Un blog sobre camisetas de fútbol. Historia, diseño, marcas, novedades, curiosidades, rarezas. Arte y Sport.

miércoles, 30 de enero de 2008

AyS en Brasil (VI): Camisa retro da Ipanema


Me está faltando tiempo para continuar con el relato del viaje, así que voy a referirme específicamente a un negocio genial que tuve la suerte de visitar: Liga Retrô.


Si conocen la historia y el sitio de TOFFS, alcanza con decir que Liga Retrô es una versión brasileña del precursor y líder mundial en el mercado de réplicas de camisetas retro. Una versión mucho más reducida, por cierto, pero excelentemente realizada.

Conocí el sitio como casi todo en Internet, medio de casualidad por un link en el completísimo blog Minhas Camisas al buscador Buscapé, en su versión Brasil. Me llamó instantáneamente la atención el diseño de la web de Liga Retrô, muy elegante y con una estética apropiada para sus productos. Noté también que el surtido de camisetas era limitado, imagino que por falta de mercado o por lo novedoso del proyecto, no lo sé. Pero con lo que había publicado fue suficiente como para que un delgado hilo de baba comenzara a chorrear por mi boca. En síntesis, había camisetas retro de equipos brasileños conocidos y no tanto, de los más famosos clubes extranjeros y también réplicas de casacas emblemáticas de seleccionados, famosas por su distinguida estética o por recordar algún evento glorioso para su historia. Completaban el panorama una breve colección en talles infantiles, otra con cortes femeninos, alguna camiseta famosa de otras disciplinas y también unas simpáticas pelotas de cuero de estilo antiguo.

Si bien la idea del proyecto no era nada original, lo más llamativo era el notable cuidado por los detalles en la elaboración de los artículos y en su presentación. El site explicaba, con textos e imágenes, que lo que distinguía a Liga Retrô era la alta calidad del algodón de sus camisetas (aún cuando la original replicada no fuera necesariamente de ese material, un detalle que TOFFS sí parece respetar). Las imágenes de todos los productos eran acompañadas por fotos de las casacas reales para comparar con sus réplicas. Cada artículo era presentado además con una breve sinopsis de su historia firmada por un periodista de ESPN Brasil. Se especificaba también que todos los productos se entregaban dentro de un lindo sobre de papel y con tarjetas conmemorativas. Una pinturita.

Los precios no eran baratos, claro (entre 90 y 110 reales, dependiendo del artículo). Y tampoco hacían envíos al exterior. Pero un dato me llamó también la atención: tenían un local en el mundo real, y éste no quedaba en la más previsible San Pablo, sino en Río de Janeiro. Por supuesto que en cuanto se confirmó que viajaríamos a Río supe que sería obligatoria una visita a esa tienda. En el site estaba la dirección, Rua Visconde de Pirajá 303 - Loja 201, Ipanema. Sin saber casi nada de Río, al menos la ubicación en el barrio de Ipanema indicaba que no sería complicado encontrar el lugar.

Y en efecto, no lo fue. Ya casi al final de nuestro primer día en Río, luego de un extenuante recorrido por todos los barrios céntricos de la ciudad (que espero poder relatar en otra oportunidad) llegamos en colectivo a un lindo parque en Ipanema. No hacía falta ninguna excusa para ir allí, por supuesto que también queríamos conocer el famoso barrio. La calle Pirajá resultó ser una importante avenida comercial, notablemente más sofisticada que las restantes del Centro o de Copacabana. Similar al tramo de la porteña avenida Santa Fe que va desde un poco antes de avenida Callao hasta la Plaza San Martín, digamos. Pero no tan ancha y con muchos menos tránsito. Si bien no vimos en Río una presencia exagerada de las grandes marcas internacionales (quizás presentes en Tijuca, no lo pudimos saber), sí estaba claro que los negocios de esta calle eran de categoría y que el público consumidor era de clase media-alta. Encontramos fácilmente la galería que buscábamos, subimos al primer piso por una escalera mecánica y allí nomás estaba. Internet no me había mentido.

Como se puede apreciar en las fotos, el local de Liga Retrô estaba a la altura del site. Muy sencillo, prolijito, decorado con buen gusto, sin ningún secreto. De un lado, dos percheros con muestras de todas las camisetas. Del otro, preciosos cajones rotulados con la imagen del producto almacenado, conteniendo todos los talles que no estaban en exhibición. En el mostrador, las pelotas estilo antiguo y algún material de promoción. Una pantalla de tamaño considerable pasaba imágenes de viejos partidos, mientras que por los altavoces del local se escuchaban registros reales de canciones de aliento cantadas por hinchadas de todo el mundo. Los únicos que no parecían del todo cómodos eran los dos empleados, disfrazados con bermudas oscuras sujetadas con tiradores, camisa blanca y gorra. Supongo que representaría el atuendo característico de los asistentes técnicos en alguna época, o algo así. Más allá de eso, la atención fue impecable.

