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miércoles, 1 de marzo de 2006

We had it so much better ...



… with Franz Ferdinand.

Los recitales internacionales de este comienzo de año están resultando ser exactamente lo que debían, lo que era más que previsible que iban a resultar. Por un lado, todo el circo decadente de los Rolling Stones, arriba del escenario, en el campo y las tribunas, en las puertas de acceso y en las inmediaciones del estadio. Por otro, esta noche y mañana será el turno de la buena conciencia y el heroísmo gastados de U2, que recorrerán todos sus hits pasados y presentes durante un show emocionante y bien codificado, con los saltos cuando se deba saltar, las palmas cuado se deba aplaudir y los encendedores (o ahora los celulares) cuando se requiera la postal emotiva. Todo esto por supuesto sin el menor atisbo de aquellos momentos mágicos que la banda supo tener entre 1991 y 1997, con los sorprendentes y casi vanguardistas discos (a nivel mainstream) Achtung Baby! y Zooropa, más la yapa inofensiva de POP. Hasta sería esperable encontrarse con alguna referencia de Bono a las víctimas de Cromañón, o al conflicto por las papeleras uruguayas, ya que las Madres de Plaza de Mayo parecen haberse retirado a cuarteles de invierno y más de uno podría pensar que su infaltable numerito de otras épocas ha quedado ya bastante desactualizado. De todos modos, buenas causas tras las cuales encolumnarse nunca van a faltar.

Sin embargo, casi de milagro, apareció la tercera opción salvadora. Los escoceses de Franz Ferdinand llegaban al país apenas en el papel de grupo soporte de U2, lo cual no dejaba de ser una ironía cruel. Pero el inefable Daniel Grinbank o algún otro iluminado a su servicio consideró conveniente gestionar una fecha para FF solitos, en el Luna Park, para alegría de todos los chicos modernos y de nuestros bolsillos. Así que fue ayer a la noche el momento de recibir este regalo casi inesperado, porque mi orgullo me había convencido de que de ningún modo iba a pagar la carísima entrada de U2 para ver a FF haciendo el rol de idiotas por cuarenta o cincuenta minutos, en medio de la incomprensión general de un público que a lo sumo les concederá una tenue aprobación.

Para los desprevenidos de siempre y como para contextualizar un poco, podríamos decir rápidamente que en lo que va de esta década dos grupos nuevos se han destacado claramente por su calidad artística y repercusión comercial, y ellos son The Strokes en los EE.UU. y Franz Ferdinand en el Reino Unido. Más allá de la discusión bizantina acerca de si son grupos innovadores, plagiadores o reelaboradores de las escenas musicales de fines de los ´70 y principios de los ´80, ambos han demostrado, cada uno con su propio estilo, que tienen en grado sumo todo lo que los mejores grupos de rock deben tener para volverse realmente relevantes: potencia, melodías, arreglos, arrogancia, estilo y sofisticación.

Ya que The Strokes también estuvieron en el país hace pocos meses, una comparación entre ambos recitales me parece pertinente, sobre todo por lo diferentes que resultaron. Franz Ferdinand tocó en un lugar de dimensiones apropiadas, pero de pésima acústica, por lo cual durante los primeros veinte minutos más que sonido lo que nuestros oídos sufrían era una bola de ruido. Sin embargo, ni la banda ni el público se dejaron amilanar, ya que era muy notorio que el público estaba muy bien predispuesto y FF estaban resueltos a ganar por demolición. Y eso fue lo que hicieron. Su repertorio repleto de hits (Take Me Out, Darts of Pleasure, Do You Want To?, y varios más), compuesto por buena parte de sus dos únicos discos, resultó una explosiva mezcla de melodías britpop, aceleración punk y rítmica new-wave, y fue ejecutado de manera potente, rápida y concisa. Quizás con algo de desprolijidad también, a consecuencia de los problemas con el sonido, pero con toda la determinación, la soberbia e incluso con algunas actitudes clásicas de la demagogia típica de recital de rock. FF siempre dicen que uno de sus objetivos principales es que las chicas bailen, y lo que consiguieron anoche fue que todo el estadio bailara, saltara, se aplastara, aplaudiera o simplemente descansara unos minutos para empezar otra vez con todo en la siguiente canción. Que el Luna Park no estuviera repleto ayudaba mucho para que cualquiera de estas opciones fuese posible, más allá de que el aire acondicionado del estadio estaba apagado y el calor era insoportable. Cuando el show concluyó, después de una tremenda versión de This Fire, los FF estaban felices y agotados, tanto como el público: no creo que hubiese aguantado otra canción más sin derrumbarme.

El show de The Strokes fue totalmente diferente. En el marco del Festival BUE en el Club Ciudad, al aire libre y en una fría y ventosa noche, los de Nueva York prefirieron la eficiencia y la meticulosidad. Sus impecables canciones, las últimas frutas deliciosas de la tradición rockera de la Gran Manzana, fueron interpretadas con una precisión y una coordinación sorprendentes. Si uno cerraba los ojos podía creer que estaba escuchando directamente un disco. Esto no debería interpretarse necesariamente como un defecto, ya que muchas de las canciones de los Strokes se distinguen justamente por sus complejos arreglos de guitarras, esos contrapuntos que por comparación terminaron por traer de regreso a las listas de históricos indispensables a los Television. Y aquella noche no faltó ni sobró una sola nota, ni siquiera cuando interpretaron tres canciones del por entonces todavía inédito First Impressions From Earth, su tercer disco. Así y todo yo me quedé con la sensación de que faltó algo más, de que podrían haber resignado algo de prolijidad para ganar en potencia. Se los notaba contenidos incluso a nivel de su expresividad física, como si estuvieran rindiendo alguna clase de examen en el colegio. Y justamente porque dan la impresión que poder tocar como y donde se les ocurra es que me hubiera gustado que se descontrolaran un poco más.

En definitiva, si algo tuvieron en común estos dos recitales tan diferentes, fue el hecho de que se produjeron en el momento justo, cuando ambas bandas se encuentran consolidadas como las mejores del mainstream del rock. No vinieron a robar, ni a tocar sus grandes éxitos de antaño, ni con formaciones irreconocibles, como hacen tantos grupos que sobreviven torpemente engañando a montones de giles por el mundo. No se trató de ver luces, o pantallas, o fastuosas puestas en escena, se trató de ir a ver a un grupo que interpreta sus canciones en vivo. Ni más ni menos que lo indispensable.

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