Un blog sobre camisetas de fútbol. Historia, diseño, marcas, novedades, curiosidades, rarezas. Arte y Sport.

jueves, 7 de febrero de 2008

AyS en Brasil (IX): Requebra assim


Creo que la crónica del viaje a Brasil se ha extendido demasiado. ¡Todo este palabrerío para apenas un día y medio en Río de Janeiro! Claro que a la narración estricta del recorrido se le agregaron los comentarios sobre camisetas, las reflexiones sociológico-políticas al paso, las anécdotas menores y hasta los antecedentes mismos que nos llevaron a viajar allí. Como ejercicio literario (digamos) fue bastante satisfactorio y pareciera haber tenido buena repercusión, pero empiezo a pensar que ya no va quedando mucho más que decir.

El segundo y último día completo en Río de Janeiro amaneció, al fin, bastante despejado. Nos costó mucho levantarnos después de la paliza del día anterior. Desayunamos algo más tarde y no del todo despiertos. El programa ya estaba decidido: al Corcovado, al Pan de Azúcar, todo lo que se pudiera hacer en el medio y una última y rápida visita para concretar las compras pendientes en Rio Sul.

Al Corcovado fuimos en colectivo, paseando de este modo por barrios algo más alejados de la costa, como Laranjeiras y Cosme Velho. Hasta las inmediaciones del propio Corcovado, no llegamos a notar nada que distinguiera demasiado a un barrio de otro: el mismo trazado irregular de calles y manzanas, los mismos edificios sesentosos, el mismo ritmo levemente más cansino al de Buenos Aires. Como si paseáramos por los rincones más tranquilos y rantes de Barrio Norte o Palermo.

Aún no he mencionado que sabíamos que la manera característica de subir al Cristo Redentor es tomando el llamado Tren del Corcovado, un tren turístico equivalente a nuestro Tren de la Costa aunque con una ingeniería mucho más compleja. Si bien el recorrido completo creo que no llega a los dos kilómetros, el tren sube por el cerro casi sin rodearlo, constantemente en pendiente a través de la espesa vegetación tropical, típica de todos los morros de la zona. Los trenes se componen de formaciones de dos simpáticos vagones rojos, quizás más parecidos a tranvías urbanos que a ferrocarriles. El tendido es de una sola vía, salvo en los breves tramos en donde se ubican estaciones o puestos para que se crucen los trenes que suben y los que bajan. Tanto la estación de partida como la de llegada son construcciones muy sencillas, con buena información para el turista y baños aceptablemente limpios, aunque las instalaciones en su conjunto podrían ser mucho más cómodas y atractivas de lo que son. Especialmente teniendo en cuenta la cantidad de turistas que utilizan el servicio, los cuales deben esperar pacientemente la salida de su tren sin mucho más que hacer que comprar souvenirs o mirar algunas fotos en exhibición. Se termina pareciendo a hacer la cola en el banco. No estaría nada mal, por ejemplo, hacer una linda estación en estilo ferroviario inglés, en donde se pueda amenizar la espera sentado en un cómodo café o mirando en pantalla gigante algún documental sobre la construcción del tren o del mismo Cristo Redentor. Todo convenientemente climatizado, ya que estamos. Una sugerencia para la Prefectura.

En fin, aquello estaba lleno de gente, quiero decir, de turistas. Nada de hacernos los alternativos esta vez, estábamos inevitablemente confundidos con la masa. Llegamos cerca de las diez y media y, aún con trenes saliendo cada media hora, por orden de llegada debíamos esperar hasta las doce para hacer el paseo. ¿Qué hacer? Lo de siempre, ir a ver qué onda por ahí. La estación del tren se ubica en un barrio residencial, que alterna casas y edificios sencillos con pequeños conjuntos de barrios cerrados de bastante nivel. Por esta zona se notaba un eclecticismo mayor en cuanto a estilos, se podían ver tanto antiguas casonas de las primeras décadas del siglo pasado como residencias y condominios flamantes, de estilo bien moderno, y también alguna embajada u oficina diplomática. Todo esto se ubica en la base y la ladera del Corcovado, y, si bien las construcciones apenas avanzan sobre la altura del morro, las calles y accesos para llegar allí son muy empinados. Caminar mucho por esa zona debe ser un ejercicio muy tonificante para las piernas.

