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viernes, 28 de septiembre de 2007

La fiesta de Berna




Fútbol y cine es una combinación ya clásica, aunque por lo general los resultados no son muy destacables. Desde la extrañísima y rescatable Escape a la victoria (de John Huston y su comparsa de actores futbolistas y futbolistas actores) hasta Bend It Like Beckham, pasando por el subgénero de telefilms norteamericanos clase B de películas de soccer con niños o niñas, o incluso los cruces delirantes como Shaolin Soccer (del genial Stephen Chow, director de Kung-fusión) la gran mayoría de los films que tienen al fútbol como temática principal rara vez superan la categoría de engendro freak o placer culposo.

Sin ir más lejos, cada mundial ganado por la Argentina tiene sus dos bodrios "oficiales". Por un lado, la siniestra La fiesta de todos, del intachable Sergio Renán. Por el otro, la inefable Héroes, a esta altura una colección de postales inimputables del imaginario popular, lo cual no podía dejar de ser explotado por la publicidad cool de palermitanos retro. Valeria Lynch aullando mientras Diegote elonga bien podría ser como el final de Casablanca. A nadie pareció importarle demasiado que la película fuera inglesa (mejor), que tuviera esa música horrenda de Rick Wakeman o que la sucesión interminable y redundante de primeros planos impidiera disfrutar justamente del objeto de la película, el fútbol mismo.

Pero los tiempos cambian, y en el caso del mundial de Alemania 2006, cierta gente creyó que lo ideal era una película que preparara el clima, que calentara los ánimos previos al campeonato y le inyectara una buena dosis de confianza al equipo nacional. Quiero creer que esa es la intención básica de Das Wunder von Bern (El milagro de Berna). Pero, en verdad, la película tiene una cuantas intenciones no menos evidentes. Volver hacia la segunda posguerra con una lectura bastante poco usual en el mundo del cine, al menos fuera de Alemania; demostrar que la industria cinematográfica alemana puede realizar efectos digitales como la que más; poblar la pantalla de abundantes chivos, o bien a la manera tradicional (la estática del estadio) o bien tratando de integrarla al argumento; contar un melodramón con todos los ingredientes que el espectador más exigente de Hallmark Channel podría pedir; aprovecharse de la corriente retro en indumentaria deportiva que desde hace al menos diez años no deja de generar ingresos con la venta de todo tipo de artículos; y, si se puede y quedan algunos minutos libres en el montaje final, hacer una película sobre fútbol.

Todo esto se puede encontrar en El milagro de Berna, la historia de esos bravos gladiadores teutones que, para sorpresa del mundo entero, lograron sobreponerse a todas sus limitaciones y darle vuelta la final al ballet húngaro de Puskas en el mundial disputado en Suiza en 1954. Y todo, absolutamente todo resulta ser espantoso. Las imágenes de la posguerra nos muestran a un pueblo humillado y a soldados que vuelven del infierno de los campos soviéticos del padrecito Stalin, pero de su antiguo amigo Adolf y sus hinchas germanos, ni una palabra. Los efectos digitales pretenden crear un vértigo deportivo irreal, y sólo consiguen escenas de Playstation. Las escenas en las que un Adi Dassler de ficción le explica al DT alemán que "si les ponés estas llantas a los muertos esos que dirigís, te los cogés a todos, papá", como supuesta muestra del talento y la ética de trabajo de los alemanes, en verdad dan vergüenza ajena. ¿No había una manera más sutil de recordarnos que "Adidas inventó los tapones intercambiables, Adidas siempre estuvo y estará a la vanguardia, creando los mejores productos para los deportistas ganadores"?

Y el melodrama lacrimógeno principal, la historia de un inocente niño alemán cuyo padre regresa hecho una bestia de la guerra. El nene es amigo y admirador de Helmut Rahn (a la postre, el goleador de la final contra Hungría y que aquí es ni más ni menos que "el muchacho"), y sólo sueña con ver jugar a su amada Alemania. No falta ningún golpe bajo. Para qué enumerarlos todos, con saber que el padre se morfa al conejo mascota de su hijo es suficiente. El glorioso final feliz, con la consabida reconciliación entre bestia y niño, sobrepasa cualquier estándar de ridiculez concebible.


Todo es previsible, estereotipado, pintado con brocha muy gorda. Apunta a los bajos instintos del espectador alemán con un descaro preocupante. Como no podía ser de otro modo, en la sala del festival en donde vi la película, los viejitos alemanes no podían parar de llorar. Bueno, era comprensible, después de todo.

Y sí, estaban las camisetas. Negoción para TOFFS, que se llenó de oro vendiendo miles de réplicas de aquel modelo utilizado por Alemania en 1954. Las camisetas de Alemania siempre son lindas. Aunque la de Hungría no estaba nada mal.

1 comentario:

Koba dijo...

Eugenio, finalmente ví la película. Y tenías razón, Adi Dassler es un héroe, chivos por todos lados y muchos temas que se quieren abarcar (de los más triviales como los problemas matrimoniales del periodista deportivo hasta los más duros como los del regreso de los prisioneros alemanes). 4 pts.