Decidir qué comprar no fue fácil. Nunca lo es en verdad, y menos cuando se está tan limitado por los precios. Había descuentos comprando más de tres remeras, pero no podía gastar tanto. Y la tentación estaba, claro. Habría que aclarar nuevamente (nunca son pocas las veces) que en muchas ocasiones puede haber diferencias importantes entre una foto o una imagen vista en internet y la camiseta real. Algunas que se veían geniales en la pantalla, en vivo no lo eran tanto (Austria, Italia, El Salvador). Otras cumplían con las expectativas (Camerún, Japón, Holanda) y otras sorprendían por lo bien que se veían allí (Zaire, Uruguay, Suiza, la del seleccionado de volley de Brasil de 1984 y varias más). Había que tener en cuenta muchos factores: el color, la originalidad, el diseño, la afinidad con el equipo o el seleccionado (y con el país representado, desde ya), la historia detrás de tal o cual casaca. Por ejemplo, la de Zaire era muy linda, pero la camiseta no parecía de fútbol, a pesar de la fidelidad de la réplica. Se trataba además de un mamarracho de equipo que fue a Alemania ´74 a hacer el ridículo. La de Uruguay me encantó, pero me parecía una afrenta al país anfitrión comprar la camiseta del Maracanazo. La de volley de Brasil me dejó muy caliente, porque estaba buenísima y quería llevarme una remera brasileña que fuera distinta. Pero estrictamente hablando, no era una camiseta de fútbol. La de Turquía era muy linda, pero está el problema del choque de las civilizaciones huntingtoniano. La de EE.UU. también, pero nunca me gustó el escudo de la asociación, muy de soccer. La de El Salvador desilusionaba al verla puesta: me hacía parecer a un empleado de Blockbuster, o algo así.

Así que me incliné por una candidata que traía desde Buenos Aires: la de Los Leones Indomables de Camerún, en España 1982. No hace falta describirla, es tan linda como se ve en las fotos. La original fue una de las creaciones más geniales de Le Coq Sportif. No tenía ninguna camiseta verde, hasta ahora. Y Camerún sí se ha vuelto una tradición futbolística respetable.

Ya la tengo acá en casa, guardada con su sobre y sus tarjetas conmemorativas. Me da mucho miedo, pero la voy a tener que usar.


viernes, 25 de enero de 2008

AyS en Brasil (V): Homo consumiens


Para el primer día completo en Río de Janeiro pusimos el despertador muy temprano, como a las siete y media de la mñana, o algo así. Imposible, estábamos tan cómodos en la cama que hasta las nueve ni pudimos movernos. Pero bueno, sabíamos que había que salir, sí o sí. Y había que prepararse para un largo día.

El primer paso era el de todo turista argentino que visita cualquier hotel de pasable para arriba en el extranjero: tomar un desayuno digno de búfalos hambreados. Cosa de ir tirando hasta la tarde, ¿vio?, después un sanguchito y aguantamos hasta la cena.

El problema es que los argentinos en general no estamos acostumbrados a comer mucho a la mañana. En lo personal, me gusta desayunar con cosas dulces, pan, tostadas, budines, dulce de leche, mermeladas… O quizás también más a la americana, con cereales y yogur. Pero nada de frutas a la mañana, por favor. Y menos esos espantosos huevos revueltos con salchichas, o no sé si algo peor. Tan sólo el olor que desprende eso me da arcadas.

El resultado final es que el desayuno de hotel internacional, eso que parece de tanta categoría, termina siendo siempre como dos o tres desayunos comunes a la vez, lo cual nos dejó con un revoltijo de estómago considerable y ganas únicamente de echarnos a hacer la digestión como pitones saciadas. Y por supuesto, cómo no llevarse un yogur o un par de bananitas “para después”. Todos lo hacemos con algo de culpa. Peor es robarse las toallas de la habitación, después de todo. Y no, eso no lo hice nunca.

Pero nada de excusas, había que salir. ¿Por dónde empezar? No lo sabíamos de antes y hasta ese momento nadie había tenido la delicadeza de informárnoslo, pero unos días más tarde una guía argentina que trabajaba en Búzios nos diría que enero es el último mes de la estación lluviosa en Río de Janeiro y la zona de los lagos, estación que empieza en octubre. Y aquel día había amanecido como el anterior: nublado y con amenaza de lluvia. Nos parecía muy raro, pero nada de desanimarnos.

Hasta que el tiempo mejorara un poco, ¿qué se podía hacer que no fuera en espacios abiertos, y que tuviéramos pensado hacer de todos modos? Fácil: shopping. Sabíamos –por el chofer del día anterior- que dos de los más conocidos centros comerciales eran el gigantesco de Barra de Tijuca y el más pequeño y sofisticado Rio Sul. El de Tijuca quedaba en la otra punta de la ciudad, y Rio Sul apenas a unas diez cuadras. Hasta qué punto este mall podría ser sofisticado sin ser para magnates, no lo sabíamos. Pero era más fácil empezar por lo más cercano y después ver.

Caminamos, con un mapita sencillo que nos habían entregado en el aeropuerto, tratando de empezar a entender cómo “funcionaba” esta ciudad. Por la calle del hotel hasta la avenida Princesa Isabel, que imagino que separa Leme de Copacabana. Hacia allí a la derecha y apenas a las tres cuadras ya estábamos frente a un morro, con la posibilidad de atravesarlo por un túnel vehicular ancho y muy transitado, con una mínima veredita para peatones al costado. Dos cuadras y media de túnel generan una sensación extraña. Como que no debíamos estar allí. Pero había otros pocos peatones en dirección contraria, así que seguimos.

