Un blog sobre camisetas de fútbol. Historia, diseño, marcas, novedades, curiosidades, rarezas. Arte y Sport.

miércoles, 27 de febrero de 2008

La marca de las tres pipas

A principios de los ´90, la gente de Nike comprendió que el negocio del soccer, aunque en el mercado norteamericano es limitado, mundialmente es gigantesco y que no podían quedarse afuera. Y como era imposible lograr de un día para el otro la historia cultivada por Adidas, decidieron salir a comprarla. ¿Cómo? Muy simple: bordando la pipa en las camisetas de grandes equipos, verdaderas “pasiones de multitudes”.*

Esta cita corresponde al libro Saberlo es negocio, de Claudio Destéfano, especialista en marketing deportivo, creador del exitoso diario interactivo de negocios Destéfano BIZ y –según sus colegas- “dueño de la mejor agenda de contactos de la City porteña”, como reza en la contratapa de su libro. Para comprobarlo, no hace falta sino observar las firmas de quienes accedieron a escribir un breve comentario a modo de cierre de cada uno de los capítulos del trabajo. Empresarios, ejecutivos de importantes corporaciones nacionales y multinacionales, consultores, periodistas especializados, la lista podría impresionar incluso a quienes jamás se asomaron a las tablas de cotizaciones de Ámbito Financiero o a quienes difícilmente se inquieten por lo que pueda decir la primera plana del Financial Times.

Tuve la suerte y el privilegio de participar en una entrevista a Destéfano hace pocos días, gracias a que la gente de la AACCF ya tenía arreglado el contacto desde hacía un tiempo y accedieron gentilmente a que fuera parte de la reunión. Lo que comenzó como una entrevista normal fue transformándose en una desestructurada e interesantísima charla, no sólo sobre coleccionismo de camisetas de fútbol en particular sino también sobre cuestiones de marketing deportivo y del mundo empresarial en general. Destéfano conoce estos ámbitos como pocos, maneja información de primera mano y sabe cómo explicar sus ideas para que resulten atractivas y enormemente convincentes.

Durante la charla (de la cual espero poder reproducir más adelante sus pasajes más interesantes, que no fueron pocos) Destéfano repitió la idea central del párrafo citado más arriba: las marcas –no sólo las deportivas- que no tienen tradición, la compran. Si quieren ser exitosas y pelear en los primeros planos, desde ya. Una idea adicional que se desprende de la otra principal es que la tradición, el prestigio que una marca puede llegar a lograr a lo largo de su historia es un bien intangible pero no eterno, al cual se lo debe defender todos los días.

De esto y no de otra cosa se trata el último y comentadísimo episodio de la ya clásica saga de enfrentamientos entre Nike y Adidas por el campeonato mundial de todos los pesos del universo deportivo: desde el año 2011 y al menos por siete años, el seleccionado de Francia dejará de vestir prendas de la marca de las tres tiras para pasar a ostentar la pipa de la casa estadounidense junto al simpático gallito de la Federación Francesa de Fútbol en toda su equipación oficial.

Desde que se difundieron los primeros rumores y especialmente luego, con la confirmación oficial de la noticia, los foros especializados de internet estallaron de indignación: cómo puede ser, si Francia tuvo a Adidas desde siempre (en verdad, desde 1972), si Nike es una advenediza que no entiende nada de fútbol, si es una empresa estadounidense (horror de horrores), a dónde van a parar la tradición y los recuerdos, cómo la camiseta que lucieron Fontaine, Platini y Zidane –entre tantas otras glorias- se puede manchar de este modo, al final lo único que importa es la plata, y así sucesivamente. Algunos otros, más tímidamente, se arriesgaron a dar otro tipo de opiniones. No hay tanto que lamentar, según ellos. Después de todo, Adidas está haciendo bien poco por mantener a sus equipos estrella. En los últimos años –agregan estos valientes foristas- sus diseños no han estado en general a la altura de las circunstancias, empecinándose en imponer sus discutibles templates a toda costa y en todos los casos, aún cuando los resultados no fueran los ideales. Por el contrario, Nike ha sabido ofrecer a sus patrocinados (además de una montaña de billetes) uniformes de calidad indiscutible y, muy especialmente, más originales y personalizados, la última tendencia que desespera a los directivos de todas las marcas de todos los rubros imaginables.

En lo personal, me atrevo a inclinarme por la opinión minoritaria. Aunque lejos estoy de ser un especialista en marketing, el análisis de lo que actualmente representa el concepto de “marca” se ha vuelto tan relevante que incluso ha despertado el interés de todo tipo de investigadores del campo de las ciencias sociales. Mis reflexiones acerca de esta cuestión provienen de diversas fuentes, un poco por haber leído libros que se ocupan –con enfoques muy diversos- del tema, otro tanto por la cantidad de material periodístico que debo recopilar para la mayoría de las entradas de este blog y también por lo que se puede observar cotidianamente en el mercado si se presta un poco de atención. Es más que evidente que mis preferencias pasan especialmente por aquellas marcas a las que he caracterizado como “menores”, no para desvalorizarlas, desde ya, sino justamente como un intento de conocer y difundir la historia y los avatares de aquellas marcas que han sabido forjar una gran trayectoria, superar innumerables contingencias, destacarse en el presente e incluso delinear las tendencias futuras, por más que no hayan podido llegar a ubicarse –o mantenerse- dentro del lote de las marcas más exitosas en términos de alcance, presencia y volúmenes de ventas.

Pero no por dedicarme a estas marcas menores habría que deducir que necesariamente desprecio a las otras, a las más exitosas, las “grandes” o “gigantes”. Sería de necio atribuir el enorme éxito de Nike, Adidas, Puma o Reebok únicamente a sus políticas de tercerización de la producción, desentendiéndose de si sus proveedores, mayormente de países asiáticos en ascenso, cumplían o no con las mínimas pautas de trabajo digno para seres humanos. Todo lo que se ha sabido y comprobado sobre este tema merece ser investigado, sancionado y corregido. Más allá de que en los últimos años las marcas más importantes han prometido mejorar sus políticas con medidas concretas (como ser códigos de conducta, manuales internos de calidad, políticas de responsabilidad social corporativa), también sería un error pensar que únicamente son estas marcas las responsables del trabajo esclavo en la industria textil y del calzado: no pocas marcas más pequeñas y muchos falsificadores han sido acusados de las mismas prácticas, sin que al parecer deban dar demasiadas explicaciones al respecto.

Si dejamos de lado esta cuestión espinosa, notaremos entonces que son innumerables los estudios dedicados a entender el éxito de las grandes marcas deportivas. Sería imposible reseñar aunque sea mínimamente todo ese material, pero sí podría tratar de resumir brevemente los últimos episodios de esta lucha sin cuartel entre las dos más grandes, Adidas y Nike, que cada tanto suele conmocionar al ambiente de los fanáticos del fútbol y de las camisetas.

La marca alemana y su rival estadounidense no podrían ser más diferentes. Las separan sus respectivas historias, lugares de origen, estéticas y estrategias. Cada una a su manera, han sabido convertirse en las más exitosas. De hecho, se han vuelto tan grandes y poderosas, han logrado abarcar tal porción de un mercado (que en buena medida ha crecido tanto gracias a estas mismas marcas) que, como en la película de James Bond, el mundo no basta. Se ha dado entonces la situación descripta en la cita de Destéfano que abría este artículo: desde que Nike decidió disputarle a Adidas la porción de la torta más suculenta –el fútbol, claro está- el mercado se volvió un salvaje campo de batalla en el cual ha quedado esparcida una buena cantidad de muertos y heridos. Una vez disipado el humo de los cañones, las marcas más chicas que lograron sobrevivir se vieron obligadas a reconvertirse y supieron encontrar sus propios nichos para volver a crecer. Algunas, como Puma por ejemplo, han sabido desarrollar estrategias que les permitieron lograr mucho con poco: todos habrán notado la cantidad de seleccionados vestidos por Puma en la última Copa del Mundo, por ejemplo, incluyendo al campeón, Italia.

