No es algo de lo que pueda opinar a fondo, pero desde hace un par de temporadas es una experiencia muy frustrante ver ficción televisiva argentina. Están las tiras diarias: gritos, histeria, trazo grueso, recursos argumentales muy pobres, repetición, previsibilidad, crispación, ninguna sutileza, todo hablado y explicado como si además de idiotas los espectadores fueran ciegos. El costumbrismo del año 2000, que algún guionista culposo justificará inscribiéndolo en la tradición del sainete criollo, estableció a la gente del barrio y a las clases altas como los estereotipos sociales a caricaturizar, mientras que las clases medias quedaron para los unitarios: los productos “serios”, “de calidad”. Pero el nivel no mejora. Truculencia, violencia gratuita, sobreactuaciones, pulsos, labios y cabezas que tiemblan y se menean descontroladas. Toda la ficción televisiva no hace sino duplicar lo que se vio momentos antes en los noticieros, la frontera entre realidad y ficción es cada vez más tenue.
¿Quedará todavía alguna posibilidad de sentir felicidad por un rato frente al televisor? No la felicidad histérica y arrebatada del gol del equipo propio, casi la única alegría de millones de personas. Tampoco esa que proviene de disfrutar del padecimiento o la ridiculez del prójimo en la cámara oculta, o ese sentimiento de viveza compartida que nos quieren generar los presentadores bananas, esos que desparraman con sonrisa ladeada su cínico descreimiento de todo, menos de sus anunciantes. Me refiero más precisamente a una felicidad más serena, esa que nos reconcilia con nosotros mismos y con los demás, que muy a nuestro pesar nos deja sellada una sonrisa estúpida, la cual sin embargo proviene no de nuestro sentimentalismo (otro mal de la TV) sino de apreciar toda la inteligencia y la sensibilidad de un realizador y su equipo plasmada en un producto audiovisual. Un entusiasmo reposado, un sentimiento reconfortante, que puede no estar relacionado con el hecho de poder identificarse o sentir empatía por los personajes. Pudo pasar hace algunos años con Okupas, un milagro que parecía venir de Marte. Una rarísima ocasión en la cual los mejores recursos formales y técnicos se pusieron con un máximo de coherencia al servicio de una historia distinta a todo, que pese a su temática sórdida supo entregar muchos momentos inolvidables, de genuina alegría. Pero después de eso, incluso si accedemos a considerar como ficción al delirio y la extravagancia inteligente de Todo por dos pesos, ¿pasó algo más en la tele nacional que nos haga sentir mejor por un rato? No, hubo que pagar el cable y ver a los ingleses de The Office, o a las chicas neoyorquinas de and the City. Algún momento inspirado de Saturday Night Live, y las eternas repeticiones de Seinfeld.
Para sentirse feliz viendo una ficción nacional en estos años hubo que ir al cine a ver las películas de Burman. Al menos las dos últimas, El abrazo partido y Derecho de familia.
CONTINUARÁ
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lunes, 10 de abril de 2006
Unos momentos de felicidad: dos películas de Burman (intro)
Publicadas por Arte y Sport a las 12:19 p. m.
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