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lunes, 12 de febrero de 2007

La fórmula para el 2007

Lavagna presidente, Melconian ministro de economía, Alejandro Rozitchner ministro de cultura (que incluiría educación).

Somos italianos



El humor acerca de las maneras de ser de la gente en los diferentes países suele ser un arma de doble filo. Puede servir para reírse un rato cuando se lo hace con inteligencia, o puede servir para la risotada fácil del tipo "¿¡Viste boludo!? ¡¡¡Es tal cual!!!", vociferada con una especie de orgullo malsano, típica del nacionalismo de TV en horario central.

El que sigue es un link a una de esas pavadas animadas que a todo el mundo le llega por mail, pero en este caso está bueno. Lo hicieron unos italianos, para compararse con el resto de Europa. Y sí, los argentinos hablamos español, pero (al menos en Buenos Aires) entonamos, comemos, gritamos, gesticulamos, nos reímos, caminamos como italianos. Y juro que lo pude comprobar la única vez que estuve en Italia: a las dos cuadras de caminar por Roma ya me sentía en casa.

Para ver la animación, click acá. En todos los casos, se puede reemplazar las banderitas italianas por las argentinas.

lunes, 5 de febrero de 2007

Pinche película

Domingo al mediodía, en mi casa con Evan y con los nervios a flor de piel ante la perspectiva de tener que soportar otra tarde de calor agobiante. ¿Qué hacer?

La primera opción es quedarnos en casa encerrados para aprovechar el prehistórico equipo de aire acondicionado que heredé de los antiguos dueños. Sí, anda bastante bien, enfría lo necesario, pero mi paranoia me sugiere que no puede laburar a destajo por muchas horas con 35º de temperatura ambiente. Y además, no quiero quedarme tirado en la cama haciendo nada; el libro que estaba leyendo lo terminé el día anterior y no puedo empezar inmediatamente otro. Una vez concluidos, necesito que los libros "decanten".

Otra opción que sale por default es ir al cine, también por el aire acondicionado, ya que no tenemos ni idea de qué coño hay en este momento en cartelera. Escuchamos o leímos algunos vagos comentarios positivos acerca de Apocalypto, Flags Of Our Fathers, Una noche en el museo, pero ninguna nos saca el sueño.

Una tercera opción, claramente peor que las primeras, es ir a boludear a algún shopping, y de paso comer algo baratito. Pero lo último que tengo ganas de hacer es ir a amargarme con los precios de la ropa de marca.

Finalmente, Evan -siempre más tolerante ella- acepta salir para cualquier lado, pero salir de una vez. Optamos por ir en bondi hasta el Village Recoleta, para ver cualquier cosa con el descuento de la tarjeta de débito. El 108 no tarda mucho en llegar, y con el vientito que entra por las ventanillas se puede vivir. Cuando el bondi toma por Humboldt se me ocurre parar a comer algo en el Oviedo, un bodegón español en donde se come bien, abundante y a precios muy razonables (queda claro que el plan es gastar poco). A Evan le parece bien, y terminamos compartiendo una nada veraniega tortilla a la española, con mucho chorizo colorado. Comemos en la vereda, y ya se nota que el calor afloja, que corre una brisa salvadora y que una tormenta se viene acercando, muy lentamente.

Otra vez en 108 hasta Recoleta. Poca gente en la cola, pero los horarios no nos favorecen. Para ver Apocalypto o Flags... hay que esperar dos horas, casi. Tenacious D, una con Jack Black, la dan sólo a las 23. El resto, o ya las vimos, o no las queremos ver. Optamos por Una noche en el museo, que no será gran cosa, pero no nos va a defraudar, suponemos. Pedimos las localidades, reclamamos nuestro descuento y... ¡sorpresa! La promoción ya no es válida los fines de semana. Son 16 mangos cada entrada. ¡Qué grande esta tarjeta, la puta que los parió! ¡Métanse el cine en el orto, con tarjeta incluida! Ninguno de los dos quiere pagar eso por una película que no nos desesperamos por ver, después de todo.

Huimos. Circuito alternativo. Al Malba y al Paseo Alcorta. Si la opción cultural falla, queda boludear en el shopping y jugar al juego mecánico de básquet en el Sacoa, al cual no le pude ganar a Evan ni un partido de los ocho o nueve que jugamos. No es mala idea, después de todo.

En el Malba dan En el hoyo, una película mexicana sobre la construcción de esa autopista del DF a la que llaman "el segundo piso del Periférico". Por el comentario en la agenda del museo parece interesante. La novela que acabo de leer transcurre en ciudad de México, o sea que estoy "ambientado". Y hace un par de semanas fuimos a comer tacos a "El salto de la rana", otro detalle más. La programación del Malba nunca me defraudó, así que decidimos verla. Pero falta casi una hora, queda tiempo para ver la tienda del museo (objetos de diseño muy lindos y a precios europeos, las lindas remeras con dibujos de Liniers a... 83 mangos). Y también para ir al Paseo. Vemos algunos negocios sin demasiado interés, aunque a Evan los zapatos la desesperan. A los locales que sé que tienen linda ropa prefiero ni entrar, salvo al de Adidas que se supone que liquida (jaja) y al de Lacoste, que ahora hace zapatillas con mucha onda. Sólo zapatillas. Y sólo para mirar. El vendedor que nos recibe es una loca que sonríe mucho, le debe divertir ver a esta clase de visitantes en el local.