Menos de una cuadra después de haber salido del puente, pegadito a una iglesia con varias devotas en la puerta vendiendo velas y haciendo no sé que otras cosas misteriosas, ya estaba el esificio de Rio Sul. Como ya dije antes, casi todo está muy pegado a casi todo en Río. El centro no parecía ni tan chico ni tan sofisticado como nos habían dicho, lo cual era ideal. Poco público, el típico de las diez de la mañana, el del estereotipo machista: señoras al pedo gastando la plata de sus maridos. Antes o después de vaya uno a saber qué más.

¿Qué buscaba yo? Camisetas de fútbol que no se consiguieran en Buenos Aires, nada más. No quería enroscarme con ropa de hombre que sabía que me iba a gustar pero que no podría pagar por el maldito cambio desfavorable. Ya no compro discos, se los pido prestados al Burrito. Libros en portugués, no me parecía. ¿Y qué buscaba Evan? Con los discos y los libros ella hace lo mismo. Sólo buscaba toda la ropa que le gustara. Es decir, casi toda la que había.

Se estableció de ese modo un equilibrio natural. Los dos podíamos estar por segmentos de tres cuarto de hora ocupados con nuestras cosas y haciendo esperar al otro (o pidiéndole su opinión). Sólo que ese tiempo yo lo gastaba en dos o tres locales, y ella, en veinte. El resultado fue previsible, cada uno compró (o dejó fichado para después) lo que deseaba más que ninguna otra cosa. Zapatos ella, camisetas yo.

Llegó entonces el momento de hablar de lo que vi del mercado brasileño de camisetas nuevas, que en Río se limitó a las cadenas de deportes presentes en Rio Sul, unos cinco o seis. Fuera de allí, hubo otros dos locales importantes que serán mencionados más adelante. Además de ferias callejeras y algún sucucho de galería en el centro de la ciudad. Lamentablemente, no retengo los nombres de los locales que visité, excepto los de aquellos en donde compré algo, porque conservé las bolsas.


El primero que vi resultó ser el más grande y mejor provisto. Material y equipamiento para varios deportes. Y un surtido de camisetas bastante importante, claramente segmentado por marcas. Primero, los hits más obvios: Nike con sus casacas del Flamengo y del seleccionado de Brasil. Las del Fla estaban por todos lados, muchos modelos, algunos retro, nada que me enamorara. Y de Brasil estaba el nuevo modelo titular, recientemente lanzado en su versión normal y también en una más económica, parecida pero con menos detalles y un cuello más básico. Esperaba encontrar la nueva alternativa azul, de la cual ya circulaban imágenes en internet, pero aún no había sido presentada oficialmente. Todavía no estaba.

Seguía el perchero de Kappa. El hit era la del Botafogo –como ya mencioné-, pero también había algo de algún club europeo. Nada demasiado importante allí. Pasamos luego a Puma. Había muchas cosas de esa marca, con todo el material del Cruzeiro y el Gremio al frente. También de muchos seleccionados africanos y europeos, pero ninguno de los modelos recién presentados. Lástima, buscaba las nuevas alternativas de Austria o Italia. La del Cruzeiro era muy linda, pero con publicidad en las mangas, elemento que descalifica automáticamente.

A continuación, Reebok. Muy agrandada por el momento del Inter de Porto Alegre y por el local Vaso da Gama. Muchísimas cosas de ambos, algunas bastante lindas, como la negra con franja blanca del Vasco, en un estilo muy básico y elegante. Pero me pasa como a tantos, no tengo onda con esa marca. Proviniendo de Estados Unidos, nunca logró entrar de lleno al mundo del fútbol, por más que haya contratado al Liverpool, a Colombia, a la Argentina y a otros pesados. Quizás le faltó la prepotencia de Nike, que sí logró instalarse, y cómo. Muchos sospechan que en un futuro próximo Reebok será algo dejada de lado en lo que respecta al fútbol por Adidas, su nueva dueña. Tal cual lo que pasó en el Liverpool hace algo más de un año.

La marca que me sorprendió fue Umbro. Salvo al Santos, no auspicia a ningún equipo brasileño importante, pero allí estaba con un perchero muy bien provisto. Se trataba de camisetas de algunos de sus equipos sudamericanos más notables: Nacional de Montevideo, Universitario de Lima y Colo Colo de Santiago. En todos los casos con modelos titulares y alternativos, y además ¡sin publicidades! Increíble y muy tentador. Siempre tuve alguna debilidad por la original combinación de casaca crema y vivos rojos de Universitario. ¡Y sin sponsors! Asombroso. Las otras tampoco estaban nada mal. Decidí agendarlas para después, eran una posibilidad muy válida.

No recuerdo que en ese local hubiera Adidas. La marca alemana llevaba al Fluminense como nave insignia carioca, y al Palmeiras de San Pablo algo más relegado, pero debo decir que fue la única marca de la cual encontré menos material que en Buenos Aires. Ni siquiera tenía un local propio en el mall, y nada de la línea retro Originals. Apenas un stand con relojes y anteojos.