Nos tocó el turno, finalmente. El ascenso era lento, el tren no puede ir a más de 25 o 30. Además del par de rieles de cualquier vía tradicional, las de este tren cuentan además con un tercer riel que funciona con un sistema tipo cremallera, para lograr mejor agarre y tracción en la pendiente. Para hacer algo más atractivo el monótono avance a través de la espesa vegetación, los encargados del paseo han agregado simpáticas esculturas pop con las figuras de la fauna de la región y otras que representan a personajes históricos o religiosos. También se han ocupado de que a los costados de las vías se ubiquen, bien visibles e identificables, los árboles y las flores más emblemáticas. El toque ecológico tan buscado en esta época.

Hasta llegar a la cumbre apenas si hay uno o dos puntos en donde se pueda observar una vista panorámica de la ciudad, enseguida la vegetación lo vuelve a cubrir todo. Pero claro, para qué apurarse, arriba de todo sólo están el Cristo y las vistas (sin mencionar los gift shops y un bar). Bueno, allí en la cumbre todo era un quilombo multicultural y plurilingüe. Turistas de variadas nacionalidades, todos unánimemente desesperados por sacarse las consabidas fotos con los brazos abiertos y la enorme estatua de fondo. Sí, nosotros también.

A pesar del día soleado, también había unas cuantas nubes bajas que por momentos tapaban todo e impedían contemplar las vistas. Pudimos sacar todas las fotos de rigor, de todos modos. Como la que muestra al Maracaná, por ejemplo. La belleza del paisaje y de la ciudad aportaba lo suyo, aunque la estatua del Cristo no me pareció gran cosa, para ser sinceros, si bien es evidente que ha sido una obra compleja y monumental. Además, yo ya empezaba a sentirme fastidioso en medio del gentío. No es tan grave, después de todo, he estado peor. Simplemente había que irse.

El descenso fue sin mayor novedad. En esos breves veinte minutos o media hora de trayecto noté lo raro que resulta hacer esta clase de paseos. Pareciera que uno no hiciera nada, pero al volver se siente cansado como si hubiese cruzado un desierto. Todavía faltaba mucho, por supuesto. Serían algo más de las dos de la tarde, había que ir al Pan y, en lo posible, comer algo rápido por ahí. Tomamos otro bondi que nos volvió a depositar media hora después frente al Rio Sul, punto de paso obligado en todos los recorridos. Allí comimos algo en… McDonald´s. Cuando se viaja uno nunca quiere ir a los malditos arcos dorados, pero siempre termina yendo. Es casi una fatalidad del turismo.

Sabíamos para qué lado quedaba el Pan de Azúcar, pero no sabíamos exactamente a qué distancia. Suponíamos que menos de veinte cuadras, así que pensamos tomar un taxi, para simplificar y hacer más rápido. El único colectivo que iba hacia allá no pasa con mucha frecuencia, ya que fuera de la estación del teleférico para subir al Morro da Urka primero, y al Pan después, lo único que hay en esa dirección es el pequeño y pintoresco barrio de Urka, precisamente. En la parada de taxis había un pibe con cara de vivo, el clásico abrepuertas listo para cagarte o sacarte una moneda. Un poco ingenuamente, le preguntamos cuánto saldría el viaje hasta el Pan. “Diez reales”, contestó. Caro, desde ya, pero razonable. Subimos, y mientras nos acomodábamos escucho que el pibito le dice algo incomprensible al tachero. “Listo”, pensé, “nos van a querer cagar”.

A tres cuadras de arrancar, el reloj del taxi seguía apagado. Le pedimos que lo prendiera. “Jdlja´fkdsf pla pla pla”, fue la respuesta. Insistimos. “No hace falta, ustedes dijeron diez reales”. Claro, qué boludos que somos, discutiendo no íbamos a llegar a ningún lado. “No te la voy a dejar tan fácil, tachero del orto”, pensé. Al llegar, me bajé rápido, la dejé a Evan pagando y fui a buscar a un cana. Se la hice corta y en español, obligándolo de salir del patrullero en donde estaba cómodamente instalado. Me miró con cara de “No me rompas los huevos”, pero allá fue, a cumplir con su deber. Lo paró al tachero –no había tenido tiempo de irse, aquello era un quilombo de coches, micros y turistas-, lo hizo estacionar y bajar. Con Evan mirábamos de lejos. El cana le habrá dicho algo así como “No seas boludo, si vas a cagar a los turistas no la hagas tan evidente, manejala mejor.”. El caso es que al toque volvió el tachero, con un billete de dos reales a modo de vuelto y pidiendo disculpas. Quedé feliz de la vida, claro está. No era por la guita, era por el honor. Los argentinos podemos ser los peores soretes inservibles, pero que nos quieran tomar por boludos, eso nunca.

