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jueves, 30 de marzo de 2006

Todos a Tucumán, vieja


Puede que este texto haya quedado desactualizado en cuanto a que Callejeros no va a tocar en Tucumán. Era para ser publicado ayer. Pero va igual.

Para ser una bandita marginal, la verdad es que llevan mucha gente, ¿no? Pobres, cuánta gente inocente...

Estoy harto de lo políticamente correcto, ya sería hora de llamar a las cosas por su nombre sin miedo a ser tildado de reaccionario. Tomando como guía algunos comentarios publicados en Internet por fanas de Callejeros se puede apreciar el bajísimo nivel cultural de estas personas. No sólo porque son incapaces de escribir sin faltas de ortografía y con una redacción fluida y comprensible sino porque sus opiniones denotan una pasmosa estupidez. El descuido por las formas del lenguaje no es solamente una anticuada manera de escandalizarse al estilo de las cartas de lectores de La Nación (así y todo el único diario legible del país), sino que denota una seria limitación de las capacidades intelectuales de las personas. No es posible pensar a un nivel de cierta complejidad sin dominar correctamente la lengua. Hasta que las futuras generaciones o la neurolingüística demuestren que existe una manera diferente de razonamiento, por ahora los seres humanos pensamos con palabras.

Ay, el falso mito del aguante... Ya me referí lateralmente al tema en esa entrada anterior tan extensa. Para creerse algo así hay que ser como mínimo ingenuo y como máximo un cínico, ya sea que se trate de un fan o de un músico cultor del rock barrial. Pero tanto la ignorancia o la mala fe pueden resultar igualmente devastadoras, como lo demostró el mismo Cromañón. No importa cuánta gente haya muerto, según esta gente toda la culpa es de Ibarra y de Chabán, nunca una autocrítica, jamás una reflexión más cuidada, únicamente vociferar que nosotros y nuestra banda preferida somos los eternos inocentes. Llegan a decir incluso que Callejeros es una banda chica, sin recursos. ¡Por favor, si están llenos de oro y pueden agotar las entradas de casi cualquier lado! Me parece bien que hagan guita con su música, pero dejen de hacerse los marginales, que somos pocos y nos conocemos de sobra. Banda chica es la mía, que llevamos 50 personas y desde ese puto 30 de diciembre no encontramos un lugar decente para tocar, porque el gobierno de la ciudad ahora se pasa de rosca con las clausuras. Todo se hace así, tarde y mal.

De paso y como comentario al margen, ahora que cualquiera se cree habilitado para hacer justicia por mano propia, ya podemos ver cómo después de las amenazas de muerte a los legisladores ahora llegan las amenazas a los de la banda y sus familiares. Ser víctima real o presunta en este país parece ser una habilitación implícita para hacer cualquier cosa: cortar puentes, quemar casas, saquear comisarías y municipalidades, amenazar de muerte. Y claro, si no saltaron antes para decir que eso era una barbaridad, ahora que la idea y el método están instalados, ¿cómo se hace para parar la bola de nieve?

viernes, 24 de marzo de 2006

Suficiente con el 24 de marzo

Ya gente más inteligente que yo dijo y escribió cosas más inteligentes acerca de este promocionadísimo aniversario del golpe. Los puedo remitir al blog de Alejandro Rozitchner, por ejemplo (www.100volando.net). Sólo voy a decir un par de cosas.

Esta locura más o menos repentina por recordar, conmemorar, repudiar o no sé cuántas cosas más el 24 de marzo del 76 no sirve para casi nada bueno. Es nada más que una sucesión histérica de especiales de TV, suplementos de diarios y de esos repugnantes y nazis ejercicios de actuación política que son los escraches (lo digo literalmente, era lo que hacían al comienzo los nazis con los judíos). Esa clase de demostraciones se dicen actos de justicia, pero son sólo escenificaciones repletas de odio y resentimiento, que además rozan ya lo ilegal. Y por favor, ya sé que Videla y todos esos tipos son algunos de los seres más execrables del mundo. Pero me asusta la idea de que las supuestas buenas causas (como destituir a Ibarra o bloquear las papeleras) conviertan a quienes las promueven en portadores para ejercer la justicia por mano propia.

Nada de todo este show de falsa conciencia ciudadana alrededor del 24 de marzo conduce a lo que quizás sería lo más deseable, que entiendo yo que sería una comprensión acabada de un proceso histórico complejo, con todos sus antecedentes y consecuencias. Eso no se consigue con histeria mediática, sino con estudio metódico y equilibrado. Y claro, eso requiere un esfuerzo intelectual mayor al que muchos están dispuestos a realizar.