Pero de todos modos la pelea de fondo ha quedado planteada entre las dos más grandes, y parece muy difícil pronosticar que alguna de las dos pueda alcanzar una victoria total sobre la otra. Más bien, todo parece indicar que habremos de asistir a una sucesión de grandes batallas de resultado incierto, con tendencias que podrán favorecer alternativamente a una u otra según el momento dado.

Todos entendieron que la reciente compra de Reebok por parte de Adidas era una respuesta poderosa de la marca alemana para señalarle a Nike que ella también estaba dispuesta a dar pelea en el terreno histórico del rival. Lo que ha sucedido en los últimos meses parece ser el contraataque de la pipa. Primero, la adquisición de una marca emblemática para el fútbol, originaria de un lugar emblemático del fútbol: la británica Umbro, nada menos. Luego, la astronómica oferta a la Federación Alemana de Fútbol para que Nike se convirtiera en su patrocinador, proposición que a la DFB le costó muchísimo rechazar: sólo a regañadientes prefirieron hacer gala de su orgullo germánico y seguir con Adidas. Pero era un aviso muy sugerente. Apenas unas pocas semanas más tarde, nos enteramos finalmente del nuevo contrato de Nike con la Federación Francesa. No será Alemania, pero el golpe se debe de haber sentido –y mucho- allí en los cuarteles de Herzogenaurach.

En definitiva, Nike está comprando su historia, su tradición. Otra muestra algo más menor de esta estrategia la pueden leer en esta muy buena e ilustrativa nota del blog Sport-2-Wear. Mientras todo esto sucede, nosotros podemos discutir cuál de las dos grandes nos gusta más, cuál tiene los mejores diseños, cuál representa mejor la esencia del fútbol (que de eso debería tratarse, ¿no?). La pelea continuará y Nike seguirá seguramente de compras por el mercado mundial. Algún día esta estrategia dejará de ser historia comprada. Será historia, simplemente.



Notas y créditos:

* Destéfano, Claudio: Saberlo es negocio, Buenos Aires, Aguilar, 2006.


Las imágenes de camisetas de Francia son del site Classic Football Shirts. El mockup de la camiseta Nike de Francia es del blog Minhas Camisas.


lunes, 25 de febrero de 2008

Arte y Sport en la AACCF





No es que me haya tomado vacaciones del blog, es que últimamente se juntaron varias cosas, todas positivas por suerte.

La primera de ellas es haberme asociado a la Asociación Argentina de Coleccionistas de Camisetas de Fútbol, la AACCF. Respondiendo a una muy gentil invitación de su parte, participé en dos de sus reuniones semanales y me encontré con un grupo de gente con muy buena onda, muchas ganas de trabajar y difundir sus actividades y colecciones de casacas realmente notables por la importancia histórica de ciertas piezas.

Si bien el coleccionismo no es mi principal actividad (mi colección es realmente muy limitada, nada de matchworn shirts en mi caso), decidí unirme a la AACCF y colaborar en lo que pueda en sus actividades. Imagino que pronto habrá novedades interesantes al respecto.

Y hablando de coleccionistas, ¿vieron lo que se puede encontrar en Mercado Libre?

miércoles, 20 de febrero de 2008

Las otras marcas: Hummel

La historia de Hummel

Son realmente muy pocas las marcas de indumentaria deportiva que han logrado que consumidores de todas partes del planeta las identifiquen de una manera tan profunda e indiscutible con la tradición o el espíritu de un país, cuando no con el país mismo. Uno de esos contados casos es el de la casa Hummel, emblema absoluto de la industria y el diseño de la nórdica Dinamarca.

Sin embargo, por más extraño que parezca, durante largas décadas, más de la mitad de su extensa trayectoria, Hummel fue una marca típicamente alemana, identificada desde su nombre mismo con la portuaria ciudad de Hamburgo. Los eventos -quizás fortuitos, quizás inevitables- que llevaron a que Hummel se transformara en una empresa danesa y, a partir de entonces, se volviera una marca conocida a nivel mundial y fácilmente asociable con Dinamarca, se dieron principalmente en la década de 1970, justamente los años que fueron testigos de la transformación más fuerte que la industria deportiva haya sufrido alguna vez. El panorama actual por todos conocido, caracterizado por el concepto de “marca” como fuente de valor e identificación universales, por los contratos de exclusividad con atletas y clubes, por la importancia fundamental del diseño y la anticipación o incluso creación de tendencias, por la cada vez más extendida influencia de las prendas deportivas sobre la vestimenta informal, por la presencia de las camisetas de fútbol como las estrellas indiscutibles del infinito merchandising deportivo a disposición del público consumidor, fue delineado de una vez y para siempre en aquellos años que no dejan de regresar, una y otra vez, de la mano de la moda retro. Y Hummel ha sabido adaptarse muy bien a este escenario, desarrollando productos y estrategias novedosas en todo momento, tanto cuando fue el tiempo de la gran expansión como cuando tuvo que limitarse para sobrevivir, para luego aprovechar inteligentemente toda su experiencia y su legado y volver a vivir una época de esplendor.

Al igual que a muchas otras de las marcas menores que venimos reseñando, las ansias de crecimiento desmedido llegaron a poner en peligro la existencia misma de Hummel. Sin embargo, quizás debido a esa manera tan especial que tienen los nórdicos para resolver sus problemas, Hummel logro salir adelante en poco tiempo, sin estridencias ni excesivo dramatismo. A pesar de los cambios de propietarios y de management, la empresa se ha mantenido en manos de capitales daneses, ha sabido reconvertirse y luego reinventarse, volviendo a ser una marca exitosa. Más aún, en la actualidad ha llegado a ser lo que muy pocas: una marca deseada, algo esquiva para sus consumidores, y aún así –o por eso mismo- buscada casi con devoción. Hasta podríamos decir que Hummel es una marca creadora de tendencias.

Los orígenes de Hummel se remontan al año 1919, año en el que Michael y Albrech Ludwig Messmer abrieron un taller de calzado deportivo en el pueblo de Eppendorf, cercano a la ciudad de Hamburgo, en el norte de Alemania. La empresa familiar propietaria del taller fue llamada sencillamente Messmer y Cía. Desde el inicio mismo de sus actividades el taller prefirió destinar sus productos a una cantidad limitada de disciplinas deportivas, entre ellas el ciclismo y el atletismo, pero muy especialmente el handball y el fútbol. Lo más destacable de sus primeras líneas de calzado fue la novedosa introducción de las primeras suelas de goma con pequeños tapones o salientes, innovación que en su momento significó un importante salto de calidad y rendimiento para los deportistas, ya que con ella se mejoraba notablemente la adherencia al suelo, permitiendo más y mejores movimientos. La primera colección lanzada al mercado bajo el nombre de Hummel data del año 1923. El origen del nombre tiene una doble vertiente. Por un lado, “Hummel” en alemán significa “abejorro”, y habría sido inspirado por la libertad y agilidad de movimientos que permitía el calzado deportivo de la marca. Por el otro, la expresión “Hummel-Hummel” es un saludo informal, muy popular entre los habitantes de Hamburgo. La historia cuenta que a mediados del siglo XIX había un aguatero en la ciudad llamado Johann Bentz, el cual se hacía llamar Hans Hummel inspirado por un vecino suyo, un popular soldado llamado Daniel Christian Hummel, quien solía contar en las calles anécdotas de guerras a quien quisiera escucharlo. El aguatero tenía muy mal carácter, y cuando caminaba por las calles acarreando agua los niños solían molestarlo para que se enfureciera, corriendo a su lado y gritándole “¡Hummel, Hummel!”, a lo cual él respondía “¡Mors, Mors!”, una forma muy abreviada de sugerir una grosería. Por eso todavía hoy los hamburgueses suelen saludarse coloquialmente de esta manera, diciendo uno “Hummel, Hummel”, contestando el otro “Mors, Mors”.

