Voy a inaugurar un nuevo género: la crítica cinematográfica basada en la cola de una película, no en la película entera. Es que muchas veces, y especialmente cuando se trata de cine de mala calidad, verlo todo es redundante.
Voy a hablar de esa plegaria no-cinematográfica llamada Que sea rock. Podemos pasarnos años discutiendo acerca del rock nacional, y el análisis que intento en este breve artículo es necesariamente acotado y parcial. Pero creo que algunas cosas están muy claras. Como tantas otras veces desde 1982, se intenta exhibir a los artistas que hacen rock en Argentina como algo orgánico, como un conjunto de iluminados aliados a una causa, algo en ese estilo. En fin, ni siquiera vamos a prestarle atención al criterio usual al que se recurre para confirmar o negar la pertenencia de la producción de tal o cual artista al género “rock” (porque para que sea “nacional” alcanza con que el artista se declare como “argentino”).
Ahora bien, esa supuesta organicidad del rock argentino no es tal. Hay más bien un conjunto bastante disperso de artistas de estéticas diversas (muchas veces opuestas) llevados y traídos por las diferentes tendencias culturales y comerciales de cada época. Si a comienzos de los años ´90 hizo falta que existiera una canción como “Matador” de LFC para que MTV y las discográficas se pusieran a tono con la globalización y pudieran presentar al rock argentino como parte integrante de la nueva categoría de “rock latino” (así como en México se ejecutó la misma operación con “La ingrata” de Café Tacuba), hacia fines de esa década y principios de la actual se hizo evidente que el rock argentino debía abandonar –aunque sólo parcialmente- ese paradigma para adoptar otro, el del populismo antisistema a la Chávez. Entonces es Bersuit quien inaugura este período con sus primeras canciones de éxito. La prestada y antimenemista “Sr. Cobranza” combina vulgaridad ideológica con disparate cultural (los imaginarios “indios latinos” como sujetos revolucionarios) y “Se viene el estallido” anticipa y celebra el 19-20/12 que nos dejó en bolas (a nosotros, ellos no pagaron el default ni la pesificación asimétrica, lo pagamos los asalariados y aportantes a las AFJP).
Desde entonces y hasta ahora, lo único que aglutina a esta banda con todas las otras, hijas bobas de Sumo y Los Redondos, es el aislacionismo y nacionalismo recalcitrante, el feísmo en general como estética distintiva, la demagogia como carta de presentación ante los seguidores, la trampa mortal del aguante como proyecto de vida (refrendada por el patriarca Charly, que no se quería quedar en el andén y necesita pagar su oneroso estilo de vida), la rusticidad de letra y música. Quedan además Cerati y Calamaro como elementos residuales de una época anterior, que siguen teniendo éxito porque el oyente del rock siempre premia la permanencia (otros ejemplos: A77aque, La Mississipi, Los Ratones Paranoicos) y a un costado, casi como sapos de otro pozo, los Babasónicos, los únicos noventosos modernos del lote, que llegaron al éxito más por porfía y un comercial de cerveza que por otra cosa. Así las cosas, cuadragésimo aniversario, no hay nada que festejar. Pero Que sea rock es la celebración de una industria saludable: el festival de Pepsi llegó para quedarse y volver el año que viene, el rock nacional es el soundtrack perfecto para la época K. Cromañón no existió, y si existió no importa, porque “a nuestros hijos los mató la corrupción”. Pero la película también necesita presentar al rock argentino como parte de una continuidad, una historia oficial de resistencia y contracultura, falsa por supuesto. No fue Peperina el antecedente cinematográfico más reciente de este intento, lo fue más bien Tango feroz, que en verdad se adelantó unos años y su música sonaba muy prolijita para los cánones actuales, pero de todos modos sentó el precedente. Que sea rock llega para poner las cosas en su lugar. Amén.
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