Ya hace varios años que creo que no podemos seguir atados a la carga de la dictadura. Incluso para las generaciones más jóvenes parece un imperativo a tratar en todas las ramas del arte y de las ciencias sociales. Antes que recordarla hay que tratar de entenderla, pero sobre todo hay que saber dejarla atrás. Como sociedad tenemos desafíos mucho mayores, que si no entendemos que ya hace rato que son impostergables se volverán otras oportunidades históricas desaprovechadas. La Argentina mejoró mucho desde 1983, con democracia, libertad y tolerancia. Pero pareciera que estamos empeñados en retroceder en el calendario, a contramano del mundo, en un siglo XXI que ya vuelve irreconocibles las realidades de hace dos o tres años. Las estructuras de pensamiento de la sociedad están obsoletas, y desde este gobierno que yo voté pareciera que lo único que se busca es recrear las confrontaciones del pasado. Pensar que yo los voté porque me parecían los más pragmáticos y realistas. Claro, antes estaba Lavagna...

jueves, 23 de marzo de 2006

Parque Chas (parte I)


A casi un año y medio de aquel momento -tan significativo- en el que abandoné el barrio de Belgrano tras más de treinta años de residencia para mudarme al casi exótico Parque Chas, creo que sería un buen momento para comentar algunas particularidades de este lugar tan peculiar. De la tranquilidad de sus irregulares calles, de lo fácil que se pierden los que no circulan por allí, de lo agradable de sus plazas, de su disfrutable silencio habla casi cualquiera que quiera ensalzar con entusiasmo las virtudes del barrio. Por eso preferiría en cambio tratar de trazar un panorama de lo más llamativo, lo más notorio de todo lo que sucede últimamente en este pequeño barrio de casas de muñecas que se le ocurrió inventar a un tal señor Chas hace 80 años.

Prácticamente desde que me instalé en mi nuevo hogar pude notar cómo el barrio se encuentra en medio de un proceso de transformación (o quizás actualización) de su fisonomía, seguramente no tan acelerado como el que se aprecia en varias zonas de Palermo desde hace unos años, pero sí continuo y alentador, en rasgos generales. No parece que el barrio vaya a perder en el futuro cercano esa tranquilidad y silencio que le contagian sus intrincadas calles para transformarse en una zona de moda como Las Cañoitas, pero sí es posible aventurar que más temprano que tarde voy a dejar de ostentar el dudoso privilegio de ser el único chico moderno y bien vestido de Parque Chas. Realmente lo soy, no es por soberbio (bueno, sí lo es). Es de esperar también que las únicas músicas que se dejan escuchar por allí, esos deprimentes géneros nacionales en boga que afean el paisaje sonando desde el interior de las casas y coches, pronto dejen algo de espacio para la penetración de otros sonidos más estimulantes. Como esos mismos que, gracias a mi equipo de audio y mi batería, me dedico a emitir con generosidad desde el living enclavado en una de las famosas seis esquinas de Parque Chas, para sorpresa y perplejidad de más de un vecino. Hasta ahora no recibí ninguna muestra de hostilidad abierta, y creo sinceramente que lo mejor para todo el barrio sería que escuchen y aprendan. No es fácil, ni se consigue de un día para el otro.

Pero volviendo al tema principal de esta entrada y dejando de lado las extensas disgresiones al estilo del admirado Mansilla, decía que es notable la cantidad de construcciones y reformas de casas que se aprecian desde hace un tiempo en el ahora oficializado nuevo y laberíntico barrio porteño. Incluso en el mismo bloque edilicio del cual forma parte mi ¿departamento, PH, casa? las reformas están a lo orden del día. No parece que vaya a ser posible mejorar en mucho el inexpresivo exterior del edificio, pero sí se va a ver más prolijo, y los cambios interiores parecen ser profundos. De todos modos, los pequeños detalles siempre ayudan. Tan sólo con dos simples macetas con plantas y flores en mi balcón, el frente que da a la ochava presenta un aspecto mucho más vivo. Me llama mucho la atención lo saludables que están mis plantas, apenas con los cuidados mínimos que les dispenso.

En el resto del barrio el panorama es, en general, bastante alentador. El extraño trazado de las calles hace que las manzanas sean chicas y muy irregulares, y eso implica una limitación y también un desafío para los constructores. Lo que se puede apreciar es bastante variado. Entre lo positivo, chalets rústicos de estilo sobrio, PHs modernos como los que se ven por Palermo, viejas casas con galerías puestas a nuevo. Entre lo negativo, esos impersonales y estrechos grupos de duplex gemelos, cuadrados pero sin gracia, construidos casi como por compromiso. Sé que la carrera de arquitectura es difícil, pero ¿cómo coño puede ser que le otorguen el título a gente con tan poco aprecio por la estética?