Desde que aparecieron los primeros botines bajo el nombre de Hummel éstos llevaron su propia forma de identificación visual: los ya clásicos galones (chevrons) a los costados. Hacia 1927 el catálogo de artículos de Hummel incluía, además de sus excelentes zapatos de fútbol y handball, otros productos como botas de marcha atlética, pelotas de goma de entrenamiento y gorros de baño. En 1935 los Messmer se asociaron con su abogado Christian Knibbe y con los propios socios de éste, Jürgensen y Tigges, y fundaron una nueva empresa para continuar y expandir sus actividades industriales, la cual se llamó directamente Hummel-Hummel. Las actividades se trasladaron a nuevas instalaciones ubicadas en el interior de la ciudad de Hamburgo, en la calle Viktoria. Lamentablemente, los últimos bombardeos de las fuerzas aliadas al final de la Segunda Guerra destruyeron por completo la zona. La fábrica y oficinas de Hummel quedaron reducidas a un montón de escombros, como casi toda la calle en donde estaban emplazadas.

Apenas un año después Hummel retomó la producción, abriendo una nueva fábrica en las afueras de la ciudad. A sus ya tradicionales botas para fútbol y handball se le sumó la producción de patines. De la mano de la recuperación económica alemana –acelerada a partir de la segunda mitad de los años 50- llegó el primer cambio de dueño de la empresa. En 1956 el empresario Bernhard Weckenbrock compró la marca, cambió el nombre de la empresa por un único y conciso Hummel y trasladó la fábrica al sur del país. La producción y las ventas de zapatos de fútbol y handball se expandían sostenidamente.

Bastante antes de que los importantes contratos de patrocinio fueran moneda corriente en el depore profesional, Hummel realizó las primeras exploraciones en este campo. En 1964 se firmó un convenio con el pequeño club de fútbol Grün Weiss Dankersen, el cual no recibía dinero alguno, aunque sí se comprometía a usar botines de la marca a cambio de una provisión de dos pares por jugador. Luego, en 1966, Hummel firmó el primer patrocinio individual con un deportista de la Bundesliga alemana, el arquero del Hamburg SV Horst Schnoor, quien accedió a usar en los partidos oficiales los botines identificados con sus característicos galones. Dos años después, en 1968, Hummel obtuvo su primer contrato con un equipo de la segunda división, el Duisburg. En este caso la marca ya debía realizar desembolsos en efectivo a los jugadores, que ascendían a la “increíble” suma de 50 marcos por jugador y por partido. Los pagos se realizaban antes de cada juego, entregando el dinero en sobres.

Hacia 1969 Hummel advirtió que no debía perder el tren de los profundos cambios que se avecinaban en la industria y decidió sacar al mercado su primera línea de indumentaria deportiva. Gracias a la constante presencia de la marca lograda con los patrocinios el éxito fue inmediato y las ventas fueron excelentes. Hummel comprendió también la importancia de reforzar la identificación visual de la marca, por lo cual los galones presentes desde siempre en sus botines también aparecieron en sus líneas de ropa deportiva. A lo largo de los años esta estrategia demostró ser sumamente efectiva, ya que con la obvia excepción de las tres tiras de Adidas, no ha habido otro elemento visual en la historia de los productos deportivos que -sin recurrir de una u otra forma a la figura de un logo registrado- lograra un efecto de reconocimiento tan fuerte para una marca. Aún quienes desconocían por completo el nombre de Hummel sí podían reconocer inmediatamente una de sus prendas o uno de sus botines gracias a los clásicos galones. Ni siquiera el logo de Hummel creado aquel mismo año de 1969, el abejorro o bumblebee, ha alcanzado el grado de difusión que sí han obtenido los chevrons.

Durante los años 70 Hummel continuó creciendo a un ritmo notable. Hacia 1972 sus productos se comercializaban en todo el continente europeo y los patrocinios se volvieron cada vez más importantes. Ese mismo año de 1972 se firmó el primer contrato importante e integral con un club de la Bundesliga, el Werder Bremen. En los términos del acuerdo Hummel se comprometía a pagar en efectivo al club por los derechos de exclusividad de su imagen y también a proveer al primer equipo de todo cuanto le fuera necesario para sus partidos y entrenamientos. En 1974 se dio una situación curiosa, realmente inimaginable en la actualidad. El seleccionado de handball de Alemania Federal debía afrontar su participación en el Campeonato Mundial de la disciplina, nada menos que en la hoy extinta República Democrática Alemana. Tanto Hummel como Adidas pelearon palmo a palmo por el derecho a ser el proveedor oficial del equipo, disputa que la Federación Alemana decidió zanjar salomónicamente: durante aquel mundial su seleccionado usaría ambas marcas, un partido cada una.

Esta también fue la década en la cual Hummel comenzó a transformarse en una empresa danesa. Los primeros contactos se dieron a través de dos estrellas del handball de Dinamarca, Jorgen Vodsgaard y Max Nielsen, quienes en 1974 fundaron la empresa VN Sport ApS con el fin de comercializar los productos Hummel en su país. Apenas un año después eran ya licenciatarios de la marca y comenzaron a fabricar indumentaria. Vodsgaard y Nielsen desplegaron una agresiva campaña para lograr contratos de exclusividad con los deportistas daneses más famosos. El más notable de ellos fue el convenio con el futbolista Henning Jensen en 1977, delantero convertido en celebridad local a partir de su transferencia del Borussia Mönchengladbach al Real Madrid.

Gracias a las gestiones de los dos deportistas daneses, Hummel también comenzó a hacerse muy fuerte en el campo del fútbol danés. En 1977 se firmó un importante acuerdo con un club de la primera división, el Vejle Boldklub, el cual se ha mantenido incluso hasta la actualidad. Y en 1979 se formalizó el contrato que logró hacer famosa a Hummel en todo el planeta: aquel año la marca vistió por primera vez al seleccionado danés de fútbol. En aquel momento quizás no haya parecido tan relevante este acuerdo. De hecho, ni siquiera obligaba a Hummel a pagar suma alguna a la Federación Danesa, sino que apenas se limitaba a la provisión de calzado e indumentaria. Habría que esperar algunos años más (hasta 1986, más precisamente) para que las sorprendentes actuaciones de los hasta entonces ignotos futbolistas de Dinamarca llevaran las imágenes de los productos Hummel a los televisores de millones de familias de los cinco continentes.

En el año 1980 Hummel completó su metamorfosis danesa. En lo simbólico, porque al contrato con la Federación Danesa de Fútbol se le sumó otro similar con la Federación de Handball. Y en lo más pragmático porque un grupo de socios encabezados por Jorgen Vodsgaard terminó por comprar a la propia empresa original, la que les había otorgado la licencia de la marca. Desde entonces, al menos en lo relativo a la industria de productos deportivos, Hummel y Dinamarca pasaron a ser sinónimos.

En la nueva década el crecimiento de Hummel fue explosivo. Su presencia comenzó a destacarse en nuevos mercados internacionales fuera de Europa, abriendo una subsidiaria en Estados Unidos e incluso logrando una posición muy fuerte en Japón. La oferta de productos se multiplicó, pasando del ámbito del fútbol y el handball a otras disciplinas como el básquet, el boxeo, el golf, el atletismo y el hockey sobre hielo. Incluso llegaron a lanzarse colecciones de indumentaria informal, de trajes de baño y de accesorios.

