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jueves, 5 de octubre de 2006

Get back


Recién un año después de editado me decidí a escuchar el último disco solista de Paul McCartney, Chaos and Creation in the Backyard. Había leído varios comentarios positivos, también una entrevista en la cual Paul contaba lo riguroso que había sido con él Nigel Godrich, famoso productor de bandas como Radiohead. Parece que Godrich lo obligó a cambiar su método habitual de trabajo, varias de sus manías y hasta el título del álbum y el arte de tapa.

Por suerte. Porque apenas con una par de escuchas fue suficiente para advertir que el disco es realmente muy bueno. Lo que tendría que haber hecho desde hace años y tardó bastante en hacer: rock acústico y clásico, sencillo y directo, pero a la vez elegante, sin concesiones y facilismos. Una grata sorpresa proveniente del beatle que menos simpático me caía, aún admitiendo lo groso que es. Y felicitaciones para Godrich: hay que bancársela para ponerle los puntos a sir Paul.

Acá, un video en vivo en un estudio, haciendo un muy lindo tema de este disco. Casi a la altura de sus mejores épocas.

martes, 3 de octubre de 2006

Literatura

Genocidio premium


Es muy común en la Argentina de estos días que cualquier candidato a comunero, cualquier cronista de TN con música de violines de fondo, cualquier piquetero en busca de caja, cualquier traficante de derechos humanos por parcelas, cualquier repartidor de volantes del C.B.C., todos se llenen la boca hablando de genocidios. Al ya canonizado y ejecutado por el Proceso se le van agregando categorías de lo más variopintas. Tenemos el histórico (la conquista del desierto), tenemos el ecológico (el Riachuelo, las papeleras), el económico (las confiscaciones varias de depósitos), y por qué no también, ya que estamos, el social (constatado únicamente por la existencia de muchos pobres). Por supuesto que no estoy discutiendo la existencia de dichos sucesos, sino en verdad su etiqueta. Es que frente al Holocausto, frente al genocidio armenio a manos de Turquía, frente a las matanzas y purgas stalinistas, frente a los enfrentamientos entre tutsis y hutus, frente a Bosnia y alrededores de la antigua Yugoslavia, hay que tener la cara de granito para andar inventando todos los días un supuesto nuevo genocidio en este país.

En un lugar apenas marginal del suplemento "Enfoques" de La Nación del último domingo, se puede leer una breve nota acerca de Darfur, una región de Sudán. El copyright del artículo pertenece al San Antonio Express-News, un diario de la muy poco glamorosa y -para peor- tejana ciudad adoptiva del Manu Ginobili. Allí podemos leer acerca de otro genocidio como para que cerremos bien el orto. Un genocidio atípico y muy poco digerible para las izquierdas biempensantes: no lo ejecutan ni blancos, ni anglosajones, ni cristianos, ni judíos, ni ex comunistas convertidos en mafia rusa, ni otros malos de moda. Seguramente, la culpa la tendrá la historia de colonialismo y marginación. ¿La tendrá? ¿No estaría bueno averiguarlo?

Sentido de la oportunidad histórica


Es fácil odiar a Menem ahora, en 2006, cuando es apenas un viejo decrépito y aislado, que aún cree que puede llegar a ser otra vez presidente. No lo era tanto en, por ejemplo, 1995, cuando fue reelegido por escándalo. En estos días, en cambio, nadie parece estar demasiado disconforme con K. Aunque la sensación dominante sea la indiferencia, de todos modos en ningún medio masivo de comunicación -que es, en resumidas cuentas, el termómetro infalible del humor social argentino- va a ser posible encontrar algún tímido signo, alguna aislada opinión que manifieste que el gobierno K pueda ser perjudicial para el interés general. La idea es hacerse el boludo, si se quiere seguir trabajando en los medios. La oposición mediática se reduce a algunos programas en canales de cable, contadas revistas y un par de diarios (algunos, de muy dudosa calidad e intenciones), ciertas páginas web, algunos personajes o intelectuales más allá del bien y del mal.