Así que listo, con la conciencia tranquila y otra anécdota pelotuda para contar, ya podíamos hacer otra cola. La del teleférico. Otra vez, quilombo de gente y todo muy lento. Para hacerla corta, en el Pan de Azúcar sí que lo disfruté. Es más bajo que el Corcovado, pero la vista es mucho más linda, con las playas, la bahía y la ciudad de frente. Además de los obligatorios bares y gift shops, hay un paseíto para caminar por el morro, entre los árboles y las cañas. Estaba lleno de pequeños monos, de esos que los ves y decís “aaaaahhh, qué dulce”. Una mona llevaba a su cría en la espalda, muy Nat Geo. Estaban esos bruites epantosos revoloteando por toda la bahía. No sé qué mierda buscan, supongo que los tachos de basura o algún animal desprevenido o moribundo, no sé. Y también hay una vista privilegiada del aeropuerto Santos Dumont, de los despegues y aterrizajes. Nunca había visto despegar a un avión de frente y desde una altura superior.

Al bajar, en la parada del Morro da Urka estaban los de la tele grabando una promoción del carnaval. Un grupo de no más de treinta músicos y bailarinas de diferentes escolas do samba le daban a los tambores y al meneo de caderas. Para qué agregar otro lugar común. Son impresionantes, por más que ni loco iría al sambódromo y el carnaval me hastía más allá de la hora y media de espectáculo. Y por qué no decirlo, ya que estamos: las comparsas y murgas de Buenos Aires (y también las de la tristemente célebre Gualeguaychú) no resisten ni la más mínima comparación con el carnaval carioca. Son un montón de muertos de hambre, parecen un circo de pesadilla. Ni hablemos musicalmente, la variedad de ritmos y sonidos de la percusión brasileña es un universo de posibilidades al lado de los bombos y platillos retardados de los corsos de acá. Quizás no queda bien decirlo, porque desde hace un tiempo la murga porteña tiene muy buena prensa entre los progres. Se la rescata por el dudoso mérito de ser un arte “popular”. Nada demasiado grave, por otra parte, si además la estupidez política unida al predicamento cultural de la progresía no hubieran generado las siguientes y demenciales decisiones:

- Que un grupo de murgas sean subvencionadas por el gobierno porteño con no sé qué millonada de pesos.

- Que durante todos los fines de semana de febrero y los tres días de carnaval propiamente dichos las principales avenidas de varios barrios se cierren al tránsito para permitir la celebración de los “corsos”. Que la cantidad de espectadores a estos espectáculos sea insignificante, haciendo aún más injustificables los trastornos para los vecinos de una ciudad ya lo suficientemente desquiciada, no parece importarles mucho a los progres.

- Que el gobierno de la ciudad decrete asueto administrativo durante esos tres días de carnaval, por más que la basura nos llegue a la cintura, las oficinas públicas sucumban bajo el peso de sus expedientes o los hospitales sean demolidos hasta sus cimientos por las ratas.

- Que actores o conductores de TV con mucha “sensibilidad social” hagan programas para los canales oficiales en los cuales demuestran lo buenos que son, retratando las “historias de vida” de los murgueros.

Todos estos inauditos eventos se han repetido aún bajo el nuevo gobierno porteño, cuyas autoridades ya han dado alguna muestra de sensatez anunciando la intención de revisar estas acciones promovidas por sus predecesores. Espero que no sean sólo intenciones.

Releo el primer párrafo de este post y veo que estaba equivocado. Tenía unas cuantas cosas todavía para contar y decir. Espero que con una sola nota más sea suficiente.

No hay comentarios.: