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viernes, 1 de diciembre de 2006

Festivales

Pasaron los festivales de noviembre, y valió la pena el esfuerzo y el gasto. Recitales de todo tipo, género, calidad e intensidad. Podría escribir largo y tendido acerca de muchas cosas:

- de la emotividad y la ingenuidad política de Patti Smith, quien no defraudó para nada musicalmente, pero no me resultó el huracán mítico que muchos afirman que es.
- de la actuación de taquito de los Beastie Boys, que me hizo reflexionar bastante acerca de los vicios y las virtudes del profesionalismo extremo.
- de las excelentes intenciones de los TV On The Radio, una banda con un potencial enorme que tuvo que lidiar con un volumen bajito, propio de quienes no tienen todavía un lugar destacado en la grilla festivalera.
- del atronador sonido de los Yeah Yeah Yeahs, con la loca esa de Karen O poniendo en práctica el manual del descontrol rockero sin caer en el ridículo, pese a todo.
- del asombroso show audiovisual de Daft Punk (sí, todos hablan de las luces, no importa, lo increíble era cómo sonaban dos tipos con máscaras –vaya uno a saber quiénes- pasando discos y remezclando en vivo: puro punk rock).
- de la vergüenza ajena que causaba escucharlo cantar a Ian Brown, sin guitarrista, para peor. No se lo perdono a él, ni a nadie: mitos y leyendas son las griegas, si no podés cantar no te subas a un escenario, por más Stone Roses que seas.
- de la muy correcta actuación de The Bravery, una banda que no creo que nunca pase del “aprobado con 7”, pero que fue un necesario antídoto contra el sonido perruno de Brown.

Pero pasa que no tengo tantas ganas de escribir, en realidad. Y además, de lo único de lo que tengo ganas de hablar realmente es de New Order.

Es muy extraña mi relación y mi historia personal con esta banda. Que además no es una banda, sino que en realidad son dos. En el breve lapso en que Joy Division plasmaba en formas sonoras absolutamente novedosas toda la furia y desolación que podía sentir un ser humano (a pesar de su muy rudimentaria técnica, o quizás justamente por ello), acá se escuchaban cosas perimidas como el rock progresivo, y yo además era muy chico. Unos años después podría haberlo aprovechado a Luca Prodan, el primer iluminado que trajo el sonido de Joy Division para cuatro o cinco enfermos del Café Einstein, pero tampoco: como casi todo el mundo, me enteré de quién era Luca el día en que se murió.

Ya bien entrados los ´80 podría haber disfrutado de las canciones de New Order en cualquier boliche, cuando la banda estaba en la cima de su inspiración y popularidad. Pero yo iba poco a bailar, y cuando lo hacía, todo lo que sonara medianamente electrónico (aún una canción tan perfecta –¿la más perfecta?- como “Bizarre Love Triangle”) me fastidiaba.

Cuando empecé a escuchar música más en serio ya eran los ´90, y fue aquel el momento de la actualización de los ´60, es decir, grunge, sónica y brit pop. Todavía faltaba para el revival tardo-setentista y temprano-ochentista. Pero fue también el momento de acceder a revistas extranjeras, tan superiores a cualquiera de acá. Con las revistas inglesas entendí lo que significa culturalmente el rock para ellos. Con la española Rockdelux pude leer las palabras más hermosas para los discos más hermosos. Alcanza con leer artículos como los dedicados a The Queen Is Dead o Automatic For The People para sentir la urgencia física de escuchar esas obras. Así fue que en algún momento de 1998, justo antes de viajar al mundial de Francia, cayó en mis manos un número de la Rockdelux que le dedicaba su sección “Revisión” a una banda llamada Joy Division. Y como no podía ser de otra manera, esas palabras fueron como un encantamiento. De alguna de las decenas de disquerías que visitamos en Londres me traje el compilado Substance. Apenas diecisiete canciones, no quería ninguna de las otras preciosas cajas compilatorias que se podían conseguir a buen precio. Quería ir con prudencia. Lo bien que hice.

No fue amor a primera escucha, ni mucho menos. Me daba cuenta de que ahí había algo importante, pero no estaba a punto. Deben haber pasado quizás dos años más hasta que la fascinación fue total. Así y todo, nunca escuché ninguna otra canción que no fuera alguna de esas del compilado. Para qué más, pensaba, mejor no podría ser.

A esa altura había sido inevitable caer en la cuenta (¡al fin!) de que New Order eran los mismos tipos de Joy Division sin Ian Curtis, que se había ahorcado. Pero más allá de “Temptation” en la banda de sonido de Trainspotting, seguía sin darles bola. Hasta que en 2001 salió Get Ready, y ese disco sí lo compré, no recuerdo bien por qué (¿por la tapa en la Inrockuptibles?). Un trabajo apenas correcto, pero con una canción de apertura que está a la altura de lo mejor del grupo, “Crystal”. Entonces le llegó el turno al consabido compilado de New Order, que ni siquiera lo tengo original (en ese entonces todavía me importaba esa cuestión, aún no me había “digitalizado”). Y pasó lo mismo que con el de Joy Division pero a mayor velocidad, fue fascinación instantánea por esas canciones que conocía de algún boliche o de la radio, pero que para mí eran absolutamente nuevas. Y no podía creer que New Order fuera la misma banda que Joy Division, cuando con un poco de oído alcanza para entender que sí, que es la misma base musical –sobre todo rítmica- pero con una actitud muy diferente. Podría llamarla “melancolía fiestera”, eso que también hacen a su modo los Pet Shop Boys.

Vi luego el DVD de 2002, en vivo en el Finsbury Park de Londres. New Order volvía a tocar canciones de Joy Division después de años de negarse a hacerlo, y no importaba tanto que la voz de Barney Sumner –tan estúpidamente irresistible, como su propia figura- tenga poco que ver con los sonidos de ultratumba que profería Ian Curtis. Cuál es el problema, si siguen siendo ellos. A ellos sí les perdono lo que a ningún otro “dinosaurio” (y a R.E.M., por supuesto, cómo que no). Es que ellos son distintos. Se lo apreciaba en ese DVD, y se lo vio acá también. No hay nada que hacer en un recital de New Order, más que escuchar y bailar como un poseído. No hay nada especial para ver, en el sentido que se les suele adjudicar a los shows en estadios de las "grandes bandas". Sumner es un aparato, Peter Hook juega al punk rocker y a veces le sale bien. Eso es todo.

Mucho se ha dicho acerca de las limitaciones de New Order arriba de un escenario, y el video que acompaña esta entrada es una buena prueba de ello. Y eso tampoco importa, porque ellos tienen la actitud que hay que tener, y en un recital de New Order lo único que importa es que ellos están tocando sus canciones, esas canciones. ¿Qué las diferencia de cualquier otra canción de otras grandes bandas de rock, pop o electrónica? Lo único que se me ocurre decir es que cada canción de estos tipos son a la vez rock, pop y electrónica. Lo mejor de cada uno de esos géneros.

Quizás mis argumentos sean poco convincentes, o bastante confusos. Pero finalmente voy a tener que caer en uno de los lugares comunes que más detesto: no se puede explicar del todo bien con palabras lo que fue el increíble recital de New Order en el Club Ciudad. Fue básicamente como en el DVD, aunque faltó "She´s Lost Control" para que la fiesta (mi fiesta) fuera completa. Pero para qué quejarse si tocaron “Transmission”, “Crystal”, “Bizarre Love Triangle”, “Temptation”, “Love Will Tear Us apart”, “Blue Monday”, “Atmosphere”, “Regret”. Y sí, puede ser que entre Joy Division y New Order no sumen más de veinte canciones destacables, pero esas veinte, éstas que menciono y alguna más, valen por discografías enteras.

Y no, no voy a bajar ni a comprar ningún otro disco original completo, de ninguno de los dos. Así está perfecto.




Esto es en el Top Of The Pops, muy a principios de los ´80. La performance bordea lo ridículo, si pensamos en el vestuario, los arreglos, los pifies, el pad de batería electrónica que Peter Hook golpea y no suena... Igual es increíble.

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