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martes, 31 de julio de 2007

Me saqué un 10


Esa nota me puso Leonardo D'Esposito por el comentario que posteé en su blog, el cual reproduzco a continuación. Debo ser un pelotudo, pero estas cosas me ponen contento.




Estos son los posts del Bigote que me gustan y sulfuran al mismo tiempo, los que me provocan escribir. Vayamos por partes:

Es cierto, los comentarios sobre Fontanarrosa se vuelven excesivos. Tomando ciertos recaudos, más allá de sus lugares comunes de progre argentino, a mí también me gustaba y me divertía. Se notaba que era muy inteligente (“astuto” lo calificó una nota en Perfil) y todos dicen que era un tipo macanudo. Pero acá la demagogia siempre puede más. Hasta Nik (el dibujante más odiado por los dibujantes, y por mí también) le dedicó un dibujito. ¿Nunca un poquito de sobriedad, es decir, cerrar un poco el orto, limitarse a dar la noticia y nada más? Siempre el mismo desborde emotivo…

Algún día podríamos discutir la obra de Fontanarrosa. Creo que es un buen indicador del nivel de cierto estado de la cultura argentina. Que sus cuentos sean materia de lectura en los secundarios no me parece grave, sí lo es el hecho de que se postule esa literatura como un modelo único y deseable. Lo mismo que el discutidísimo Soriano, a quien la crítica académica no le reconoce un solo mérito, pero ahí están los dos, modelos del escritor nacional y popular, íconos del periodismo cultural La maga/ñ/Canal 7. Alguna vez fue Florida o Boedo, ahora es izquierda universitaria dura, blanda o peronismo K mediático de izquierda, si tales términos aún definen algo. Y cambiando un poco el ángulo: ¿alguien algún día se preguntará por el grado de responsabilidad de los cuentos de Fontanarrosa y el programa de TV El aguante en la canonización de la cultura del aguante futbolero en los más diversos ámbitos de la sociedad, incluyendo la política?

Se dirá que no se puede culpar a Fontanarrosa de sus lectores retardados que se lo toman demasiado en serio, pero nunca le escuché una declaración pública que intentara atenuar la guerra tribal (diría Fernando Iglesias) entre las hinchadas rosarinas, un fenómeno que ya excede largamente el máximo de irracionalidad tolerable en una sociedad occidental moderna.

Estoy muy de acuerdo con el análisis de la obra de Bergman, aunque habré visto unas cinco películas de él, no creo que más. Nunca voy a olvidar lo que fue ver Gritos y susurros hace varios años en la Lugones. Por favor, qué ambiente tan opresivo (el de la pantalla, creo). No llegué al final, en la escena de la ablación me desmayé en la butaca.

Vi poco de Antonioni, Blow up la vi justo hace dos semanas. Me irritó muchísimo. Entiendo que hay que contextualizarla en su momento histórico y bla-bla-bla, que los 60 y bla-bla-bla, sexo, droga y las puertas de la percepción. Perfecto, pero en 2007 todo eso me tiene harto. ¿Estamos en 1967 y queremos ser elegantes, intelectuales y cuestionadores de las formas cinematográficas? Puedo ver al Antonioni de Blow up y embolarme o puedo ver al Tati de Playtime y sentirme reconciliado con el arte, el mundo y la vida. Y eso que Tati no era muy amigo de la mundialización, se notaba. Lo cual me introduce en el siguiente punto.

Creo haber dicho algo al respecto en algún comentario anterior. Si vamos a comparar el cine de los 60 y 70 con el actual, y al público de aquellos años con el actual, hay que ser muy cuidadosos. El Bigote dice “(…)sino porque en los 60 y tempranos 70 el público general leía más. Lo intelectual era un valor social y, por lo tanto, algo que se buscaba. Eso nos hacía más sólidos, más inteligentes, más cuestionadores. Más cercanos a lo humano.”. No podría estar más en desacuerdo. Puede que en aquella época la inteligencia fuera un valor social, pero eso no hacía a las personas más inteligentes. En este sentido, haber leído a Sebreli (El olvido de la razón, Crítica de las ideas políticas argentinas) me resulta liberador. No es ni inteligente ni humano participar o apoyar la lucha armada, no es ni inteligente ni humano el Cordobazo, ni Ezeiza, ni la Triple A, ni el ERP, ni Montoneros. No era inteligente ni humano el estalinismo, ni el maoísmo, ni el guevarismo, aunque a los inteligentes espectadores de Bergman en los 60 y 70 así les pareciera. No es ningún signo de inteligencia que antes te pudieras garchar a una minita con un libro de Levi-Strauss bajo el brazo, significa que ahora las minas son más inteligentes: Brad Pitt es más lindo que Woody Allen.

No es inteligente reproducir las trasnochadas mezclas francesas de Nietzsche y Heidegger con el marxismo mal leído y peor aplicado. Pueden ser muy sofisticados y eruditos, pero no eran inteligentes Foucault, Deleuze, Derrida y otros héroes de la intelectualidad de los 60 y 70. Esa visión paranoica, pesimista y fatalista del mundo, que no puede dejar de ver opresión y fascismo en cualquier manifestación de poder (además de confiscación y explotación en cualquier relación económica) ha llevado a Francia (y también a la Argentina) al desastre social, cultural y educativo actual. No hace falta estar de acuerdo con la crítica del presidente Sarkozy al mayo del 68 (yo lo estoy), puedo leer un reconocimiento de ello en las columnas de Gabetta en el Dipló.

Y volvemos con la discusión del cine de aquellos años y el de ahora. Sí, la cartelera actual es una bosta. Sí, los multicines son un escándalo, repletos de super héroes y dibujitos de calidad tendiente a cero, salvo excepciones. Sí, voy a Lavalle y veo al Ambassador y al Trocadero convertidos en La Salada y me dan ganas de llorar. El América pronto será una tienda chilena estilo Falabella. No se estrenan las de Lynch ni las de Linklater. Ricky Bobby va al DVD. Y los nuevos directores argentinos filman documentales llorones. Pero hay que acotar el significado de estos fenómenos. No puedo estar seguro de que el cine (o el mainstream) actual sean una poronga sólo porque el mercado cinematográfico de la Argentina, un chotísimo y subdesarrollado país alineado con Venezuela e Irán, sea una poronga. Las visiones paranoicas y conspirativas no sirven, es el pedorro mercado argentino en constante contracción de la oferta de todo tipo de bienes (no sólo los culturales) lo que hace que el negocio no funcione. Leo acerca de cuotas de pantalla en España o en Francia y ellos mismos se dan cuenta de que no funciona. Ninguna regulación estatal funciona. O funcionan para que, como acá, se produzcan éxitos de taquilla y pacotilla. No tengo la solución, pero estoy seguro de que el camino no es éste.

1 comentario:

esteban dijo...

Te felicito por tu audacia. Hay que tenerlos bien puestos para criticar, elegantemente, a Fontanarrosa. Yo amo al Negro, porque uno ama a iconos que marcaron su juventud, pero nunca pude leer sus cuentos, porque me los imaginaba demasiado "populares", oliendo a vino y tablón. Y no me equivocaba. No está mal oler a eso, si despues uno se da una ducha de Borges. Nuestra "intelligentsia" no puede reconocer el exito de Chile y en cambio ama la seca Bolivia, el capitalismo le parece de mal gusto y en cambio, ama la pobreza. Como me dijo un connotado hombre de izquierda: el materialismo esta matando a la humanidad. Que le vaya con ese cuento a los pobres cubanos, desesperados por un poco de "materia", carajo.
Bueno, un saludo y mis felicitaciones