Pero lo peor no es eso, que ya de por sí es muy grave. Lo peor es que la agenda política argentina se está transformando en un viaje por el laberinto del terror, y encima marcha atrás. Las consecuencias de la debacle de 2001 y 2002 están a la vista. Nadie cree ya en el funcionamiento de la democracia representativa, en la división de poderes, en la participación ciudadana de manera no extorsiva y no violenta. El ideario político del argentino promedio -sobre todo de los más jóvenes- parece una pavorosa mezcla de los peores discursos de la izquierda más trasnochada y la derecha nacionalista más retrógada, que cada vez se parecen más y ponen en evidencia su indisimulable autoritarismo. Pero no les importa, al contrario, lo exhiben como un orgullo.

Hoy es probable encontrar hasta a las vedettes del Maipo repitiendo frases hechas en contra del "sistema", el "capitalismo salvaje" y a favor de "los derechos humanos". Los editoriales de la revista Pronto parecen la versión light y comprimida de las sandeces de Clarín/12. El empecinamiento de K por dirimir todo debate político en los perimidos -y peligrosos- términos de la violencia de los años ´70 es como para desesperarse. Sobre todo ahora que, gracias a internet, uno se pude enterar mejor y más rápido acerca de qué es lo que hacen y cómo piensan las sociedades que mejoran y progresan, y me hago cargo de esos dos verbos tan maltratados. Y lo más irónico de todo es que el propio K no cuenta con un pasado del cual sentirse demasiado orgulloso: todos sabemos que su supuesta pasión por la defensa de los derechos humanos, en esos términos tan particulares en que él los entiende, se hizo pública apenas el 25 de mayo de 2003, aquel día en que jugó a revolear el bastón en el Congreso.

Empezaba esta entrada bastante desordenada e incompleta hablando de la época de Menem. Así como entonces se lo amó y ahora se lo odia, seguramente lo mismo va a terminar pasando con K. Pero también será a un costo demasiado alto: el fin del romance con la convertibilidad se llamó devaluación, pesificación asimétrica, corralón, default, asalto a los fondos de las A.F.J.P.; el fin del romance con K se llamará stagflation, más devaluación y déficit fiscal, desabastecimiento, apagones. Desvencijado capitalismo para los amigos del país, sin competencia con el mundo real (el exterior). Si en el calendario de K la Argentina está recorriendo nuevamente los ´70, entonces lo que viene son los ´80, y no por las zapatillas Flecha.

Sí claro, eso en lo económico. En cambio, a nivel político los estilos menemista y K son más parecidos en lo esencial, aunque difieran tanto en su apariencia: lo que separa al populismo de derecha del de izquierda es apenas una sutileza de la retórica. Por eso las lamentables consecuencias para nuestra cultura democrática serán las mismas. Pero peores por el desgaste que implica el paso del tiempo, tantas oportunidades desaprovechadas. La enorme confusión ideológica que domina a casi todos los sectores de la sociedad argentina sería un excelente tema para un trabajo bien extenso, que no lo puedo hacer así, escribiendo a las apuradas y restándome horas de sueño. Escribir bien, con la precisión que la cuestión requiere, necesita de un trabajo metódico y organizado. Estos sos apenas garabatos, lo que queda en limpio de todas mis desordenadas lecturas e inconstantes (aunque obsesivas) reflexiones.

Habría que tomarse la molestia de analizar las cosas con algo más de perspectiva histórica. Especialmente, los tan mentados años ´90 menemistas. Lejos estoy de reivindicar al patilludo, pero habría que prestarle atención a lo que escribía al respecto Juan José Sebreli en su libro Crítica de las ideas políticas argentinas. Un ejemplo de pragmatismo, realismo y análisis desapasionado. Escrito incluso a fines de 2002, cuando nadie se imaginaba que el apocado gobernador del culo del mundo iba a llevar las cosas tan al carajo. Los primeros aciertos en materia económica, mérito compartido con su ex ministro estrella y actual opositor, que me hicieron creer que el gobierno K podía ser apenas una transición hacia un sistema político más evolucionado y una economía más racional, parecen historia antigua. Lo que hay ahora es lo que escribe Joaquín Morales Solá en su última columna dominical de La Nación. Es como para estar muy preocupado.