Por el lado de los espacios públicos el resultado es más incierto. Se ha presentado un interesante proyecto para reformar la tan odiada por los vecinos fuente de la rotonda de las seis esquinas, la misma que está frente a mi puerta. Pero aún considerando el deteriorado estado de esta fuente no se sabe todavía la fecha de iniciación de las obras ni mucho menos la de su finalización. La plaza "Dominguito" Sarmiento fue apenas acondicionada con algo de grava y arena, pero su aspecto general podría mejorar aún más y la limpieza es algo dudosa, mérito de los dueños de los innumerables perros de la zona. No ayudan mucho tampoco los pibes que juegan todo el día al fútbol. La plaza más linda es la que está por allá al fondo, creo que por la calle Nápoles cerca de Constituyentes. No recuerdo ahora su nombre, pero es la más grande, agradable y cuidada. Da gusto cada tanto caminarse unas cuadras hasta allí.

Y también fue una imprevista novedad el cambio de nombre de la estación del subte, que de su original nombre de "Los Incas" pasó a llamarse "De los Incas-Parque Chas". Tal cual lo que sucedió con la inmediatamente anterior "Tronador" que ahora se llama "Tronador-Villa Ortúzar". Esto rompe con una tendencia histórica del subte, que por la corta distancia que media entre sus estaciones siempre se las denominó haciendo referencia a la calle más próxima a la avenida principal que recorre la línea, o a algún edificio o sitio público de las inmediaciones. Con estos cambios se busca resaltar la presencia del subte en los barrios, quizás en aquellos hasta ahora algo postergados, o que apenas muy recientemente han sido reconocidos como independientes de otro, como es el caso de Parque Chas respecto de Agronomía. Por supuesto, en los únicos lugares en donde estos cambios de nombre son visibles es en los propios carteles indicadores de esas estaciones, siendo totalmente desconocidos para los usuarios que nunca se aventuran por estos pagos. Seguramente, más de una confusión habrá de suscitarse.

Como me han criticado la extensión de las entradas de este blog (los pocos que se han tomado el trabajo de leerlo), concluyo aquí esta primera parte de la nota dedicada a mi nuevo barrio. Prometo para la próxima algunos comentarios sobre algunos lugares y sucesos llamativos, esas cosas que terminan por formar las pequeñas mitologías porteñas. Que siempre es mejor que se mantengan en ese tamaño.

jueves, 9 de marzo de 2006

¿Continuará?


La destitución de Ibarra resultará quizás una módica inyección de morfina que calmará el dolor más lacerante de los familiares directos de las víctimas de Cromañón, pero si se lo analiza con objetividad, como corresponde a un hecho de tamaña importancia, también es otra demostración de lo frustrantes que siguen siendo en la Argentina las maneras de ejercer la política, tanto por los funcionarios de los diferentes poderes como por los ciudadanos comunes.

Aclaro rápidamente que, aunque lo voté las dos veces, Ibarra ya no me inspira ninguna clase de respeto. Su gestión no fue mala, quizás despareja, pero su comportamiento en relación con la tragedia de Cromañón fue patético. Debería haber renunciado inmediatamente, aportando de ese modo un mínimo gesto de grandeza ante el fracaso evidente de su política de control de las habilitaciones. Y también como para evitar todo el circo posterior, con la oposición macrista a la caza de su puesto, los aristas reafirmándose en su pose de pureza absoluta y la izquierda delirando con asestarle otro supuesto golpe mortal a lo que se suele denominar el “sistema”. Mientras los familiares descargaban todo su dolor de la peor manera, transformándolo en intolerancia irreflexiva y falta de autocrítica. A casi nadie en la sociedad se le ocurre pensar que la fórmula mágica del “juicio y castigo a los responsables” no sirve de nada si no se acompaña con un cambio de modelo de pensamiento que nos permita madurar, superar este estado de situación en donde solamente cuando mueren muchas personas al mismo tiempo y en el mismo lugar parecemos tomar alguna vaga conciencia de que nuestra forma de vida no es tal, sino una constante búsqueda de la inmolación sin sentido. Porque, ¿qué otra cosa es si no esa mitificación delirante llamada “aguante”? Podríamos poner un ejemplo más vulgar, exento en principio de toda la carga emotiva que conlleva esa mitificación, y decir que todos los días en las calles y rutas del país suceden varios Cromañones si se releva el número de víctimas fatales por accidentes de tránsito. Así y todo nadie parece estar dispuesto a modificar su comportamiento en la vía pública sin la amenaza concreta de algún tipo de multa.