Por aquellos años, las estrellas absolutas de Hummel, los seleccionados de fútbol y handball de Dinamarca, comenzaron a destacarse como nunca antes en sus respectivas disciplinas. Muy especialmente el equipo de fútbol, el cual consiguió participar por primera vez en una ronda final de la Eurocopa en la edición de 1984. El conjunto de pantalón largo y campera de Hummel que usó la delegación danesa para la ocasión fue elegido como el más lindo del torneo. Para no ser menos, los muchachos del handball se presentaron en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles enfundados en un llamativo uniforme provisto por Hummel, lo cual les valió el apodo de los “Chicos Caramelo” (“Candy Boys”). De todos modos, aquello fue apenas un aperitivo para el plato fuerte.

Si de indumentaria llamativa se trata, nada causó tanto impacto (a nivel mundial, incluso) como el uniforme que Hummel diseñó para el histórico equipo de fútbol de Dinamarca que jugó la Copa del Mundo de México, en 1986. En aquella oportunidad, el mundo descubrió las habilidades futbolísticas de Michael Laudrup, Morten Olsen o Preben Elkjaer Larsen, figuras de un equipo de paso arrollador en la primera ronda del certamen. En aquella instancia inicial derrotó fácilmente y contra todos los pronósticos a seleccionados de mucha tradición como Alemania, Escocia y Uruguay. Y aunque todo concluyó abruptamente con una extraña y abultada goleada frente a España en octavos de final, nadie podrá olvidar ni el juego vistoso y ofensivo de aquella Dinamarca ni el increíble y polémico conjunto de camiseta, pantalón y medias provisto por Hummel. Éste ya había sido presentado poco antes del torneo en un mediático evento transmitido en vivo por el noticiero vespertino de TV. Si bien la conmoción que causó el llamado “disfraz de carnaval” se limitó en un principio al público danés (las comunicaciones globales no estaban aún en su apogeo), ésta fue suficiente como para que la FIFA interviniera y obligara a la Federación Danesa y a Hummel a cambiar los shorts y hacerlos de un solo color, rojo o blanco según la ocasión y el rival. De todos modos, apenas salieron al mercado las camisetas comenzaron a venderse como pan caliente, y más todavía cuando comenzó el mundial y Dinamarca se encargó de despachar a sus primeros rivales sin siquiera mosquearse. Aún con el 1-5 contra España ya consumado, era innegable que tanto aquel seleccionado danés como su indumentaria Hummel habían hecho historia.

En los últimos años de la década del ´80 Hummel firmó contratos verdaderamente rutilantes. Entre los clubes patrocinados podemos mencionar al Real Madrid, al Tottenham Hotspur y al Norwich de Inglaterra, al Verona de Italia, al Feyenoord de Holanda y al Hontved Budapest de Hungría. A nivel de seleccionados Hummel conformó un verdadero “combo escandinavo”, ya que al equipo danés se le sumaron los representativos de Suecia y Noruega. Y también en cuanto a patrocinios individuales Hummel decidió invertir fuerte, contratando al astro español Emilio Butragueño. Las ventas de la marca batían sus propios records año a año y el crecimiento global de la empresa parecía imparable.

Sin embargo, como suele suceder, una expansión tan fuerte y repentina comenzó a mostrar sus efectos negativos. Los primeros años de la década del 90 fueron testigos de una alocada carrera por los mejores auspicios entre las tres marcas más grandes, Nike, Adidas y Reebok, que no dudaron en ofrecer a deportistas y equipos estrellas las sumas más extravagantes con tal de retenerlos en sus filas o arrebatárselos a la competencia. Hummel intentó en un principio no limitar sus planes de crecimiento y pelear con las más grandes de igual a igual, lo cual llevó a la compañía a un peligroso desequilibrio financiero. En 1992, el mismo año en que Dinamarca ganara imprevistamente la Eurocopa de fútbol jugando en calidad de invitada (luego de la deserción de Yugoslavia, devastada por sus guerras interétnicas) y ayudara a crear una nueva fiebre por adquirir su camiseta oficial, Hummel se encontró al borde mismo de la quiebra. Como Ícaro al volar hacia el sol, la marca danesa había arriesgado demasiado en su imparable ascenso, pero lo peor era que se había alejado de los ámbitos que le eran más propicios (el fútbol y el handball) para pelear por porciones de mercado en otros deportes que le eran extraños, lo cual ayudó a debilitar su imagen global.

Frente a este panorama, el poderoso inversionista danés Thor Stadil decidió comprar a Hummel. Con planes concretos para sanear a la empresa, reconvertirla y devolverle su bien ganado prestigio, el nuevo propietario designó como CEO a Soren Schriver. Bajo la conducción de Schriver la marca comenzó a recuperarse, saliendo de los mercados más riesgosos (como el de EE.UU.), limitando las cifras de los patrocinios y concentrándose en los deportes que la marca había manejado históricamente: el handball, el fútbol y, en menor medida, el volleyball, el básquet y el hockey sobre hielo. A nivel deportivo, la medalla de oro en handball ganada por el seleccionado femenino de Dinamarca en los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta fue una buena oportunidad para apuntalar el resurgimiento.

Hacia fines de los años 90 el surgimiento de la fiebre por la moda retro ayudó a que Hummel volviera ocupar el centro de la escena. El mayor responsable de que la marca pudiera aprovechar este fenómeno –y luego también lo fogoneara en su beneficio- fue el hijo del dueño, Christian Stadil. Estudiante de derecho en la Universidad de Aarhaus, notó que muchos de sus compañeros recorrían los negocios de viejo y los mercados de pulgas buscando –casi siempre infructuosamente- las viejas remeras, camisetas, conjuntos deportivos y zapatillas de Hummel de los años 70 y 80. Lejos de ser un fenómeno casual y local, pudo observar que la misma situación se repetía en capitales como París o Londres, dos de los puntos estratégicos más importantes en el mundo de la moda. Dejando de lado sus clases, Stadil ingresó en la empresa de su padre y se puso a revisar los antiguos catálogos de Hummel, con la idea de relanzar ciertas viejas colecciones y esperar la reacción de los consumidores. Convenció a los máximos responsables de la marca de crear una nueva división a su cargo, lo cual sucedió finalmente en 1997 y se llamó Hummel Fashion.

La estrategia del joven Stadil no era apuntar a la indumentaria específicamente deportiva, sino dirigirse al segmento de la ropa informal y de tiempo libre creando modelos actuales inspirados por las viejas colecciones de Hummel. Al mismo tiempo, para el lanzamiento oficial de la primera colección retro (llamada Hummel Bumblebee) en 1999, Stadil optó inteligentemente por desarrollar una campaña de marketing muy discreta, evitando la publicidad masiva, confiando en el efecto “boca a boca” entre el público y limitando la comercialización de sus productos a un reducido y selecto grupo de boutiques. Los resultados fueron sorprendentes: en el mismo año de su lanzamiento, la colección retro de Hummel vendió más que cualquier otra división de la marca, lo cual posibilitó que Stadil tomara el control del conjunto de la organización. En los primeros años del nuevo milenio la empresa crecía sostenidamente a un promedio del 50%.

Hummel había vuelto a los primeros planos y era nuevamente una de las marcas más deseadas por consumidores de todos los rincones del mundo. Sin costosas campañas de marketing global, sin la necesidad de pagar millones de dólares a futbolistas famosos para que realizaran absurdas acrobacias en los más extravagantes y poco estéticos spots publicitarios, la marca se las arreglaba para llamar la atención de las maneras más impensadas. A la buena campaña del seleccionado de Dinamarca en la Copa Mundial de Corea-Japón 2002 (en la cual utilizó un brillante uniforme en estilo retro), se le sumó un contrato con la Asociación Nacional de Deportes danesa, gracias al cual la totalidad del equipo olímpico de Dinamarca utilizó indumentaria y calzado de Hummel en los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004. Cuando la familia real danesa se presentó en dicho evento luciendo prendas de la marca, Hummel logró uno de esos triunfos de valor simbólico que ningún dinero puede pagar.