Este primer negocio que encontré fue el de mayor variedad. Los demás no tenían tanto surtido, aunque por aquí o por allá siempre aparecía algo que llamaba la atención. Me resultó casi emocionante encontrar la camiseta actual del München 1860, mi equipo preferido de Munich, camiseta que había buscado, encontrado y comprado en un alucinante negocio de Carnaby St. hacía casi diez años, cuando el equipo todavía jugaba en la Bundesliga. Aparecieron también los modelos Diadora del Napoli y del Hannover, bastante interesantes, así como otras cositas retro de Diadora, una marca que me cae muy bien. Aunque lo que había no era nada del otro mundo. Podría mencionar también un modelo retro del Botafogo hecho por Kappa. Muy bien resuelto, con una tela que mezclaba acrílico y algodón. Y con el número 7 en la espalda y el nombre de un tal Maurízio. Desconozco la historia de este crack. El precio no ayudaba: 120 reales, lo mismo que la nueva. Y ya tengo otras camisetas a bastones blancos y negros. La dejé como última opción.

Pero en uno de los dos locales que la cadena Fisico e Forma tiene en Rio Sul apareció lo más imprevisble. Todas las camisetas Umbro de los equipos más importantes del Reino Unido, titulares y alternativas, incluyendo al devaluado seleccionado inglés. Todas hermosas y auténticas, sin excepción. No como las burdas réplicas de la camiseta de Inglaterra de la calle Lavalle en Buenos Aires. Allí estaban el Sunderland, el Blackburn Rovers, el Everton, , el Birmingham, el Hearts de Escocia Inmediatamente supe que debía llevarme una. El precio me quitó el aliento: 160 reales. Era como comprarlas en Europa, después de todo: 70 euros o 40 libras.

Las principales candidatas eran la titular del Blackburn Rovers o la alternativa del Hearts. La primera era la más linda, colores muy llamativos, una adecuada combinación de clasicismo y modernidad, respetando el diseño tradicional de la camiseta con varios detalles en cuellos, costados y espalda que le dan su definida personalidad sin llegar a lo carnavalesco. Con esa ligereza lograda por las nuevas tecnologías textiles. La del Hearts también era espectacular, además de definitivamente rara y desconocida. Aunque el hecho de contar ya con más de una casaca de la Roma con los colores bordó, blanco y naranja en mi colección me hizo inclinar por un estilo de diseño que no tenía. Por si fuera poco, el escudo del Rovers porta una inscripción que nunca había notado: “Arte et Laboro”. Alea jacta est.

No la compré inmediatamente, sin embargo. Preferí postergar la decisión hasta último momento. Hasta la tarde siguiente, más precisamente. Tenía miedo de desbocarme. Y tenía un par de cosas reservadas para después. Paciencia.

miércoles, 23 de enero de 2008

AyS en Brasil (IV): Dos sorpresas



Cuando ya casi había bajado la persiana y creía que no iba a encontrar otras camisetas que me dieran muchas ganas de comprar, en el único negocio de Búzios que podría definirse como "casa de deportes" (porque camisetas se conseguían en cualquier lado), un local llamado Santenis, aparecieron de la nada dos perlas irresistibles, nunca vistas en la Argentina.

Por un lado, la casaca alternativa del seleccionado del País de Gales de la temporada 2006-2008. Desde hace por lo menos un año había estado buscando la titular, un modelo en estilo retro de llamativo escote en V de la marca Kappa que -lo supe luego- es un homenaje al único equipo galés que jugó una Copa del Mundo, la de 1958. La alternativa resultó ser muy brasileña, lo que me resultaba ideal porque en ningún momento encontré una remera de Brasil que me gustara realmente (salvo una a la cual ya me referiré oportunamente).

Por el otro, otra casaca alternativa, la del Bayer Leverkussen versión 2007-2008, a cargo de Adidas. No puedo resolver la contradicción, porque las últimas camisetas de Adidas con bastones no me convencen mucho, y el color crema suele ser a veces conflictivo en el fútbol. Pero cuando la vi me fascinó. Y además, la del negocio no tenía sponsor.

No podía comprar las dos. Mi tarjeta de crédito ya estaba en llamas, me parecía una locura gastar otros 160 reales. Creo que me gustaba un poquitín más la del Leverkussen, pero la de Gales tenía más ventajas prácticas: la venía buscando de antes, el tema del color, una casaca de seguro inhallable en Buenos Aires, un corte y estilo que pocos pueden usar (la temible tela Kombat de Kappa). Y además valía 40 reales menos que la otra. Así que me incliné por la galesa.

Pero había un problema: estaba manchada en un hombro. Podía arriesgarme a pedir un descuento, pero si después la mancha no salía no me iba a alcanzar la vida para arrepentirme. La vendedora me propuso intentar lavarla o sacar la mancha para el otro día. Le dejé mi nombre, no muy convencido. Al otro día volví, y ni rastros de la vendedora de la noche anterior. Pregunté y nadie sabía nada. Insistí y otra chica averiguó por celular. Resultó que le habían dejado la camiseta a una vecina para que la lavara. Ventajas del pueblo chico. Tenían que ir a buscarla porque se estaba secando. Al rato, volvió la empleada, con la camiseta: impecable, ni rastros de la mancha.

Pagué y salí corriendo, no fuera que también me llevara la del Leverkussen.