Ni se nos ocurre pensar que la incapacidad o la mala fe de la clase política no deberían disculpar nuestro pésimo comportamiento como ciudadanos. Tampoco que la mejor forma de aprovechar los devastadores efectos de las tragedias sería asumir un compromiso concreto para intentar modificar toda la cadena colectiva de responsabilidades, las propias y las ajenas. No alcanza con encontrar y castigar a los responsables más inmediatos si luego la realidad cotidiana de nuestros valores, pensamientos y acciones permanece inalterada, manteniendo las condiciones propicias para el próximo desastre. Tampoco alcanza con que ahora los súbitamente incorruptibles inspectores porteños le arruinen sus pequeños proyectos a mucha gente con iniciativa que trata de hacer las cosas bien, mientras los grandes empresarios del espectáculo se siguen haciendo millonarios trayendo a los dinosaurios de siempre y generando más episodios de violencia.

El circo del juicio político a Ibarra exhibió lo peor de nuestro comportamiento ciudadano. Los funcionarios que no se quieren hacer cargo. La oposición que busca su tajada. Los familiares que recurren al apriete y la amenaza con tal de cumplir su objetivo (a eso no se le puede llamar “mejorar las instituciones”). Chabán, Callejeros y otros involucrados clamando por su inocencia cuando en verdad son cualquier cosa, menos inocentes. El progresismo y la defensa corporativa de la última de sus figuras políticas, además del ya gastado recurso de acusar a “la derecha” (sinónimo automático del mal) de intento de “golpe institucional” y de recurrir a figuras prestigiosas del campo de la defensa de los derechos humanos cuando no era lo pertinente, sin comprender que no se gestiona con prestigio y buenas intenciones. No se puede seguir ideologizando de esta manera, gobernar una ciudad, antes que nada, es un problema de gestión. Hay pensamiento político de derecha y de izquierda, pero primero se debe evaluar si una gestión es eficiente o no. No es una simple cuestión administrativa o burocrática. Como se ha visto, muchas vidas dependen de ello, además de nuestra calidad de vida más en general. En lo personal, si no voté a Macri fue no sólo porque no coincido ideológicamente con su partido, sino porque no me genera confianza su capacidad de gestión, justamente, esa cualidad que sus defensores le adjudican constantemente. ¿Cuáles son sus éxitos de gestión, sus empresas familiares, el Club Atlético Boca Juniors? Las castigadas arcas del Estado pueden dar fe del comportamiento empresario de la familia Macri, por más que Mauricio se quiera despegar de papá. Y en cuanto a Boca, bueno, es muy sencillo, Boca sale campeón por default. Me gustaría saber en cambio si el accionar abiertamente ilegal de personajes como el Rafa Di Zeo también es un éxito de gestión Pro.

En definitiva, hagamos algo para cambiar las cosas sin que ello implique necesariamente una protesta. Con la queja no maduramos, no asumimos nuestras responsabilidades, no pensamos en acciones concretas que redunden en beneficios concretos. Creemos que nos enfrentamos “al sistema” cuando el sistema somos nosotros. Pensamos que las instituciones se mejoran únicamente reclamando, que la democracia y la ciudadanía se limitan a votar cada dos años y esperar a que otro nos arregle la vida. Incluso inventamos enemigos externos y totales, responsables absolutos e idealizados de nuestros males (la globalización, los EE.UU., el Fondo Monetario, el capitalismo) sin comprender la naturaleza real de esos actores o conceptos, bien complejos por cierto. Comprendamos de una puta vez que por encima del accionar corrupto de ciertos políticos y funcionarios, y por encima de las reacciones de las víctimas de cualquier tragedia debe primar siempre el respeto por la ley.

jueves, 2 de marzo de 2006

Los grupos de rock y el mito de la permanencia


Seguramente el hecho de que yo tuviera tan sólo 19 años pueda servir como atenuante, pero de todos modos fue uno de los peores errores musicales de mi vida. Era fines de diciembre de 1992, y de todos los recitales importantes con que se suele cerrar cada año había dos que se destacaban claramente, marcando al mismo tiempo dos tendencias muy diferentes. Por un lado Seru Giran se presentaba en la cancha de River para cerrar con toda pompa una corta e incomprensible gira por algunos grandes estadios del país, con el flojísimo nuevo disco Seru ´92 como único pretexto para un regreso más que controvertido. Y por el otro estaba Soda Stereo, que acababa de lanzar al mercado la obra más audaz de toda su carrera, el extraordinario Dynamo. Un disco inspirado claramente (algunos dirán que excesivamente) en el sonido de grupos casi desconocidos en Argentina como My Bloody Valentine o Sonic Youth, que internacionalmente venían marcando desde hacía algunos años las tendencias de la típica corriente sónica de los ´90. Una mezcla de guitarras saturadas y distorsionadas hasta el feedback con las buenas melodías pop de siempre. Desde la aparición de Sumo en los ´80 que el rock argentino no experimentaba un shock de modernización tan fuerte, y fue más destacable aún porque fue llevado adelante por un grupo que estaba en su momento de máxima aceptación masiva, no sólo en Argentina sino en toda Latinoamérica. Después de llenar estadios en todo el continente Soda Stereo se “empequeñecía” al presentarse en Obras, animándose a llevar como teloneros a otros grupos modernos que por entonces apenas si comenzaban su carrera, como Juana la Loca o Babasónicos.