Otras acciones novedosas fueron llevadas adelante. Por ejemplo, la compra de un equipo de la segunda división coreana, lo cual implicaba que los jugadores, además de entrenarse y jugar para el club, también recibían capacitación y trabajaban para la firma. O también un auspicio insignificante en lo deportivo pero de mucha carga simbólica a nivel político, como fue apoyar en 2001 la creación de un equipo de fútbol del Tibet, un territorio que desde hace años clama por su independencia a la vez que denuncia las atrocidades cometidas contra su pueblo por el régimen comunista chino. Gracias a esta original iniciativa –que algunos llamarán inteligente, otros pragmática y otros más tildarán de oportunista: seguramente todos tendrán su parte de razón- Hummel logró otro insospechado golpe comunicacional cuando famosos como Bono (¡cuándo no!) o Richard Gere aparecieron públicamente luciendo la camiseta del Tibet diseñada por Hummel, como muestra de solidaridad con la causa. No estaría de más mencionar que el trío de gigantes (Nike, Adidas y Reebok) había declinado previamente la invitación a patrocinar al Tibet para no ofender al poderoso gobierno chino.

Otros personajes famosos como Jennifer López, Lisa Marie Presley, Robbie Williams y Jon Bon Jovi también han optado por lucir públicamente vestimenta de Hummel, ayudando a que la empresa se decidiera a desembarcar nuevamente en mercados importantes como los de EE.UU. y Japón, volviendo a obtener allí muy buenos niveles de ventas. En los últimos años los excelentes diseños de Hummel han logrado el reconocimiento de la industria y la prensa especializada. En agosto de 2004 la organización Sportswear International le otorgó a Hummel el premio a la mejor marca del año en la categoría “colección deportiva femenina”. En 2005 la prestigiosa agencia Worth Global Style Network calificó a Hummel como “marca de indumentaria deportiva a seguir” y ese mismo año ISPO la nominó para el “Global Sports Style Award”. Luego, en febrero de 2006 Hummel obtuvo el premio anual HBH por sus estrategias de personal branding y marketing no tradicional, a la vez que repitió su nominación para el premio de ISPO. Finalmente, la tercera fue la vencida y en el año 2007 Hummel ganó el Global Sports Style Award por su colección de moda de invierno premium.

Todos estos reconocimientos no hacen sino confirmar el excelente momento actual de la marca. Si bien no cuenta ya con clubes demasiado importantes entre sus patrocinados en el ámbito del fútbol fuera de Dinamarca, y que incluso ha perdido el privilegio de vestir al seleccionado danés, es innegable que Hummel ha sabido ubicarse estratégicamente como proveedor de decenas de equipos más modestos en numerosos países de Europa, así como también de Estados Unidos, Sudáfrica, las dos Coreas y Japón (en donde patrocina al importante Yokohama Marinos), logrando que sus diseños nunca pasen desapercibidos. Hummel ha conseguido en cambio fortalecerse visiblemente en el handball, patrocinando a muchos de los más importantes clubes y seleccionados del mundo, e incluso a otros más marginales como el propio equipo nacional de la Argentina. Y también ha sido muy destacable la repercusión lograda a partir de su entrada en un deporte novedoso para la marca como lo es el cricket, al convertirse en el proveedor oficial del seleccionado de Sudáfrica.

Consciente de la importancia y el valor de su larga historia, marcando las pautas y tendencias en calidad y diseño en el presente, comprendiendo la necesidad constante de innovación como clave del éxito futuro, Hummel se proyecta al mundo demostrando con hechos concretos que en el campo de la indumentaria deportiva e informal existen aún infinitas posibilidades de desarrollo y diversidad. ¿Cuál otro sino ése, precisamente, podría ser el valor y el espíritu de una auténtica marca menor, esa estirpe que desde este espacio llamado Arte y Sport deseamos tanto rescatar y difundir?

martes, 19 de febrero de 2008

A modo de anticipo


En un par de días estará lista una nueva entrega de la serie Las otras marcas, la cual estará dedicada a la excepcional marca danesa Hummel. Si Admiral y Le Coq Sportif son mis marcas preferidas del pasado, estoy convencido de que actualmente Hummel tiene los mejores productos y diseños. En verdad -vale la pena aclarar- Hummel siempre tuvo colecciones increíbles de calzado e indumentaria, sólo que durante muchos años fue una ilustre desconocida por estas tierras.

Para comprobar lo que digo, pueden mirar un hermoso catálogo electrónico con los últimos lanzamientos de la marca haciendo clic acá. Esa ropa, esas camisetas, esos conjuntos, esas zapatillas son demasiado lindas. Si no consigo pronto algo de todo eso me suicido.


Nota: Este post va dedicado al desconocido que vi por la calle con la camiseta Hummel del Dundee United. No sé si era argentino o un turista, pero al ver eso tuve impulsos de atacarlo violentamente.

lunes, 18 de febrero de 2008

Joven promesa






Cuando me enteré de que el Leeds United dejará de usar indumentaria de Admiral -su más tradicional proveedor- a partir de la próxima temporada no pude evitar una mueca de disgusto. Si bien esta increíble marca inglesa hace ya tiempo que ha dejado de ser lo que fue, no dejaba de ser reconfortante que al menos un club de la Premier League siguiera luciendo sus prendas.

Pero no hay mal que por bien no venga. Porque resulta que la próxima marca patrocinadora del Leeds será una joven y ascendente casa italiana llamada Macron, la cual viste actualmente a un puñado de equipos de diferentes ligas europeas de ascenso. Sin embargo, la falta de renombre de sus auspiciados no es motivo para que la marca haya descuidado sus diseños o la calidad, sino más bien lo contrario. Como muestra, aquí están estos ejemplos: Bologna, Rimini y Piacenza de la Serie B de Italia, y camisetas titular y alternativa del Swansea City de la League One de Inglaterra.

El contrato con el Leeds United significa un salto de calidad importante para Macron. Ojalá que siga por el buen camino.

jueves, 14 de febrero de 2008

Contra la publicidad en las camisetas (y a favor de lo retro)



Las camisetas utilizadas en el clásico mancuniano del último fin de semana fueron motivo de muchos comentarios antes y después del partido, especialmente en los sitios especializados. La idea original, muy loable si tenemos en cuenta la conocida rivalidad futbolística, era que ambos equipos de la ciudad de Manchester, el City y el United, homenajearan de algún modo a los famosos integrantes del gran equipo de los Red Devils de 1958, quienes murieron en un accidente aéreo en la ciudad de Munich, en ocasión de cumplirse el cincuentenario del triste episodio.

La forma más llamativa que tomó este oportuno homenaje se relacionó directamente con las camisetas de ambos clubes. Tanto el City como el United -y sus respectivas marcas proveedoras de indumentaria, Le Coq Sportif y Nike- acordaron jugar el derby con camisetas que ostentaran únicamente los escudos de los clubes, sin ningún tipo de imagen o leyenda que pudiera identificarse con alguna marca comercial.

Pero sucedió que los equipos presentaron camisetas con estrategias distintas. Mientras que la celeste del City consistía en el modelo habitual de la presente temporada, sin sponsor, sin logo de Le Coq y sin las pin stripes blancas que adornan el modelo (aunque sí se dejaron los parches de la Premier League en las mangas), Nike decidió presentar para el United un llamativo uniforme retro, muy similar al original utilizado hace cincuenta años. Se cambiaron incluso los números que están obligados a usar todos los equipos de la liga por aquellos otros antiguos, tan típicos de todas las casacas inglesas hasta hace no muchos años. Y ni siquiera se mantuvo el escudo de la institución en el costado izquierdo del pecho.

