor idea que espetarle un agresivo “Iu spik in inglis?”. El pobre hombre se resignó a decirle que no y a continuar con su corto calvario.

No recuerdo si fue el mismo empleado el que tuvo que lidiar con otra intrigante pregunta de un joven argentino, de entre 19 y 22 años. “¿Qué son esas luces que se ven desde la costanera?”, inquirió. Seguramente el joven debe creer que el localismo “costanera” –por calle, avenida o paseo urbano que bordea una costa- es una categoría tan universal que logra trascender todo tipo de barreras, incluso las idiomáticas. Lástima que el recepcionista no estaba al tanto de ello.

La cuestión es que si bien estaba claro que, argentino al fin de cuentas, no había podido evitar el lugar común de ir justamente a Búzios a descansar del apabullante y brevísimo paseo de apenas dos días y medio por Río de Janeiro, cada vez que estando allí dejaba de escuchar la sonora y teatral entonación del portugués para reconocer las sentencias intrascendentes y gritonas de un porteño, un rosarino, un cordobés, me ponía de mal humor. Aún cuando ni yo mismo sé hablar en portugués. Y lo más curioso y contradictorio fue que para mi propio desempeño preferí no recurrir al portuñol, sino que me empezó a gustar la extraña interacción que se da cuando uno escucha un idioma, habla en el propio y pese a todo el diálogo fluye. Me resultaba gracioso el contraste entre una música y otra, si se quiere. Y la sobriedad del sonido del español rioplatense, pronunciado con amabilidad y sin localismos perjudiciales, hasta me parecía encantador y bien recibido por la otra parte. ¿No era acaso el multiculturalismo algo deseable? Bueno, no siempre, pero en este caso decidí que sí.

En fin, fue un alivio animarme otra vez a enfrentar a ese monstruo infernal ubicado en Ezeiza, sentir ese nerviosismo estúpido del viajero poco acostumbrado al avión, la idiota fascinación por mirar por la ventanilla y la alegría de aterrizar en OTRO lugar . Y creo que también fue una excelente manera de corroborar la ubicación e importancia actual de nuestro país en la región y en el mundo: no existimos. Somos pobres y patéticos. No le importamos a nadie, salvo a los países que sufren más directamente nuestros dislates, como Uruguay o Chile. Que alguna vez nos miraron con admiración o envidia y pronto lo harán con sorna. Después de pasar por épocas de pendejos prepotentes en las cuales sacábamos un billete de cien pesos-dólares en el exterior y nos creíamos Donald Trump, ahora con esa cantidad apenas si dos personas adultas podíamos conseguir algo digno para llevarnos a la boca. Ahora hay que ubicarse, mostrarse educado y medido, pedir permiso y por favor, no sorprenderse demasiado de que en Río clasifiquen los residuos en tachos de cuatro colores distintos mientras que en Buenos Aires la mugre va a parar siempre unánimemente al piso, y estar contentos de no ser deportados. ¿Reivindicación del Satánico Dr. 90´s? No tanto como crítica del aislacionismo del nuevo siglo.

Estando en Brasil con Evan nos sentíamos pobres, porque eso es lo que somos en términos absolutos. Puede que el hotel y la posada que conseguimos a través de un agente local tuvieran cierta categoría, pero en la calle éramos dos muertos de hambre. Con el sueldo promedio de la clase media argentina podríamos aspirar a vivir en una favela carioca sin muchos narcos, en el mejor de los casos. Será por eso entonces que recorrer Río se volvió un desafío. A la limitación del tiempo se sumó la monetaria. Y hubo que despertarse, caminar, preguntar, aprender, tomar colectivos. Evitar los lugares comunes del turista que paga contento cualquier dinero por cualquier mierda. Pensar, por ejemplo, lo ridículo que es que en Buenos Aires lleven a los turistas a esa escenografía maloliente llamada Caminito, entonces ¿para qué carajo gastar plata y tiempo en ir al sambódromo vacío? Río de Janeiro es efectivamente una ciudad maravillosa, con innumerables cosas interesantes para conocer. ¿Cómo hacer que el tiempo rinda? Caminamos larguísimos trechos pensando que si hacemos dos cuadras más vamos a encontrar algo increíble y medio escondido, que a nadie le importa pero a nosotros sí. No hay tour que te pueda dar eso, pero también es un riesgo. ¿Nos equivocamos, nos perdimos algo que no debíamos perdernos por nada del mundo? Creemos que no mucho. Lo vamos a ir contando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

espero tus relatos, Brasil en general y Rio en particular es una cuenta pendiente que tengo para conocer. No concuerdo con que mirar por la ventanilla del avión sea una fascinación idiota, para mí es algo fantástico y tuve la suerte de cruzar Los Andes vía aérea y es un espectáculo increíble..

Arte y Sport dijo...

No te contesté antes, perdón. No, lo de "idiota" iba en sentido de infantil. Claro que está buenísimo mirar por la ventanilla. Y cruzar la cordillera debe ser un momento de aquellos.

Saludos.