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domingo, 5 de agosto de 2007

Insignificancia


Nos vamos haciendo un país chiquito, intrascendente, insignificante. Otra vez, como tantas otras veces, creemos que somos distintos, más vivos, mejores. Que todo el resto del mundo no entiende nada, y que acá tenemos la posta. Que los yanquis no nos dan miedo y los insultamos en la cara, here (Mar del Plata), there (Naciones Unidas) and everywhere (México). Juju, qué vivos que somos. El mundo que alguna vez nos miraba perplejos, ahora ya ni se molesta en mirarnos. Aburrimos. No jodemos a nadie. Aislamiento internacional absoluto. Sólo nosotros somos capaces de tener un conflicto con Finlandia. ¡Con Finlandia! Todo por una fábrica de mierda.

La gira por España de la candidata no puede disimular que los gobernantes españoles la recibieron por cortesía, que los medios locales no le dedicaron ni un epígrafe y que los empresarios no la soportan. Y que se llevarán su dinero a otro lado, y que nos quedaremos con los vueltos, si sobra algo. Ah, claro, vamos a vivir "de lo nuestro".

Y de nuestro continente, todas las voces todas, hermano americano. A ver si a los mexicanos se les cae una moneda. Ya tenemos unos amigotes fenómenos, bien bolivarianos. Nos compra bonos el loco Chávez, qué tipo macanudo. Bueno, sale mucho más caro que un préstamo del Fondo, pero así no le hacemos el juego al "capitalismo salvaje". Creemos. Eso dicen nueve de cada diez mensajes de lectores en las secciones políticas de los diarios on line, o los blogs. ¿Alguien sabrá qué carajo es el capitalismo salvaje, en caso de que realmente exista, o haya existido? Esquizofrenia pura, nadie para de consumir. No importa el precio. Lo hacemos porque inconscientemente estamos seguros de que no debe faltar tanto para el próximo estallido. Será que, después de todo, nos encantan los estallidos. País infantil de espasmódicos berrinches. Profecías autocumplidas, aunque siempre haya alguien a quien echarle la culpa. ¿Quién va a tener la culpa del próximo desastre? ¿La Señora?

Ya vivimos mucho tiempo con inflación, demasiado tiempo con inflación. Casi toda mi vida. Odio la inflación. Es la peor mierda que pueda existir. Ya sabemos cómo terminan las espirales inflacionarias. Pero la inflación parece progre. Y hacia allí vamos, otra vez, casi con alegría. Pareciera que a nadie le molesta. Puede que para muchos sea un excelente negocio, pero ¿para quiénes? Yo soy asalariado, para mí no.

Más conflicto. Otro papelón.
Llegó la orden y el palco quedó vacío. Morder la mano que te da de comer, sólo para que nosotros, los buenos, sigamos consumiendo, haciendo memoria (¿de qué?) en museos caros y vacíos, viajando en tren por cincuenta guitas y manguereando el coche por dos con cincuenta. El uno a uno era "irreal", decimos. ¿La energía barata lo es? ¿El subsidio que reparte pobreza es mejor? Menos energía, menos salario, menos vacas, menos exportaciones, menos instituciones, menos empresas, menos cine, menos cultura. Menos innovación, menos educación, menos medios de calidad, menos competencia. Menos transporte, cada vez menos y peor transporte. Hasta donde yo sé, de lo único que se trata esta economía es de contraer la oferta (de todo) y de alentar la demanda. ¿Hasta dónde, o hasta cuándo? Sólo internet nos deja dar un saltito y elevarnos para ver cómo la pasan mejor en otros lados. Acá cerquita nomás, algunos vecinos que maduran y crecen. Aumentan la producción, las exportaciones y aprecian su moneda. Es decir, sus salarios crecen. Acá, exactamente lo contrario.

Allá están los malos. Y les hacemos otro desplante, otra rabieta de nene malcriado. De adolescente eternamente frustrado. Mejor que lo diga uno que sabe, como Carlos Pagni.

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