De este modo, luego de analizar los motivos expuestos y observar los resultados finales, hay varias sensaciones controvertidas flotando en el ambiente. La más importante sería la siguiente: si el retiro de marcas y los sponsors se considera una manera respetuosa de homenajear a figuras importantes de la historia, ¿deberíamos deducir entonces que lo habitual que viene sucediendo desde fines de la década del 70 es una ofensa a los clubes, a los hinchas y al fútbol mismo? Por supuesto que no queremos pecar de ingenuidad e idealismo, ya somos grandes y entendemos cómo funciona el mundo. Peor nos parece, por poner un ejemplo muy evidente, la hipócrita actitud del FC Barcelona, con su negativa a mostrar sponsors en su camiseta de fútbol (o la aceptación “caritativa” de mostrar el emblema de UNICEF), mientras que casacas de otras disciplinas del club parecen buzos antiflama***. De todos modos, si bien aceptamos que la aplastante mayoría de las camisetas exhiben y continuarán exhibiendo publicidades, no es un mal momento para reflexionar acerca de lo desproporcionado que se ha vuelto este fenómeno. Lenta pero visiblemente, son cada vez más los clubes –incluso muchos de los más importantes- que además de los cartelones en pecho y espalda han comenzado a agregar otros en mangas y cuellos, y también en pantalones y medias. Esta manera de desvalorizar estética y conceptualmente a las camisetas es ya una plaga en México, Austria y Francia, y se extiende también a la Argentina, Brasil, España e Italia. Si bien Inglaterra y Alemania se muestran algo más cuidadosas, es de sospechar que sólo se trata de una cuestión de tiempo para que también se contagien del malévolo virus.

Sabemos que todos los clubes de fútbol profesional (y no sólo los de fútbol y no sólo los profesionales) necesitan de sumas cada vez más altas para mantenerse competitivos. Sabemos además que en muchos casos los clubes son sociedades comerciales que necesariamente deben reportar ganancias a sus dueños o accionistas. No es nuestra idea cuestionar ese modelo (que en la Argentina parece un pecado mortal, mientras los dirigentes, representantes, jugadores y barrabravas de las falsas “asociaciones civiles sin fines de lucro” no hacen otra cosa que fundir a los clubes y forrar sus cuentas bancarias), pero sí podríamos cuestionar a las publicidades en las camisetas incluso como estrategia de marketing. Hay opciones mucho mejores. Nadie va a negar que la NBA de Estados Unidos es una máquina de generar ingresos. Y sin embargo, ¿alguien vio allí alguna publicidad en las camisetas de los jugadores? ¿No sería hora de buscar otro tipo de estrategias, que resulten redituables a los clubes y mantengan inalterable la esencia de las camisetas?

Para cerrar, una última reflexión. Muchos critican la tendencia retro que se viene dando en la indumentaria deportiva desde hace ya una década. O bien la consideran una moda de dinosaurios, o quizás prefieren las constantes innovaciones de la industria textil, o tal vez la toman como un indicio cierto de una alarmante falta de ideas convincentes a nivel del diseño. Hay incluso quienes ven en este fenómeno una simple y descarada estrategia de las marcas para vender a precio de oro los saldos y las baratijas del pasado. Y otros más que elaboran complejas teorías de psicología social que demostrarían que el público de más de 30 años obsesionado por los objetos retro sufre en verdad de alguna patología evocativa que le impide crecer y madurar, dejando atrás el pasado que nunca volverá.

Más allá de todas estas teorías, ciertas o no, y mirando con ojo crítico y honesto las fotos de la indumentaria del Manchester United del estilo de 1958, ¿no será que las camisetas y demás artículos retro son un éxito inusitado simplemente porque son hermosos?


***Esta notoria institución ha adoptado el slogan “Más que un club” (¡qué original!) como punta de lanza de su burda campaña para convencer al mundo de que la provincia española de Cataluña es en verdad un paraíso igualitario de gente tierna y educada que bien merecería la independencia de su “tiránica” metrópoli. Una idea totalmente descabellada, desde ya. Desde lo político e institucional y también desde la realidad misma: esta noticia es de la semana pasada.

martes, 12 de febrero de 2008

(No tan) nueva camiseta de Defensores



Defensores de Belgrano está pasando por un momento complicado. Después de bajar injustamente y en los escritorios a Primera División B, en la temporada actual el equipo no da pie con bola y corre peligro de descender nuevamente.

Espero de verdad que eso no ocurra. La buena noticia es que en la vidriera de un negocio -que ya había cerrado, lamentablemente- vi la camiseta de su nueva proveedora, la marca Prostar. Este modelo corresponde a la temporada ´07-`08, de acuerdo a lo publicado en una tienda on line, y realmente me gustó mucho. Después de varios años de diseños definitivamente espantosos, era hora de que tan tradicional institución pudiera lucir una vestimenta acorde a su historia.

No parece realmente una camiseta del ascenso, a las cuales me referí ayer con una mezcla de horror y simpatía. Más allá de la variante del cuello similar a los de otras marcas y de ¡ay! la excesiva cantidad de publicidades (dos en la espalda, otras inscripciones en las mangas), la casaca impresiona muy bien gracias a sus discretos adornos a los costados, al fino bastón negro que recorre las mangas y a la buena calidad del bordado del antiguo escudo y de las estrellas. El precio de venta es también bastante razonable, aún para una camiseta de una categoría menor: 90 pesos.

A propósito, es una suerte que algún responsable haya tomado la decisión de abandonar ya ese ridículo escudo con un dragón. Defensores siempre fue "Defe", ningún "Dragón", y su escudo es el que se ve en esta camiseta. ¿O acaso alguien se creyó el escudo del leoncito que intentó introducir Santilli en River?

domingo, 10 de febrero de 2008

Más sobre la alternativa de Alemania


La camiseta alternativa de Alemania ya se ha presentado oficialmente. Es un modelo basado en uno antiguo utilizado hace 100 años y con el rojo como color predominante, de acuerdo a los deseos del DT del seleccionado Jürgen Klinsmann.

Hace un tiempo, cuando adelantamos una imagen de este modelo, nos preguntábamos el por qué del abandono por parte de Alemania de los tradicionales uniformes alternativos verdes. En los comentarios recibidos, algunos lectores arriesgaban que los alemanes consideraban a esta camiseta como "mufa". Lo cierto es que ninguno de nosotros sabía incluso el motivo por el cual Alemania había adoptado en un principio un color tan poco relacionado con su historia y sus emblemas como el de su casaca alternativa.

Bueno, gracias a este post de Football Shirt Culture y a los comentarios de sus lectores podemos entender mejor la historia. El verde y blanco es por los colores del emblema de la DFB, la asociación alemana, aún cuando algunos creían que era en agradecimiento a Irlanda, el primer país que invitó a jugar a Alemania luego de la Segunda Guerra. También allí se explican los motivos para pasar al negro y luego al rojo, motivos que mezclan razones deportivas con otras de marketing.

Noten además el nivel de respeto e información de la mayoría de estos comentarios (más allá del infaltable boludito zarpado), aún cuando discuten sobre algo tan delicado como el pasado nazi de Alemania. Justamente en un site inglés, con todo lo que ello implica. A ver si aprendemos por acá...

El ascenso





Entre las miles de camisetas que se ofrecen todos los días en casa de deportes y sitios de ventas y subastas hay una categoría muy particular: la de los clubes de las categorías de ascenso del fútbol argentino.

Sería una tarea más que ardua el intentar hacer un recuento minucioso de todos y cada uno de los miles de clubes que militan en estas categorías en todo el país. No menos ardua sería la tarea de recopilar información sobre todas sus camisetas.