AyS en Brasil (III): Lluvia de janeiro en Río

Por diversos motivos que no vienen al caso, las vacaciones las armamos a las apuradas, en algún huequito encontrado entre las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Ya habíamos decidido que viajaríamos a Brasil. Después de unas vacaciones cómodas y económicas en Monte Hermoso en 2007, Evan me lanzó el ultimatum: ponete las pilas y pelá los billetes, que yo quiero ir a playas de verdad. Y la posibilidad más a mano es Brasil. Evan es muy fan de Brasil.

No me parecía nada mal, después de todo. Allá por el ´94 había tenido una desconcertante experiencia en el carnaval de Salvador, viajando con amigos. Ya era hora de reivindicarme con la nueva potencia emergente (¿imperial?)* de Sudamérica y disfrutar de sus bondades universalmente reconocidas.

Pero puse una condición: además de la playa, quiero una ciudad. No soy tan apasionado por la vida de playa como para pagar un avión. Porque para ir en bondi a la zona de Santa Catarina (la sucursal brasileña de Mar del Plata) me quedo en casa. O sea, hay que ir más lejos y hay que ir en avión. Ya estoy grande para las grandes travesías terrestres. Y si hay que poner los billetes, quiero que el viaje valga la pena de verdad, quiero conocer una ciudad que haga la diferencia, le quiero tomar el pulso, aunque sea un ratito. Quiero edificios, historia, comercio, gente trabajando, cines, teatros, transporte público, quilombo. Museos no, ya ví demasiados. Quiero camisetas de fútbol y, por qué no, centros comerciales que me calmen la libido consumista. Las opciones eran obvias. A San Pablo la imaginamos como un manicomio peor que Buenos Aires, por donde estará bueno darse una vuelta, quizás en otra oportunidad. Entonces vamos a Río de Janeiro. Dónde más. Y la playa cercana sería Búzios. Qué otra.

Así que en un par de días sacamos los pasajes por Gol -buscando las tarifas más baratas posibles, con un poco de suspenso porque Internet no hace magia y hubo que recurrir al teléfono- y el alojamiento y los traslados a través de una agencia. Casi sin tener tiempo de pensarlo demasiado, de averiguar por datos útiles o de ponernos ansiosos, ya estábamos viajando. Confiábamos en nuestra experiencia en recorridos urbanos y creíamos que tres días serían suficientes para conocer el Río básico. Casi no alcanzaron, pero estábamos muy palmados y necesitábamos descanso. Y en Río no hay forma de descansar.

Casi no pensamos en la cuestión meteorológica. Dimos por descontado que en Brasil hay sol y calor casi todo el tiempo. Así fue en Salvador, así fue en todos los lugares de Brasil a los que Evan fue por laburo o vacaciones. Pero resultó ser que Río de Janeiro nos recibió con llovizna, bruma, mucha humedad y nada de calor. Era domingo a la tarde y las cosas se presentaban distintas a como las había imaginado. Porque más allá de las postales de rigor (Cristo Redentor, carnaval en el sambódromo, Pan de Azúcar, playas de Copacabana e Ipanema) en verdad no tenía la menor idea de cómo sería Río. La crónica de viaje más larga y detallada que había leído sobre la ciudad la escribió el gran Domingo F. Sarmiento, de paso en su largo viaje hacia Europa. En 1847. Necesitaba un update con urgencia.

Ya el aeropuerto me resultó bastante particular. Grande y compacto, sin mayores contratiempos para manejarse allí dentro. Daba la impresión de haber sido concebido con la última tendencia en diseño, pero en 1965 y sin actualizaciones recientes. Parecía una escenografía de Atrápame si puedes. Me encantaron todos los carteles con esas fichitas que van cayendo. Sería muy fácil remodelarlo ahora, con el auge de lo retro quedaría casi igual.

Ubicamos rápidamente a quien nos trasladaría en auto hasta el hotel. El tipo era muy amable, acostumbrado al trato con turistas. Había sido comisario de a bordo, dijo. No habló hasta que nosotros no le preguntamos nada, lindo detalle. A medida que nos acercábamos a la ciudad –el trayecto habrá durado media hora, como mucho: era domingo- nos iba indicando algunos puntos de referencia importantes. La información indispensable, sin atorarnos. Siguiendo la línea de la costa, desde una serpenteante autopista vimos el puerto (enorme), la ciudad universitaria (mezcla de su similar porteña con el penal de Caseros, diez veces más grande y aterradora), el sambódromo, el Centro, algunos edificios importantes. El día feo no ayudaba, pero lo primero que veía no me gustaba mucho. Luego seguía la bahía de Flamengo y la de Botafogo, para luego internarnos en Copacabana y llegar a nuestro hotel, ubicado en Leme, un tranquilo rinconcito que queda entre el famoso barrio lindero y un morro no demasiado alto.

Muy rápido me di cuenta de un par de cosas, muy evidentes. El aeropuerto no era ninguna excepción: todo el centro de Río y sus barrios más famosos parecen haberse (re)construido todos juntos, en los años ´60. Casi todos los edificios tienen el mismo estilo. Mi amigo arquitecto dice que se llama racionalismo. Una onda Teatro San Martín, todo muy cuadradito, con mucho vidrio, marcos y aberturas de aluminio. La mayoría muy bien conservados, por otra parte. Y unos cuantos también denotaban mucha categoría.