En estos días de principios de 2006 la dicotomía de elegir entre los monstruosos shows de los Rolling Stones y U2 o el más pequeño pero imprescindible recital de Franz Ferdinand es bastante más sencilla de resolver gracias a la experiencia adquirida en todos estos años de aprendizaje constante del rock y el pop verdaderamente relevantes de cada época. Pero en 1992 mi ingenuidad me jugó una mala pasada, y fue así que terminé yendo a River a ver a Seru Giran, mientras que Soda Stereo se la jugaba en Obras para unos cuantos menos (y no vendría mal aclarar que los típicos fans de Soda le hicieron la cruz al grupo a partir de ese disco; hasta la gira de despedida de las “gracias totales” no volvieron a aparecer, lo cual se explica también por lo que veremos más adelante). Y aún cuando por aquellos años el trío de Cerati no me desagradaba para nada, hasta me animé a esbozar una sonrisita de irónica aprobación cuando en más de una ocasión, entre un tema y otro el público de Seru se animaba a cantar “es para Soda que lo mira por TV”. Por supuesto, azuzados por un Charly García que ya comenzaba su vertiginoso descenso de la categoría de músico talentoso a la de payaso insoportable, y mientras el correctísimo Pedro Aznar (uf) aclaraba culposo que a él sí le encantaba Soda Stereo.

De mi error me percaté recién algunos años después, cuando gracias a la ayuda de algún amigo, de unas buenas revistas (extranjeras en su mayoría) y de mi propio criterio empecé a comprender mejor todo el panorama y la historia del rock. Una tarea nada sencilla, por otra parte, que al día de hoy aún dista de estar concluida. Pero siempre intenté reflexionar a qué se obedeció aquel error que no puede ser atribuido únicamente a mi juventud, ya que actualmente miles de personas jóvenes y viejas lo siguen cometiendo, tal como las masivas convocatorias de los Stones y U2 lo demuestran. Me fui dando cuenta entonces de que desde hace muchísimos años existe lo que podríamos denominar el mito de la permanencia de la banda de rock, no sólo acá en la Argentina sino en todos los lugares del mundo en donde el rock tiene una difusión importante. No me voy a poner en pose de sociólogo o psicólogo social y pretender analizar las causas de este fenómeno con explicaciones del tipo de “necesidad de construcción de una identidad o pertenencia social”, o algo por el estilo. Definitivamente no. Que cada uno se haga cargo de su parte. Prefiero limitarme a señalar entonces las manifestaciones más evidentes (e irritantes) de este error de valoración (porque en definitiva no se trata de otra cosa más que de eso) que tiene por consecuencia más indeseable el hecho de ayudar a perpetuar el estatismo y el conservadurismo de las industrias culturales. Lo cual no sería tan dramático en un país medianamente normal, pero sí se vuelve particularmente complejo en una sociedad proclive a construir con mucha liviandad todo tipo de mitificaciones que, casi sin que se pueda saber muy bien cómo ni por qué, un buen día se convierten en la excusa perfecta para una tragedia de proporciones.

Pero en definitiva, ¿de qué estamos hablando cuando digo “mito de la permanencia”? Creo que sería más fácil recurrir a otro ejemplo. Uno bien extremo, por cierto: se trata de Pink Floyd. Banda idolatrada por legiones de fanáticos en todo el mundo, el típico grupo al que se le debe guardar respeto. El hecho de que al rock se lo deba respetar (¿?) es justamente parte esencial del mito de la permanencia y una invención propiciada por discos tan serios y bienintencionados como Dark Side of the Moon, o Wish You Were Here. Resueltos a cometer un sacrilegio, no por nada los Scissor Sisters eligieron una canción como "Comfortably Numb" para hacer ese delicioso cover en clave música disco (recordar a los Pet Shop Boys versionando "Where the Streets Have No Name" de U2, parece que los putos tienen más sentido del humor).

