Hace un tiempo, haciendo un breve comentario sobre la película Ana y los otros, me atreví a dudar de la conveniencia de estrenar en el circuito comercial esa clase de trabajos independientes, hechos con muy poco apoyo oficial y con los que los directores y productores se juegan la vida y algunas otras cosas. También me preguntaba acerca del verdadero valor estético de algunas de las películas a las que se suele etiquetar como “nuevo cine argentino”.
Si bien el artículo es polémico, creo que tiene razón en ciertos aspectos. Hay que sincerarse y decir que mucho cine supuestamente experimental (o alternativo, o como coño se lo quiera denominar) es en realidad bastante sobrevalorado. Y que aún si toda esa producción fuera de alta calidad, de todos modos seguiría yendo al muere, condenada a competir en inferioridad de condiciones en los multicines contra El código pedorro, como sucede actualmente. Sí, ya sé, también están los tanques que valen la pena (Superman, Piratas del Caribe), pero el problema es la escasez de alternativas. En lugar de exigir que se respete la cuota de pantalla en el circuito comercial, yo apostaría a jerarquizar el alternativo (Malba, Arteplex, Lugones, etc). O a que el BAFICI no sea un desbocado acontecimiento anual, sino que se prolongue con repeticiones de las mejores películas que, seguramente, no pudimos ver por falta de tiempo u horarios.
En este sentido, es una buena noticia que el INCAA haya anunciado la decisión de desprenderse del “cementerio” Tita Merello para pasarlo a un grupo privado, en el cual, según
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