Le pregunté al chofer si había habido un boom de la construcción que había levantado todos los edificios de golpe. Me dijo que sí, que en los años 60 todo el mundo quería vivir en Copacabana, y que se habían demolido muchas casonas tradicionales de familias portuguesas para aprovechar el espacio. Traté de imaginarme el escenario de cientos de obras en construcción simultáneas en un espacio no tan extenso. Debe haber sido enloquecedor, porque no sólo Copacabana tiene los edificios en ese estilo, también los otros barrios céntricos son mayormente así. Agreguemos además que en Río no se desperdicia un centímetro cuadrado de superficie. Hasta el borde mismo de los morros, o encima de ellos, lo que no es edificio es favela. Si exceptuamos los grandes parques (el Botánico, el Jardín de Alá, los que están cerca de la costa en las bahías), no se ven muchas plazas que corten las filas de edificios. No me esperaba para nada algo así.

El chofer no habló mucho de inseguridad, sólo lo indispensable. No pudo evitar mencionar que, por distraído, él mismo había sido robado, pero en Buenos Aires. Obviamente, ofreció sus servicios de tours y recorridos privados por la ciudad. En algún momento pensamos en aceptar, seguramente algo cansados por el viaje: el tipo parecía confiable y prometía ahorrarnos unos cuantos esfuerzos. Los costos oscilaban entre los 100 y los 200 reales por persona. Al día siguiente, más descansados, descartamos totalmente la opción. Había que agarrar el mapa, caminar y tomar el bondi. Como corresponde.

Llegamos al hotel, todo muy lindo, habitación grande y cómoda. Acomodamos apenas la valija y ya estábamos listos. A la calle, inmediatamente. Empezamos a caminar por la famosa vereda de Copacabana, entre la anchísima playa y las no menos anchas avenidas. Ya no llovía y anochecía, lentamente. Las nubes eran irrelevantes. Unos cuantos domingueros aprovechaban el último rato del fin de semana. Pescando, paseando, corriendo, tomando algo en los bolichitos ubicados en la vereda. De esos kioskos los había de toda clase, bastante modestos y también franquicias como TGI Friday y McDonald´s. Otros eran casi restaurantes hechos y derechos, y mirando las listas de precios ya nos íbamos dando cuenta de con qué deberíamos lidiar.

Yo estaba obsesionado con la cuestión edilicia. La línea de edificios frente a la playa podía compararse con la de Avenida del Libertador, digamos, pero el estilo es otro. Hay también algunos edificios más nuevos, se nota en la mezcla de estilos. No sé si los arquitectos me autorizarán la etiqueta “pastiche neoclásico”. Y también quedan algunos pocos imponentes palacios art decó y art noveau. El más emblemático es el famoso hotel Copacabana Palace, una construcción realemente hermosa. Parece que ha sido elegido varias veces como el mejor hotel del mundo por la prensa especializada. Nada menos.

Comimos algo liviano en uno de esos bolichitos, como para ver qué onda. Seguimos caminando por la playa y empezamos a volver hacia el hotel, metiéndonos ocasionalmente en alguna calle paralela, a ver qué había. Tampoco queríamos perdernos, habíamos salido así nomás y allá las manzanas cuadradas no son lo más común. Ya se iba haciendo tarde, por otra parte, y queríamos estar listos para el día siguiente.

Me estaba empezando a entusiasmar. Río ya había comenzado a revertir las primeras impresiones desfavorables y prometía deslumbrarnos al otro día. A descansar, entonces.

* Si están decididos a ser un imperio de verdad, yo no tengo ningún problema, los sigo a cualquier lado. Traten de agregarle un poco más de igualdad social, el resto está bárbaro. Y déjennos ganar una Copa América o un Mundial, cada tanto.

martes, 22 de enero de 2008

¿Nueva camiseta de Racing?


Hasta ahora sólo salió en Infobae, pero estas imágenes corresponderían a la nueva camiseta que el Racing Club estrenaría dentro de media hora en un amistoso de verano frente a Boca Jrs.

Lo que se observa inmediatamente es la notable similitud entre este modelo y el del año 2006. Teniendo en cuenta que la de la temporada 2007 es insuperable, no es esta una fea casaca. Pero parece un refrito. Y el cuello tipo mao no es muy agradable, en general. Y esa tendencia de Nike de recurrir al espíritu y a la historia de un club o un país para diseñar sus camisetas en este caso sólo aportan confusión. Porque esos benditos cuadros de bandera de automovilismo no tienen nada que hacer aquí: según todas las fuentes, el Racing Club francés que inspiró el nombre del argentino era un club de carreras, pero de atletismo. Actividad muy popular en los círculos deportivos de fines del siglo XIX y principios del XX.

Así que por favor, señores de Nike, comprendan: basta de camisetas que chorreen grasa tuerca. No en el Racing Club de Avellaneda, al menos.

AyS en Brasil (II): Salir del pozo


Hacía casi diez años que no asomaba la cabeza de esta cueva cada vez más claustrofóbica llamada Argentina. No voy a hacer una proclama demasiado ruidosa acerca de lo harto que me tiene este país cada vez más provinciano, principalmente porque no quiero quedar demasiado expuesto en la incómoda posición del que se siente por encima del promedio de sus compatriotas. Aún cuando es más que evidente que sí, por supuesto, así es como me siento. Como casi todo el mundo, por otra parte. Con el poco convincente atenuante de que también es cierto que la mayoría de los argentinos acentúa su comportamiento soberbio y displicente cada vez que sale al extranjero, y puedo asegurar que ese no es mi caso. Al menos en público.