En fin, casi nadie dudaría en cuestionar la mera existencia del grupo Pink Floyd, de una entidad denominada Pink Floyd, más allá de los cambios de formación, de las peleas o de las reuniones ocasionales, como la última en Londres para el Live 8 (¡ay, los festivales benéficos!). Pero repasemos un poco sus últimas producciones discográficas, un criterio de validación cada vez más cuestionado, pero el único todavía más o menos creíble. ¿Qué hizo Pink Floyd en los últimos 25 años? Veamos: The Final Cut en 1982, A Momentary Lapse of Reason en 1987, The Delicate Sound of Thunder en 1988, The Division Bell en 1994, Pulse en 1995, más una edición de The Wall en vivo originalmente grabada en 1979. En el medio de todo esto, un box-set recopilatorio y quizás alguna que otra delicadeza (del tipo “reedición aniversario de…”) que ahora no recuerdo. En definitiva, sólo tres discos de estudio entre 1980 y 2005, los demás son sólo refritos en vivo. Los tres de mediocres para abajo, además.

Podría decirse entonces que hay un momento en la historia de ciertas bandas a partir del cual y por motivos de muy variado tenor se produce un cambio drástico en las expectativas que giran en torno a ellas. Si en general los parámetros que distinguen y vuelven relevante a cualquier grupo de música (como a cualquier otro producto del mercado, cultural o no) son la cantidad, calidad y novedad de música que produce y ejecuta -más allá de los múltiples criterios de evaluación de esos parámetros- a partir de este quiebre que señalamos lo relevante pasa a ser únicamente la existencia misma del grupo a lo largo de los años. Existencia que, como en el caso de Pink Floyd, podría ser apenas una presunción, pero que el devoto da por descontada. El grupo pasa a ser un puro concepto escondido detrás del nombre que se ha convenido en que lo denomina, y ya no se trata de pedirle música –la razón de ser de un grupo de rock o de cualquier género- sino de que simplemente prolongue su entidad, quizás con algún regreso ocasional cada tantos (muchos) años. No importa ya entonces qué es lo que hagan Pink Floyd, los Stones o, en menor medida, U2. Sólo importa que permanezcan en el tiempo, que prolonguen la validez de ese concepto al que se suele recurrir con motivos diversos. Circularmente, esa validez se renueva con el simple hecho de permanecer en ese limbo que proporciona la no oficialización de la separación de facto de un grupo. Y este concepto, esta idea que se forja acerca de una banda y que se superpone con la banda misma puede resultar dudosa para cualquier espectador que se coloque en una posición neutral pero es incuestionable para sus usuarios. Tampoco importa que sea de una vaguedad tal que resulta difícil de precisar. Porque, ¿cuál es finalmente ese famoso concepto? Podría ser la seriedad o la calidad musical para el caso de Pink Floyd, porque quienes dicen gustar de esa banda no suelen tolerar fácilmente las excentricidades o las arbitrariedades de la estética pop, aunque encuentran fascinante el vuelo de un chancho de goma relleno de luces. Podría ser la defensa heroica de las buenas causas en el caso de U2, aunque ese heroísmo sea totalmente simbólico (Bono es el primero en saberlo) y se exprese por medio de canciones cada vez más previsibles y apolilladas. Si pensamos en los Stones, el concepto que les otorga identidad ya es indescifrable, quizás reducido a un ícono (la lengua), una apariencia (flequillo, ropa, etc.) o una pose (alguna clase de vaga rebeldía, I can´t get no satisfaction. ¿Seguro que no? Se trata justamente de conseguir la mayor satisfacción posible con el menor compromiso).

Sabemos obviamente que la apreciación de la música que producen (o dejan de producir) estos grupos, como en cualquier otro caso es siempre el resultado de un trabajo intelectual subjetivo mejor o peor fundamentado, y esa misma apreciación está sujeta a todo tipo de mediaciones. Pero cuando ese ejercicio intelectual se reduce a su más mínima expresión, entonces, ¿qué clase de público consumidor de música es el que se siente atraído por estas bandas que basan su accionar en el mito de la permanencia? ¿Qué tienen en común todas esas personas de extracción social tan diferente que pagan una entrada carísima o bien se resuelven a entrar como fuere a un recital de los Stones? Son hombres y mujeres comunes, con mayor o menor poder económico, de toda clase de nivel educativo e inteligencia, de las más variadas ocupaciones. Simplemente que la música no les interesa. Aunque ellos crean que sí. Pero no les importa mucho, definitivamente no. ¿Por qué esto es así, cómo se puede estar tan seguro? Porque esas personas son simplemente incapaces de fundamentar con un mínimo de solidez sus preferencias.

