Ayer fue el Club de Cine, ahora es el Malba. De principios de los 90 hasta hora, algunas cosas cambiaron en el circuito de cine arte. Otras siguen igual, o peor. De eso trata este comentario mío a la nota del blog del Bigote Leonardo D´Esposito. Transcribo:
"Totalmente de acuerdo con el Bigote, el estado de estos cines es lamentable. Pero puede ser que también se especule con esa manía medio masoquista de los que la vamos de intelectuales, ese placer morboso por ver películas que nadie ve en un cine que se cae a pedazos. Nos hace sentir muy marginales. En mi caso personal, yo empecé a ver películas clásicas, europeas, bizarras, series de culto y montones de cosas inclasificables en aquel “Club de Cine” de los sótanos de la galería de Sarmiento y Talcahuano, la que también sale a Corrientes. Por una ridícula cuota mensual de $ 10 (o menos, no recuerdo bien) se tenía derecho a todas las funciones, a quedarse a vivir en esas salas llenas de humedad y extraños vapores. Las películas se cortaban a cada rato, o se quemaban dentro de los proyectores. Podías ver a Eisenstein o a la serie de los Monkees, los restos salvados de una copia de Apocalypse Now o La dimensión desconocida, e incluso otras series medio lisérgicas que no sé qué canal se animaría a dar hoy por TV. Nunca supe quiénes eran los que manejaban ese club, o qué fue de ellos, si alguien lo sabe, me gustaría que lo cuente. Pero por supuesto, con las posibilidades técnicas con las que se cuenta actualmente, es realmente un pecado que no haya un circuito de cines alternativos con adecuadas condiciones técnicas. Aquello del Club estaba bien para la adolescencia, ahora quiero que me traten mejor. El marketing más elemental nos enseñó que somos “consumidores”, o mejor aún, “clientes”, tenemos ciertos “derechos”, qué se piensan.
Acerca de lo que decía Facundo del Malba, no me consta que reciba subsidios por sus actividades, y si lo hace, en este caso no me parece mal. Costantini es el prototipo del filántropo americano clásico. Es un millonario que se propone devolverle algo a la sociedad, además de ser consciente de que tiene un hijo medio tarado mental, el de la agencia de modelos. El Malba hace lo que el Estado no hace, o hace mejor lo que el estado hace mal. Y aparentemente pierde mucha guita, pero el tipo lo mantiene e incluso lo mejora. El museo ya es un emblema de la ciudad, parte de su patrimonio cultural, también una atracción turística. La sala de cine es de un diseño exquisito (¡quiero una de esas butacas para mi casa!), se ve y se escucha perfecto, las proyecciones son impecables, y la entrada es más barata que en los cines comerciales, con descuentos para jubilados y estudiantes. Sí, claro, es un barrio paquete, van todos los snobs de Buenos Aires y alrededores, pero en definitiva, ¿cuál es el problema? Ojalá hubiera muchos más Malbas que Premiers, más Costantinis que Amalitas.”
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