Todos los argentinos que visitamos algún otro país debemos tener nuestra anécdota sobre la vergüenza que nos hacen pasar los argentinos en el exterior, todos podemos contar algún episodio mínimamente escandaloso. Por mi parte, recuerdo un rápido diálogo con dos cabezas de termo en París, en ocasión del mundial ´98. Uno de ellos afirmó –ostensiblemente fastidiado- que la ciudad le parecía muy aburrida. El otro ni se molestó en levantarse del cantero de la plaza en el cual había decidido pasar la tarde, cómodamente despatarrado. Ni yo ni mis amigos –un heterogéneo grupo de viajeros de comportamiento no siempre ejemplar, por otra parte- podíamos dar crédito a lo que oíamos.

Otros dos recuerdos los tengo fresquitos, de la semana pasada, en la posada en donde estaba alojado en Búzios. En el primer caso, una señora gorda argentina que no entendía las amabilísimas explicaciones en perfecto y comprensible portugués del recepcionista. Nerviosa y contrariada, no tuvo mejor idea que espetarle un agresivo “Iu spik in inglis?”. El pobre hombre se resignó a decirle que no y a continuar con su corto calvario.

No recuerdo si fue el mismo empleado el que tuvo que lidiar con otra intrigante pregunta de un joven argentino, de entre 19 y 22 años. “¿Qué son esas luces que se ven desde la costanera?”, inquirió. Seguramente el joven debe creer que el localismo “costanera” –por calle, avenida o paseo urbano que bordea una costa- es una categoría tan universal que logra trascender todo tipo de barreras, incluso las idiomáticas. Lástima que el recepcionista no estaba al tanto de ello.

La cuestión es que si bien estaba claro que, argentino al fin de cuentas, no había podido evitar el lugar común de ir justamente a Búzios a descansar del apabullante y brevísimo paseo de apenas dos días y medio por Río de Janeiro, cada vez que estando allí dejaba de escuchar la sonora y teatral entonación del portugués para reconocer las sentencias intrascendentes y gritonas de un porteño, un rosarino, un cordobés, me ponía de mal humor. Aún cuando ni yo mismo sé hablar en portugués. Y lo más curioso y contradictorio fue que para mi propio desempeño preferí no recurrir al portuñol, sino que me empezó a gustar la extraña interacción que se da cuando uno escucha un idioma, habla en el propio y pese a todo el diálogo fluye. Me resultaba gracioso el contraste entre una música y otra, si se quiere. Y la sobriedad del sonido del español rioplatense, pronunciado con amabilidad y sin localismos perjudiciales, hasta me parecía encantador y bien recibido por la otra parte. ¿No era acaso el multiculturalismo algo deseable? Bueno, no siempre, pero en este caso decidí que sí.

En fin, fue un alivio animarme otra vez a enfrentar a ese monstruo infernal ubicado en Ezeiza, sentir ese nerviosismo estúpido del viajero poco acostumbrado al avión, la idiota fascinación por mirar por la ventanilla y la alegría de aterrizar en OTRO lugar . Y creo que también fue una excelente manera de corroborar la ubicación e importancia actual de nuestro país en la región y en el mundo: no existimos. Somos pobres y patéticos. No le importamos a nadie, salvo a los países que sufren más directamente nuestros dislates, como Uruguay o Chile. Que alguna vez nos miraron con admiración o envidia y pronto lo harán con sorna. Después de pasar por épocas de pendejos prepotentes en las cuales sacábamos un billete de cien pesos-dólares en el exterior y nos creíamos Donald Trump, ahora con esa cantidad apenas si dos personas adultas podíamos conseguir algo digno para llevarnos a la boca. Ahora hay que ubicarse, mostrarse educado y medido, pedir permiso y por favor, no sorprenderse demasiado de que en Río clasifiquen los residuos en tachos de cuatro colores distintos mientras que en Buenos Aires la mugre va a parar siempre unánimemente al piso, y estar contentos de no ser deportados. ¿Reivindicación del Satánico Dr. 90´s? No tanto como crítica del aislacionismo del nuevo siglo.

Estando en Brasil con Evan nos sentíamos pobres, porque eso es lo que somos en términos absolutos. Puede que el hotel y la posada que conseguimos a través de un agente local tuvieran cierta categoría, pero en la calle éramos dos muertos de hambre. Con el sueldo promedio de la clase media argentina podríamos aspirar a vivir en una favela carioca sin muchos narcos, en el mejor de los casos. Será por eso entonces que recorrer Río se volvió un desafío. A la limitación del tiempo se sumó la monetaria. Y hubo que despertarse, caminar, preguntar, aprender, tomar colectivos. Evitar los lugares comunes del turista que paga contento cualquier dinero por cualquier mierda. Pensar, por ejemplo, lo ridículo que es que en Buenos Aires lleven a los turistas a esa escenografía maloliente llamada Caminito, entonces ¿para qué carajo gastar plata y tiempo en ir al sambódromo vacío? Río de Janeiro es efectivamente una ciudad maravillosa, con innumerables cosas interesantes para conocer. ¿Cómo hacer que el tiempo rinda? Caminamos larguísimos trechos pensando que si hacemos dos cuadras más vamos a encontrar algo increíble y medio escondido, que a nadie le importa pero a nosotros sí. No hay tour que te pueda dar eso, pero también es un riesgo. ¿Nos equivocamos, nos perdimos algo que no debíamos perdernos por nada del mundo? Creemos que no mucho. Lo vamos a ir contando.