Un rápido pantallazo por el apartado "clubes de ascenso" en Mercado Libre, o también, los clásicos resúmenes de goles de TN deportivo que ayudan a llenar los aburridos baches del fin de semana, son más que suficientes para descubrir que las camisetas del ascenso argentino resultan la más fiel representación del fútbol que se juega allí. No es éste terreno propicio para sutilezas, detalles sofisticados, sobriedad o delicadeza. Las camisetas del ascenso son estridentes, desbordadas, barrocas, excesivas. Jamás aceptarían aquella regla básica tan difundida como poco aplicada que dice que "menos es más". De ningún modo. Para los diseñadores de marcas nacionales tan exóticas como Dana, Ohcan, Olan o Nanque, y también internacionales como Reusch, Sport 2000 o Erreá, "más" nunca es suficiente. Colores llamativos, adornos desproporcionados, exagerado número de logos o isologos en las regiones más insólitas de las prendas, leyendas alusivas de los clubes que se superponen con los parches de los sponsors más insospechados.

Tampoco parecen muy preocupados los responsables de estas camisetas por la originalidad de sus diseños. Cualquier observador atento podría encontrar en decenas de casacas del ascenso un collage formado por un template idéntico a alguno de Adidas de hacer un par de años, un cuello ya descartado por Nike en la temporada anterior, las costuras de las mangas como las hacía Kappa hace un lustro más los parches de tela estrambóticos que ya no hay marca que los resista.

Las fotos que ilustran este post son de las camisetas más rescatables que encontramos luego de una recorrida exhaustiva por las ofertas de Mercado Libre. Son las de Alumni de Villa María (Córdoba), Brown de Adrogué y Yupanqui, más las alternativas de Estudiantes de Caseros y San Martín de Mendoza. Algunas de ellas hasta son interesantes. Y si no tuvieran esas publicidadess, ¡cuánto mejores serían...!

jueves, 7 de febrero de 2008

Modernas que valen la pena


Cualquiera que lea algunas entradas de Arte y Sport habrá notado que nuestra línea estética en camisetas de fútbol es más bien tradicionalista. Lo más molesto de las innovaciones que casi todas las marcas introducen en sus modelos es la exagerada necesidad de llamar la atención, lo cual las lleva a toda clases de excesos.

Sin embargo, de tanto en tanto, aparecen camisetas de línea moderna que nos gustan, que creemos que aportan algo. Es entendible, después de todo. Si ningún cambio, si ninguna novedad sirviera, entonces no habría evolución, las camisetas serían siempre iguales.

En el partido de vuelta por la clasificación a la ronda final de la Copa Libertadores de América entre Lanús y el Olmedo de Ecuador se vieron dos de estas novedades que nos interesan. Estas creaciones de Signia y Diadora, respectivamente, distan de ser perfectas, claro está, pero son intentos muy válidos.

La combinación de colores de este conjunto alternativo del Olmedo es muy jugada. El gris no suele llevarse bien con el fútbol. Pero, en este caso, Diadora arriesgó y ganó. La combinación con el naranja, más allá de los repetidos vivos rodeando el pecho, nos parece definitivamente un acierto.

AyS en Brasil (IX): Requebra assim


Creo que la crónica del viaje a Brasil se ha extendido demasiado. ¡Todo este palabrerío para apenas un día y medio en Río de Janeiro! Claro que a la narración estricta del recorrido se le agregaron los comentarios sobre camisetas, las reflexiones sociológico-políticas al paso, las anécdotas menores y hasta los antecedentes mismos que nos llevaron a viajar allí. Como ejercicio literario (digamos) fue bastante satisfactorio y pareciera haber tenido buena repercusión, pero empiezo a pensar que ya no va quedando mucho más que decir.

El segundo y último día completo en Río de Janeiro amaneció, al fin, bastante despejado. Nos costó mucho levantarnos después de la paliza del día anterior. Desayunamos algo más tarde y no del todo despiertos. El programa ya estaba decidido: al Corcovado, al Pan de Azúcar, todo lo que se pudiera hacer en el medio y una última y rápida visita para concretar las compras pendientes en Rio Sul.

Al Corcovado fuimos en colectivo, paseando de este modo por barrios algo más alejados de la costa, como Laranjeiras y Cosme Velho. Hasta las inmediaciones del propio Corcovado, no llegamos a notar nada que distinguiera demasiado a un barrio de otro: el mismo trazado irregular de calles y manzanas, los mismos edificios sesentosos, el mismo ritmo levemente más cansino al de Buenos Aires. Como si paseáramos por los rincones más tranquilos y rantes de Barrio Norte o Palermo.

Aún no he mencionado que sabíamos que la manera característica de subir al Cristo Redentor es tomando el llamado Tren del Corcovado, un tren turístico equivalente a nuestro Tren de la Costa aunque con una ingeniería mucho más compleja. Si bien el recorrido completo creo que no llega a los dos kilómetros, el tren sube por el cerro casi sin rodearlo, constantemente en pendiente a través de la espesa vegetación tropical, típica de todos los morros de la zona. Los trenes se componen de formaciones de dos simpáticos vagones rojos, quizás más parecidos a tranvías urbanos que a ferrocarriles. El tendido es de una sola vía, salvo en los breves tramos en donde se ubican estaciones o puestos para que se crucen los trenes que suben y los que bajan. Tanto la estación de partida como la de llegada son construcciones muy sencillas, con buena información para el turista y baños aceptablemente limpios, aunque las instalaciones en su conjunto podrían ser mucho más cómodas y atractivas de lo que son. Especialmente teniendo en cuenta la cantidad de turistas que utilizan el servicio, los cuales deben esperar pacientemente la salida de su tren sin mucho más que hacer que comprar souvenirs o mirar algunas fotos en exhibición. Se termina pareciendo a hacer la cola en el banco. No estaría nada mal, por ejemplo, hacer una linda estación en estilo ferroviario inglés, en donde se pueda amenizar la espera sentado en un cómodo café o mirando en pantalla gigante algún documental sobre la construcción del tren o del mismo Cristo Redentor. Todo convenientemente climatizado, ya que estamos. Una sugerencia para la Prefectura.

En fin, aquello estaba lleno de gente, quiero decir, de turistas. Nada de hacernos los alternativos esta vez, estábamos inevitablemente confundidos con la masa. Llegamos cerca de las diez y media y, aún con trenes saliendo cada media hora, por orden de llegada debíamos esperar hasta las doce para hacer el paseo. ¿Qué hacer? Lo de siempre, ir a ver qué onda por ahí. La estación del tren se ubica en un barrio residencial, que alterna casas y edificios sencillos con pequeños conjuntos de barrios cerrados de bastante nivel. Por esta zona se notaba un eclecticismo mayor en cuanto a estilos, se podían ver tanto antiguas casonas de las primeras décadas del siglo pasado como residencias y condominios flamantes, de estilo bien moderno, y también alguna embajada u oficina diplomática. Todo esto se ubica en la base y la ladera del Corcovado, y, si bien las construcciones apenas avanzan sobre la altura del morro, las calles y accesos para llegar allí son muy empinados. Caminar mucho por esa zona debe ser un ejercicio muy tonificante para las piernas.

Nos tocó el turno, finalmente. El ascenso era lento, el tren no puede ir a más de 25 o 30. Además del par de rieles de cualquier vía tradicional, las de este tren cuentan además con un tercer riel que funciona con un sistema tipo cremallera, para lograr mejor agarre y tracción en la pendiente. Para hacer algo más atractivo el monótono avance a través de la espesa vegetación, los encargados del paseo han agregado simpáticas esculturas pop con las figuras de la fauna de la región y otras que representan a personajes históricos o religiosos. También se han ocupado de que a los costados de las vías se ubiquen, bien visibles e identificables, los árboles y las flores más emblemáticas. El toque ecológico tan buscado en esta época.