Vamos al Sacoa, jugamos al básquet y pierdo otra vez. Por escándalo, soy horrible. La tiro a cualquier lado, y me pone nervioso escuchar las exclamaciones del público ficticio que resuenan en el parlante cada vez que Evan emboca un tiro. No hay tiempo para la revancha al tejo, en donde el historial me favorece (me ganó una sola vez bilardeando), ya empieza la película. Sólo para un heladito mínimo en Freddo, el vasito más chico ya vale 5 pesos, el kilo está en 30. Ridículo y riquísimo.

Apenas empieza En el hoyo me doy cuenta de que caí en una trampa: la agenda decía que el personaje principal del film era el propio DF, cuando ahora unas letras blancas en la pantalla informan que los protagonistas casi excluyentes son los obreros que construyeron la autopista. Mal presagio. Pero algunos detalles iniciales me gustan. La música está hecha con los ruidos rítmicos de las propias máquinas viales. Un par de tomas elegantes, la cámara esperando de frente a un camión que transporta con lentitud por una avenida despejada un bloque enorme de hormigón, escoltado por policías y con una multitud de coches a sus espaldas obligados a seguir al camión a baja velocidad. Un par de rápidos retratos del caos vehicular de la ciudad. Me acuerdo vagamente de Trafic, de Jacques Tati, esa obra maestra que deseo volver a ver. Me preocupa en cambio que los diálogos iniciales se escuchan muy mal, no sé si por el flojo sonido directo o por el bajo volumen de la sala. Los divertidos modismos mexicanos no ayudan, añoro un subtitulado salvador.

La película va estableciendo una idea principal algo reduccionista: el contraste entre los constructores "humanos" de la autopista y los usuarios "maquínicos". Las únicas personas que se ven en el film son los trabajadores, el resto son autos y más autos. Si bien el planteo es simple, está resuelto de manera apropiada a nivel visual. Pero lamentablemete, a medida que transcurre el metraje, las promesas y las buenas intenciones se diluyen. El ritmo decae, y las imágenes interesantes dejan paso a largas e innecesarias entrevistas a los obreros. ¿Y qué tienen para decir los obreros mexicanos? Que trabajan mucho y ganan poco. Que están cansados de levantarse temprano, viajar mucho y mal, que ven poco a la familia. Que los patrones se la llevan toda. Que los políticos son todos chorros. Dicen lo mismo que los obreros argentinos, los paraguayos, los italianos, los indonesios, los daneses. Exactamente lo mismo también -para que nadie crea que el mío es un ataque clasista, faltaba más, alcanza con comprobar cómo me quejo de lo caro que está todo a lo largo de esta entrada- que decimos los oficinistas de clase media de cualquier país, sólo que pronunciamos las eses. Algunos incluso pronuncian las que no corresponden, estoy harto de escuchar en el laburo los *vistes, *hicistes, *trajistes. Por favor, eso está mal.

En fin, caí en la trampa de otro documental social de factura prolija y hasta con algunos toques modernizantes (ralentis, cámaras fijas con la película a alta velocidad, el mencionado detalle de la música), que se atiene a lo políticamente correcto y seguramente ganará premios diversos en el circuito de festivales, pero que no aporta casi nada de nuevo, no genera ningún tipo de discusión interesante, no provoca ninguna reacción de empatía o entusiamo.

Nuevamente, lo único que queda para analizar (aunque no me voy a tomar el trabajo de hacerlo en profundidad) es la razón de ser de esta clase de películas y su financiamiento. Como cualquier film de los llamados "independientes" en la Argentina, En el hoyo requirió de apoyo oficial para su realización. Además de un fondo gubernamental para las que las autoridades consideran que son "películas de alta calidad" (eso se podía leer en los créditos iniciales), el propio gobierno del DF aportó fondos para parte de la producción. Lo que se desprende de esta situación es casi obvio. Como espectador puedo ponerme paranoico y sospechar que todo esto en verdad se trata de publicidad electoral encubierta del ex alcalde del DF y frustrado candidato a presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. O, al menos, puedo empezar a pensar hasta dónde llega la autoproclamada independencia de estos documentales que proliferan en todos los festivales del mundo. No es tan paranoico preguntarse qué clase de gobierno apoyaría a una película que podría criticar, siquiera parcialmente, una decisión gubernamental de la envergadura que implicó la construcción del segundo piso del Periférico.

En fin, las mismas cuestiones de siempre, temas muy gastados ya. No tengo ganas de ir al cine a sospechar de nada, únicamente quiero ver buenas películas. No fue éste el caso.