lunes, 21 de enero de 2008

Arte y Sport en Brasil (I): O Fogão


Una sorpresa: no sabía que el Botafogo era un equipo tan popular en Río de Janeiro. Por supuesto que no recorrí la totalidad de la ciudad ni sus barrios más pobres, pero yo imaginaba que en el ranking de camisetas más usadas por los cariocas el Flamengo iba a salir primero, con cierta ventaja respecto del Fluminense. Todos hemos oído las historias de la rivalidad Fla-Flu al estilo River-Boca, asumiendo que el Vasco da Gama y el Botafogo son más semejantes a nuestros equipos de Avellaneda en lo que hace a su popularidad.

Y si bien el Fluminense y el Flamengo tienen una presencia lógica y masiva en las calles (camisetas siempre nuevas y oficiales enfundando a garotos de clase media para el Flu, cualquier clase de outfit con franjas horizontales rojinegras -desde musculosas agujereadas hasta sofisticadas réplicas retro, pasando por las nuevas casacas oficiales y truchas- para el Fla), me sorprendió la gran cantidad de camisetas, remeras, merchandising en general y pintadas favorables al Botafogo vistas en las calles del sur de Río y también en Búzios. Incluso en lugares para nada elitistas como bares al paso mezclados con kioskos, o quizás a la inversa. De esos mismos tan de barrio porteño, en donde muy de vez en cuando entra una mujer.

También en los negocios sorprendía la cantidad de material del Fogão a la venta: en absolutamente todas las casas de deportes y en otros negocios más impensados se podían conseguir camisetas oficiales, remeras varias de entrenamiento, camisetas alusivas en algodón, ediciones especiales de homenaje y camisetas retro en telas muy usadas en el pasado aunque actualmente en desuso, como la mezcla de algodón y acrílico. Todo a cargo de Kappa, patrocinador oficial del club y una marca que demostró mucha presencia en las lojas brasileñas. Le va mucho mejor que acá, evidentemente.

Parejas

Cada vez escucho y admiro más al genial Johnny Cash. Y cada vez que lo escucho cantar con su amada June Carter piezas como Jackson, me acuerdo de otra pareja genial, la de Nancy Sinatra y Lee Hazlewood, que también solían incluirla en su repertorio. Puse sólo estos dos videos, hay muchos más por ahí, por supuesto.



sábado, 19 de enero de 2008

Volvimos de Brasil


Un excelente viaje, realmente. En los próximos días iremos contando absolutamente todo, trataremos de hacer un auténtico libro de impresiones, anécdotas, reflexiones varias y fotos. No sólo sobre camisetas de fútbol, desde luego.

Y muchas gracias a todos los que entraron y dejaron comentarios en estas dos semanas.

sábado, 5 de enero de 2008

Arte y Sport se va de vacaciones

Apenas por dos semanas. ¿Adivinan a dónde?





No prometemos nada, pero quizás haya notas desde allá.

Si no, nos vemos a la vuelta. Buenas vacaciones para todos.

viernes, 4 de enero de 2008

Adelantos africanos


Aunque seguramente nadie lo escuchó en su vida, todos estamos convencidos de que los italianos del norte suelen decir que al sur de Roma comienza el África. Pues bien, hagamos llegar al continente africano un poco más al norte, más precisamente hasta los Alpes. Así podemos incluir a la maglia azzurra de Italia junto con las novedades titulares de Puma para sus seleccionados de Senegal, Camerún, Ghana, Costa de Marfil, Marruecos y Túnez.












Son sobrias y sencillas, aunque quizás demasiado despojadas. Es cierto, el límite entre una categoría y otra es siempre lábil y arbitrario. Pero me parece que las casacas alternativas ya presentadas oficialmente son mejores.

miércoles, 2 de enero de 2008

La portuaria


Me gustan los equipos que poseen una combinación de camiseta, pantalón y medias claramente estipulada e inmediatamente reconocible, más allá de variaciones circunstanciales.

Uno de estos casos es el del Hamburg SV de Alemania. Su camiseta blanca podría ser una de tantas, también su short rojo. Pero esto mismo combinado con medias azules me parece muy distinguido.

Además, la camiseta Adidas del Hamburg para la temporada 07-08 ha sido de las más lindas que se hayan visto últimamente, tanto de la marca como en general. ¿Por qué será que acá es imposible conseguir esta clase de material? Sí, ya sé, somos un mercado tan chico... Y los que compran camisetas (que no son pocos) parece que sólo conocieran dos o tres equipos por país. Probá de sacarlos de los gastadísimos Barcelona, Real Madrid, Bayern München, Arsenal, Chelsea, Manchester Utd., Juventus, Inter y Milan. El que usa una del Ajax es un audaz.