Mientras el grupo del cual se declaran adeptos se mantiene en hibernación ni siquiera les resulta necesario escuchar algún registro de su música. En todo caso, si se lo toman con algo de seriedad, se pone algún CD viejo cuando la ocasión lo amerita, o se escucha la radio en la que seguro van a pasar por enésima vez algún hit de esos que ya sabemos. Se puede demostrar cierta euforia si el DJ del boliche se porta como el de la radio. Incluso un poster o una remera pueden ayudar, especialmente si se consiguieron fuera del país. Hasta que, como en estos días, llega el momento de la nueva gira y el intrascendente nuevo disco (como aquel Seru ´92), la maquinaria empieza a funcionar y la concurrencia al próximo estadio se vuelve un imperativo ineludible. El fanatismo vuelve a aflorar como un virus que estaba latente, a la espera del momento favorable. Ahora bien, en esta clase de eventos en vivo, a lo que el público le presta la menor atención es a la música. Porque no se fue a escuchar nada sino que se fue a cumplir con una obligación, que cualquiera que haya ido a un par de recitales sabe que está perfectamente codificada: saltos, palmas, encendedores, banderas, etc. Y por eso seguramente esta clase de shows necesita de un despliegue escénico tan espectacular, porque quizás ni los propios miembros de los grupos le tienen una confianza absoluta al funcionamiento del mito. Pero creo que se equivocan, deberían dormir tranquilos. Los Stones podrían venir con luces blancas por toda escenografía y llenarían diez canchas de River, sin duda. Quizás sea que, al fin y al cabo, se sientan obligados a brindarles algo llamativo a los ojos de los espectadores, como justificativo para una entrada tan cara. De todas maneras, la parafernalia visual es redundante, a los Stones se los va a ver porque… son los Stones. Y lo mismo sucede con cualquier otra banda asentada en el mito de la permanencia.

Posiblemente, que la acusación última que le hacemos al público complaciente enamorado del mito de la permanencia sea su falta de interés por la música en sí, como puro fenómeno artístico, a más de uno podrá resultarle intrascendente. Podríamos ser tildados quizás de diletantes, de falsos entendidos en cuestiones finalmente inservibles. Puede ser, no sería difícil argumentar en favor de esa posición, y la cuestión en sí misma es muy compleja. De fondo siempre sobrevuelan las eternas discusiones acerca del arte y su pertinencia, del arte y las industrias culturales, del arte y las nuevas tecnologías, especialmente de la autonomía del arte. Sin embargo, tampoco sería conveniente subestimar las consecuencias concretas para la vida social que resultan de las mitificaciones constantes en relación con los productos de las industrias culturales. Los episodios de violencia registrados cerca de la cancha de River antes de los recitales de los Stones no deberían considerarse menores. Especialmente en el marco de una sociedad inmadura y paranoica que parece solazarse con las manifestaciones autodestructivas de sus individuos o comunidades, que parece encontrar en la agresión verbal o física la única manera de resolver sus conflictos, que desconfía profundamente de las razones del otro y sólo sabe formalizar la expresión de sus necesidades mediante el enfrentamiento y el comportamiento autoritario o extorsivo. Una sociedad infantil que no asume sus responsabilidades y todavía parece no haber comprendido –ni está dispuesta a hacerlo- que otra mitificación atribuida a un producto de la industria musical (el llamado “aguante”), por supuesto que en combinación con otros fenómenos complejos que forman el imaginario social, fue la causa principal de una tragedia en la que murieron casi doscientas personas.

miércoles, 1 de marzo de 2006

We had it so much better ...



… with Franz Ferdinand.

Los recitales internacionales de este comienzo de año están resultando ser exactamente lo que debían, lo que era más que previsible que iban a resultar. Por un lado, todo el circo decadente de los Rolling Stones, arriba del escenario, en el campo y las tribunas, en las puertas de acceso y en las inmediaciones del estadio. Por otro, esta noche y mañana será el turno de la buena conciencia y el heroísmo gastados de U2, que recorrerán todos sus hits pasados y presentes durante un show emocionante y bien codificado, con los saltos cuando se deba saltar, las palmas cuado se deba aplaudir y los encendedores (o ahora los celulares) cuando se requiera la postal emotiva. Todo esto por supuesto sin el menor atisbo de aquellos momentos mágicos que la banda supo tener entre 1991 y 1997, con los sorprendentes y casi vanguardistas discos (a nivel mainstream) Achtung Baby! y Zooropa, más la yapa inofensiva de POP. Hasta sería esperable encontrarse con alguna referencia de Bono a las víctimas de Cromañón, o al conflicto por las papeleras uruguayas, ya que las Madres de Plaza de Mayo parecen haberse retirado a cuarteles de invierno y más de uno podría pensar que su infaltable numerito de otras épocas ha quedado ya bastante desactualizado. De todos modos, buenas causas tras las cuales encolumnarse nunca van a faltar.

