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jueves, 9 de marzo de 2006

¿Continuará?


La destitución de Ibarra resultará quizás una módica inyección de morfina que calmará el dolor más lacerante de los familiares directos de las víctimas de Cromañón, pero si se lo analiza con objetividad, como corresponde a un hecho de tamaña importancia, también es otra demostración de lo frustrantes que siguen siendo en la Argentina las maneras de ejercer la política, tanto por los funcionarios de los diferentes poderes como por los ciudadanos comunes.

Aclaro rápidamente que, aunque lo voté las dos veces, Ibarra ya no me inspira ninguna clase de respeto. Su gestión no fue mala, quizás despareja, pero su comportamiento en relación con la tragedia de Cromañón fue patético. Debería haber renunciado inmediatamente, aportando de ese modo un mínimo gesto de grandeza ante el fracaso evidente de su política de control de las habilitaciones. Y también como para evitar todo el circo posterior, con la oposición macrista a la caza de su puesto, los aristas reafirmándose en su pose de pureza absoluta y la izquierda delirando con asestarle otro supuesto golpe mortal a lo que se suele denominar el “sistema”. Mientras los familiares descargaban todo su dolor de la peor manera, transformándolo en intolerancia irreflexiva y falta de autocrítica. A casi nadie en la sociedad se le ocurre pensar que la fórmula mágica del “juicio y castigo a los responsables” no sirve de nada si no se acompaña con un cambio de modelo de pensamiento que nos permita madurar, superar este estado de situación en donde solamente cuando mueren muchas personas al mismo tiempo y en el mismo lugar parecemos tomar alguna vaga conciencia de que nuestra forma de vida no es tal, sino una constante búsqueda de la inmolación sin sentido. Porque, ¿qué otra cosa es si no esa mitificación delirante llamada “aguante”? Podríamos poner un ejemplo más vulgar, exento en principio de toda la carga emotiva que conlleva esa mitificación, y decir que todos los días en las calles y rutas del país suceden varios Cromañones si se releva el número de víctimas fatales por accidentes de tránsito. Así y todo nadie parece estar dispuesto a modificar su comportamiento en la vía pública sin la amenaza concreta de algún tipo de multa.

Ni se nos ocurre pensar que la incapacidad o la mala fe de la clase política no deberían disculpar nuestro pésimo comportamiento como ciudadanos. Tampoco que la mejor forma de aprovechar los devastadores efectos de las tragedias sería asumir un compromiso concreto para intentar modificar toda la cadena colectiva de responsabilidades, las propias y las ajenas. No alcanza con encontrar y castigar a los responsables más inmediatos si luego la realidad cotidiana de nuestros valores, pensamientos y acciones permanece inalterada, manteniendo las condiciones propicias para el próximo desastre. Tampoco alcanza con que ahora los súbitamente incorruptibles inspectores porteños le arruinen sus pequeños proyectos a mucha gente con iniciativa que trata de hacer las cosas bien, mientras los grandes empresarios del espectáculo se siguen haciendo millonarios trayendo a los dinosaurios de siempre y generando más episodios de violencia.

El circo del juicio político a Ibarra exhibió lo peor de nuestro comportamiento ciudadano. Los funcionarios que no se quieren hacer cargo. La oposición que busca su tajada. Los familiares que recurren al apriete y la amenaza con tal de cumplir su objetivo (a eso no se le puede llamar “mejorar las instituciones”). Chabán, Callejeros y otros involucrados clamando por su inocencia cuando en verdad son cualquier cosa, menos inocentes. El progresismo y la defensa corporativa de la última de sus figuras políticas, además del ya gastado recurso de acusar a “la derecha” (sinónimo automático del mal) de intento de “golpe institucional” y de recurrir a figuras prestigiosas del campo de la defensa de los derechos humanos cuando no era lo pertinente, sin comprender que no se gestiona con prestigio y buenas intenciones. No se puede seguir ideologizando de esta manera, gobernar una ciudad, antes que nada, es un problema de gestión. Hay pensamiento político de derecha y de izquierda, pero primero se debe evaluar si una gestión es eficiente o no. No es una simple cuestión administrativa o burocrática. Como se ha visto, muchas vidas dependen de ello, además de nuestra calidad de vida más en general. En lo personal, si no voté a Macri fue no sólo porque no coincido ideológicamente con su partido, sino porque no me genera confianza su capacidad de gestión, justamente, esa cualidad que sus defensores le adjudican constantemente. ¿Cuáles son sus éxitos de gestión, sus empresas familiares, el Club Atlético Boca Juniors? Las castigadas arcas del Estado pueden dar fe del comportamiento empresario de la familia Macri, por más que Mauricio se quiera despegar de papá. Y en cuanto a Boca, bueno, es muy sencillo, Boca sale campeón por default. Me gustaría saber en cambio si el accionar abiertamente ilegal de personajes como el Rafa Di Zeo también es un éxito de gestión Pro.

En definitiva, hagamos algo para cambiar las cosas sin que ello implique necesariamente una protesta. Con la queja no maduramos, no asumimos nuestras responsabilidades, no pensamos en acciones concretas que redunden en beneficios concretos. Creemos que nos enfrentamos “al sistema” cuando el sistema somos nosotros. Pensamos que las instituciones se mejoran únicamente reclamando, que la democracia y la ciudadanía se limitan a votar cada dos años y esperar a que otro nos arregle la vida. Incluso inventamos enemigos externos y totales, responsables absolutos e idealizados de nuestros males (la globalización, los EE.UU., el Fondo Monetario, el capitalismo) sin comprender la naturaleza real de esos actores o conceptos, bien complejos por cierto. Comprendamos de una puta vez que por encima del accionar corrupto de ciertos políticos y funcionarios, y por encima de las reacciones de las víctimas de cualquier tragedia debe primar siempre el respeto por la ley.

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