Se sabe, nadie puede estar en todos lados, y por eso mi presencia en el festival de este año fue casi testimonial: apenas un total de cuatro películas. Está claro que una grilla de programación así de apretada es la única forma de poder presentar tamaña cantidad de películas. Ningún festival del mundo, por muy importante que sea, puede durar un mes para que todo el mundo pueda ver todas las películas. El cine parece no ser tan rentable como un mundial de fútbol, al fin de cuentas.
Pero lo malo del festival es que uno se desespera por ver todo lo bueno, muy bueno e imperdible que hay para ver cada año, rarezas o experimentos muy difíciles de ver en salas comerciales, que a lo sumo y con mucha suerte alguien se animará a programar en el Malba o la Sala Lugones del San Martín. Y el público lo tiene muy en claro, porque responde llenando todas y cada una de las funciones, ya sea en el Abasto o en las demás salas periféricas. Pero claro, si bien el festival tiene muchos adeptos, también sabemos que es un evento para algunas minorías: críticos de cine, estudiantes y directores jóvenes, algunos empresarios o distribuidores independientes, chicos bohemios y alternativos por demás, estudiantes y turistas extranjeros (de presencia cada vez más notoria). Con todo esto no alcanza para que el festival resulte no más importante, que ya lo es, sino más cómodo. Más y mejores salas, más repeticiones de las mejores películas, mejores facilidades para asistir a los eventos. Me da la impresión de que la distribución de las salas no es la apropiada, que la mayor cantidad de proyecciones se centralice en un lugar es acertado, pero que ese lugar sea el Abasto no lo es en absoluto. No hay forma de evitar sentir que ese lugar es hostil, todo el evento del festival parece un injerto contra natura. En medio de la vorágine por conseguir entradas o no perderse la última proyección de esa joya que jamás volveremos a ver, falta algo más de tiempo para el disfrute. O para la reflexión, para la polémica, incluso para socializar, para compartir otras cosas con los demás espectadores y los organizadores.
A medida que escribo estas líneas me parece que se vuelven irrelevantes, cualquier evento cultural de cierta envergadura, como también la Feria del Libro, por ejemplo, sufre de los mismos males de gigantismo y aceleración desmedida. De hecho, a la Feria ya no voy más, más allá incluso de todo lo que ese evento significó en mi historia personal. Mejor comprar los libros en la librería y leer tranquilo en casa, porque, después de todo, ¿para qué mierda quiero que Hanif Kureishi me firme un libro?
La última película que vi del festival fue Election, del coreano Johnny To. Otra de mafiosos, un género que ya se ha vuelto definitivamente universal. Y tiene lo que tienen todas las del género: luchas por el control de la organización, violencia, humor absurdo, alguien que se queda con todo después de terribles luchas. Los espectadores occidentales todavía solemos denominar “independiente” a este tipo de películas, pero dudo de que en sus países de origen realmente lo sean. Están realizadas con presupuestos generosos, actores famosos y todo lo que el espectador de cine más comercial espera encontrar para su tranquilidad, en cualquiera de los dos hemisferios. Por supuesto que hay un cine oriental experimental, diferente (muy diferente), y ese cine también lo he visto en el festival, pero está claro que un film como Election es del más puro mainstream. Sigue siendo una experiencia desafiante, de todos modos, porque todavía cuesta acostumbrarse al muy peculiar sentido del humor oriental, a la entonación de esos idiomas irreconocibles, que puede parecer muchas veces desconcertante, a esa extraña manera de alternar cierta ingenuidad casi pueril con explosiones de violencia o perversión difíciles de digerir. Hay toda una serie de barreras culturales, en definitiva, que van más allá de tal o cual película o director, y que se interponen como un desafío adicional a lo específicamente cinematográfico. Podríamos también considerarlas como una invitación a comenzar a entender algo de esas complejas y fascinantes sociedades del Lejano Oriente. Aprovechemos ahora que la invitación es amigable, me da la impresión de que pronto seremos testigos de una verdadera invasión de las industrias culturales orientales, y no únicamente de aparatitos electrónicos.
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martes, 25 de abril de 2006
Se fue el BAFICI
Publicadas por Arte y Sport a las 2:49 p. m.
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