Sin embargo, casi de milagro, apareció la tercera opción salvadora. Los escoceses de Franz Ferdinand llegaban al país apenas en el papel de grupo soporte de U2, lo cual no dejaba de ser una ironía cruel. Pero el inefable Daniel Grinbank o algún otro iluminado a su servicio consideró conveniente gestionar una fecha para FF solitos, en el Luna Park, para alegría de todos los chicos modernos y de nuestros bolsillos. Así que fue ayer a la noche el momento de recibir este regalo casi inesperado, porque mi orgullo me había convencido de que de ningún modo iba a pagar la carísima entrada de U2 para ver a FF haciendo el rol de idiotas por cuarenta o cincuenta minutos, en medio de la incomprensión general de un público que a lo sumo les concederá una tenue aprobación.

Para los desprevenidos de siempre y como para contextualizar un poco, podríamos decir rápidamente que en lo que va de esta década dos grupos nuevos se han destacado claramente por su calidad artística y repercusión comercial, y ellos son The Strokes en los EE.UU. y Franz Ferdinand en el Reino Unido. Más allá de la discusión bizantina acerca de si son grupos innovadores, plagiadores o reelaboradores de las escenas musicales de fines de los ´70 y principios de los ´80, ambos han demostrado, cada uno con su propio estilo, que tienen en grado sumo todo lo que los mejores grupos de rock deben tener para volverse realmente relevantes: potencia, melodías, arreglos, arrogancia, estilo y sofisticación.

Ya que The Strokes también estuvieron en el país hace pocos meses, una comparación entre ambos recitales me parece pertinente, sobre todo por lo diferentes que resultaron. Franz Ferdinand tocó en un lugar de dimensiones apropiadas, pero de pésima acústica, por lo cual durante los primeros veinte minutos más que sonido lo que nuestros oídos sufrían era una bola de ruido. Sin embargo, ni la banda ni el público se dejaron amilanar, ya que era muy notorio que el público estaba muy bien predispuesto y FF estaban resueltos a ganar por demolición. Y eso fue lo que hicieron. Su repertorio repleto de hits (Take Me Out, Darts of Pleasure, Do You Want To?, y varios más), compuesto por buena parte de sus dos únicos discos, resultó una explosiva mezcla de melodías britpop, aceleración punk y rítmica new-wave, y fue ejecutado de manera potente, rápida y concisa. Quizás con algo de desprolijidad también, a consecuencia de los problemas con el sonido, pero con toda la determinación, la soberbia e incluso con algunas actitudes clásicas de la demagogia típica de recital de rock. FF siempre dicen que uno de sus objetivos principales es que las chicas bailen, y lo que consiguieron anoche fue que todo el estadio bailara, saltara, se aplastara, aplaudiera o simplemente descansara unos minutos para empezar otra vez con todo en la siguiente canción. Que el Luna Park no estuviera repleto ayudaba mucho para que cualquiera de estas opciones fuese posible, más allá de que el aire acondicionado del estadio estaba apagado y el calor era insoportable. Cuando el show concluyó, después de una tremenda versión de This Fire, los FF estaban felices y agotados, tanto como el público: no creo que hubiese aguantado otra canción más sin derrumbarme.

El show de The Strokes fue totalmente diferente. En el marco del Festival BUE en el Club Ciudad, al aire libre y en una fría y ventosa noche, los de Nueva York prefirieron la eficiencia y la meticulosidad. Sus impecables canciones, las últimas frutas deliciosas de la tradición rockera de la Gran Manzana, fueron interpretadas con una precisión y una coordinación sorprendentes. Si uno cerraba los ojos podía creer que estaba escuchando directamente un disco. Esto no debería interpretarse necesariamente como un defecto, ya que muchas de las canciones de los Strokes se distinguen justamente por sus complejos arreglos de guitarras, esos contrapuntos que por comparación terminaron por traer de regreso a las listas de históricos indispensables a los Television. Y aquella noche no faltó ni sobró una sola nota, ni siquiera cuando interpretaron tres canciones del por entonces todavía inédito First Impressions From Earth, su tercer disco. Así y todo yo me quedé con la sensación de que faltó algo más, de que podrían haber resignado algo de prolijidad para ganar en potencia. Se los notaba contenidos incluso a nivel de su expresividad física, como si estuvieran rindiendo alguna clase de examen en el colegio. Y justamente porque dan la impresión que poder tocar como y donde se les ocurra es que me hubiera gustado que se descontrolaran un poco más.

En definitiva, si algo tuvieron en común estos dos recitales tan diferentes, fue el hecho de que se produjeron en el momento justo, cuando ambas bandas se encuentran consolidadas como las mejores del mainstream del rock. No vinieron a robar, ni a tocar sus grandes éxitos de antaño, ni con formaciones irreconocibles, como hacen tantos grupos que sobreviven torpemente engañando a montones de giles por el mundo. No se trató de ver luces, o pantallas, o fastuosas puestas en escena, se trató de ir a ver a un grupo que interpreta sus canciones en vivo. Ni más ni menos que lo indispensable.