Hasta llegar a la cumbre apenas si hay uno o dos puntos en donde se pueda observar una vista panorámica de la ciudad, enseguida la vegetación lo vuelve a cubrir todo. Pero claro, para qué apurarse, arriba de todo sólo están el Cristo y las vistas (sin mencionar los gift shops y un bar). Bueno, allí en la cumbre todo era un quilombo multicultural y plurilingüe. Turistas de variadas nacionalidades, todos unánimemente desesperados por sacarse las consabidas fotos con los brazos abiertos y la enorme estatua de fondo. Sí, nosotros también.

A pesar del día soleado, también había unas cuantas nubes bajas que por momentos tapaban todo e impedían contemplar las vistas. Pudimos sacar todas las fotos de rigor, de todos modos. Como la que muestra al Maracaná, por ejemplo. La belleza del paisaje y de la ciudad aportaba lo suyo, aunque la estatua del Cristo no me pareció gran cosa, para ser sinceros, si bien es evidente que ha sido una obra compleja y monumental. Además, yo ya empezaba a sentirme fastidioso en medio del gentío. No es tan grave, después de todo, he estado peor. Simplemente había que irse.

El descenso fue sin mayor novedad. En esos breves veinte minutos o media hora de trayecto noté lo raro que resulta hacer esta clase de paseos. Pareciera que uno no hiciera nada, pero al volver se siente cansado como si hubiese cruzado un desierto. Todavía faltaba mucho, por supuesto. Serían algo más de las dos de la tarde, había que ir al Pan y, en lo posible, comer algo rápido por ahí. Tomamos otro bondi que nos volvió a depositar media hora después frente al Rio Sul, punto de paso obligado en todos los recorridos. Allí comimos algo en… McDonald´s. Cuando se viaja uno nunca quiere ir a los malditos arcos dorados, pero siempre termina yendo. Es casi una fatalidad del turismo.

Sabíamos para qué lado quedaba el Pan de Azúcar, pero no sabíamos exactamente a qué distancia. Suponíamos que menos de veinte cuadras, así que pensamos tomar un taxi, para simplificar y hacer más rápido. El único colectivo que iba hacia allá no pasa con mucha frecuencia, ya que fuera de la estación del teleférico para subir al Morro da Urka primero, y al Pan después, lo único que hay en esa dirección es el pequeño y pintoresco barrio de Urka, precisamente. En la parada de taxis había un pibe con cara de vivo, el clásico abrepuertas listo para cagarte o sacarte una moneda. Un poco ingenuamente, le preguntamos cuánto saldría el viaje hasta el Pan. “Diez reales”, contestó. Caro, desde ya, pero razonable. Subimos, y mientras nos acomodábamos escucho que el pibito le dice algo incomprensible al tachero. “Listo”, pensé, “nos van a querer cagar”.

A tres cuadras de arrancar, el reloj del taxi seguía apagado. Le pedimos que lo prendiera. “Jdlja´fkdsf pla pla pla”, fue la respuesta. Insistimos. “No hace falta, ustedes dijeron diez reales”. Claro, qué boludos que somos, discutiendo no íbamos a llegar a ningún lado. “No te la voy a dejar tan fácil, tachero del orto”, pensé. Al llegar, me bajé rápido, la dejé a Evan pagando y fui a buscar a un cana. Se la hice corta y en español, obligándolo de salir del patrullero en donde estaba cómodamente instalado. Me miró con cara de “No me rompas los huevos”, pero allá fue, a cumplir con su deber. Lo paró al tachero –no había tenido tiempo de irse, aquello era un quilombo de coches, micros y turistas-, lo hizo estacionar y bajar. Con Evan mirábamos de lejos. El cana le habrá dicho algo así como “No seas boludo, si vas a cagar a los turistas no la hagas tan evidente, manejala mejor.”. El caso es que al toque volvió el tachero, con un billete de dos reales a modo de vuelto y pidiendo disculpas. Quedé feliz de la vida, claro está. No era por la guita, era por el honor. Los argentinos podemos ser los peores soretes inservibles, pero que nos quieran tomar por boludos, eso nunca.

Así que listo, con la conciencia tranquila y otra anécdota pelotuda para contar, ya podíamos hacer otra cola. La del teleférico. Otra vez, quilombo de gente y todo muy lento. Para hacerla corta, en el Pan de Azúcar sí que lo disfruté. Es más bajo que el Corcovado, pero la vista es mucho más linda, con las playas, la bahía y la ciudad de frente. Además de los obligatorios bares y gift shops, hay un paseíto para caminar por el morro, entre los árboles y las cañas. Estaba lleno de pequeños monos, de esos que los ves y decís “aaaaahhh, qué dulce”. Una mona llevaba a su cría en la espalda, muy Nat Geo. Estaban esos bruites epantosos revoloteando por toda la bahía. No sé qué mierda buscan, supongo que los tachos de basura o algún animal desprevenido o moribundo, no sé. Y también hay una vista privilegiada del aeropuerto Santos Dumont, de los despegues y aterrizajes. Nunca había visto despegar a un avión de frente y desde una altura superior.

Al bajar, en la parada del Morro da Urka estaban los de la tele grabando una promoción del carnaval. Un grupo de no más de treinta músicos y bailarinas de diferentes escolas do samba le daban a los tambores y al meneo de caderas. Para qué agregar otro lugar común. Son impresionantes, por más que ni loco iría al sambódromo y el carnaval me hastía más allá de la hora y media de espectáculo. Y por qué no decirlo, ya que estamos: las comparsas y murgas de Buenos Aires (y también las de la tristemente célebre Gualeguaychú) no resisten ni la más mínima comparación con el carnaval carioca. Son un montón de muertos de hambre, parecen un circo de pesadilla. Ni hablemos musicalmente, la variedad de ritmos y sonidos de la percusión brasileña es un universo de posibilidades al lado de los bombos y platillos retardados de los corsos de acá. Quizás no queda bien decirlo, porque desde hace un tiempo la murga porteña tiene muy buena prensa entre los progres. Se la rescata por el dudoso mérito de ser un arte “popular”. Nada demasiado grave, por otra parte, si además la estupidez política unida al predicamento cultural de la progresía no hubieran generado las siguientes y demenciales decisiones:

- Que un grupo de murgas sean subvencionadas por el gobierno porteño con no sé qué millonada de pesos.

- Que durante todos los fines de semana de febrero y los tres días de carnaval propiamente dichos las principales avenidas de varios barrios se cierren al tránsito para permitir la celebración de los “corsos”. Que la cantidad de espectadores a estos espectáculos sea insignificante, haciendo aún más injustificables los trastornos para los vecinos de una ciudad ya lo suficientemente desquiciada, no parece importarles mucho a los progres.

- Que el gobierno de la ciudad decrete asueto administrativo durante esos tres días de carnaval, por más que la basura nos llegue a la cintura, las oficinas públicas sucumban bajo el peso de sus expedientes o los hospitales sean demolidos hasta sus cimientos por las ratas.

- Que actores o conductores de TV con mucha “sensibilidad social” hagan programas para los canales oficiales en los cuales demuestran lo buenos que son, retratando las “historias de vida” de los murgueros.

Todos estos inauditos eventos se han repetido aún bajo el nuevo gobierno porteño, cuyas autoridades ya han dado alguna muestra de sensatez anunciando la intención de revisar estas acciones promovidas por sus predecesores. Espero que no sean sólo intenciones.

Releo el primer párrafo de este post y veo que estaba equivocado. Tenía unas cuantas cosas todavía para contar y decir. Espero que con una sola nota más sea suficiente.